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viernes, diciembre 15

Euler, el cíclope del emperador

 (Un texto de Manuel de León leído en el blog de Madri+d el 10 de diciembre de 2019)

“Euler calculaba sin esfuerzo aparente, como los hombres respiran, o como las águilas se sostienen en el aire”.

François Arago

Leonhard Euler fue uno de los más grandes matemáticos de la historia, y como ocurría en su época dependía del favor de reyes o nobles que lo contrataban para sus academias. Así, Euler, suizo de nacimiento, trabajó en dos de las grandes cortes de la época, la rusa y la alemana.

Por recomendación de Daniel Bernouilli, fue contratado por la Academia de Ciencias de San Petersburgo, para sustituir a su fallecido hermano Nicolás. La Academia había sido fundada por Pedro I el Grande y continuada por su esposa Catalina I de Rusia, quien justamente falleció el mismo día de la llegada de Euler. Su sucesor fue Pedro II, a la sazón un niño de 12 años de edad, manejado por la nobleza. La Academia sufrió un descenso en su financiación, y en 1733 Daniel Bernouilli, harto de las dificultades, volvió a su Basilea natal, quedando al cargo Euler. Pero esto no tardó en seguirle, pues cansado de la situación política aceptó un puesto que le había ofrecido Federico II de Prusia en la Academia de Ciencias de Berlín.

Euler padeció mucho por sus problemas con la vista. En 1735 sufrió unas fiebres que casi acabaron con su vida, y como consecuencia, tres años más tarde perdió la visión de su ojo derecho. En este retrato de Euler del año 1753 dibujado por Jakob Emanuel Handmann y que se incluye a continuación, se pueden apreciar los problemas en su ojo derecho y señales de estrabismo. Más tarde padeció cataratas en el ojo izquierdo y desde entonces estaba prácticamente ciego. Aunque Euler achacaba su problemas a su trabajo de cartografía en San Petersburgo.

Euler no tenía una relación muy fluida con el emperador, que le llamaba su “Cíclope” por sus problemas visuales. Federico II era más proclive a las artes y a la filosofía que a la ciencia, como el siguiente hecho ilustra. Uno de sus proyectos era construir una fuente en el palacio de Sanssouci en Postdam (su residencia veraniega) con un gran chorro de agua central. Esto era un gran desafío para la ingeniería de la época y, antes los continuados fracasos, encargó a Euler que hiciera los cálculos. Euler asumió el desafío y, tras un auténtico tour de force con análisis matemático y ecuaciones diferenciales, presentó sus conclusiones. Solo con tuberías de metal y no de madera se podría realizar el proyecto, para que estas pudieran aguantar la presión del agua. El emperador quedó muy descontento con sus recomendaciones y comentó:

Yo quería tener un chorro de agua en mi jardín: Euler calculó la fuerza necesaria de las ruedas para elevar el agua a un depósito, desde donde debería volver a caer a través de los canales, finalmente a chorros en Sanssouci. Mi molino se llevó a cabo geométricamente y no podía levantar una bocanada de agua a menos de cincuenta pasos del depósito. ¡Vanidad de vanidades! ¡La vanidad de la geometría!

A pesar de estas dificultades, Euler siguió trabajando toda su vida, convirtiéndose en probablemente el matemático más prolífico de la historia, gracias a su extraordinaria memoria. Así y todo, muchos trabajos se los dictó a su hijo mayor.

Tras 25 años sirviendo en Berlín, el “cíclope” decidió que ya era suficiente y en 1766 aceptó la nueva invitación de Catalina la Grande para volver a San Petersburgo, donde trabajó hasta su fallecimiento en 1783.

 

 

 

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