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jueves, enero 3

El almanaque de Gotha: la guía de la realeza I



(Un artículo de Amadeo Martín Rey  y Cabieses en la revista Época del 28 de noviembre de 2010)

Dicen que el príncipe Metternich afirmó: "Para mí la condición humana comienza en los barones". Parece que este curioso punto de vista era compartido por Justus Perthes, editor del prestigioso Almanaque de Gotha, libro imprescindible en cortes, cancillerías y embajadas, en las bibliotecas de grandes familias y  en las de historiadores y genealogistas. La palabra gotha, capital del antiguo ducado de Sajonia-Coburgo-Gotha, se ha incorporado al acerbo semántico para aludir al conjunto de la realeza. Si hay un libro que -casi tanto como la Biblia- han consultado los príncipes ha sido el Almanaque de Gotha. La duquesa de Segovia lo utilizó para proponer a su hijo el duque de Anjou y de Cádiz, Alfonso de Borbón, una novia adecuada, católica y de familia real: la archidu quesa Constanza de Austria, acertada elección truncada con la trágica muerte del duque. 

El Gotha ayuda a ejercer de perfecto cortesano. Una de las chismosas más ilustres de las cortes europeas, la princesa Catherine Radziwill, describía a éstos como gente agradable que desde su infancia han sido enseñados a sonreír, aunque estén aburridos, y a recordar caras y nombres. El Gotha llevaba a los hogares aristocráticos y burgueses algo de ese encanto regio derivado de un prestigio principesco aún inmenso. 

Aparecer en el Gotha suponía una verdadera consagración. En Cannes vivía una vieja dama que, cuando recibía su nueva edición del Gotha, hacía cambiar las tapas rojas y encuadernaba con sus propias armas la parte genealógica del libro, única que se molestaba en leer. Sin embargo, la sección diplomática y estadística era utilísima. El príncipe Bernhard von Bülow cuenta en sus memorias que durante las negociaciones del armisticio de 1871 el conde Guido Henckel von Donnersmarck, amante -y luego esposo- de la marquesa de Païva, fue llamado a Versalles para aconsejar sobre la indemnización de guerra que debía pedirse a Francia. Oponiéndose a Bleichröder, que decía que podría pagar como máximo mil millones de francos, Henckel mantuvo que podría dar cinco mil millones y justificó su opinión en un memorando redactado en una noche, usando estadísticas del Almanaque de Gotha: fina venganza contra el país cuyo segundo imperio censuró sus devaneos amorosos. 

La primera edición del Gotha, de 1763, realizada por Carl W. Ettinger en la corte de Federico III, duque de Sajonia-Gotha-Altenburg, fue patrocinada por la duquesa, nacida princesa Luisa Dorotea de Sajonia-Meiningen, admiradora de Voltaire, que mantuvo una fastuosa corte à la grande mode française. Eran libros que, además de datos estadísticos y diplomáticos, aportaban información, con fama de infalible, acerca de las familias reales y principescas de toda Europa. Empezó con 20 páginas y llegó a tener 1.225. 

Desde su fundación y hasta 1944 se editó anualmente en la ciudad de Gotha, en esa corte donde las precedencias y el ceremonial eran obsesión. James Boswell la visitó en1764 y se sorprendió de la sencillez del duque reinante, que hablaba de su hermana la princesa de Gales como lo habría hecho cualquier noble escocés. Eso sí, su biblioteca era soberbia: eran amantes de la literatura y las ciencias, hablaban en francés y por eso en1763 Wilhelm de Rothberg imprimió en ese idioma el primer almanaque. El año siguiente Klüpfel, antiguo tutor de la casa ducal, introdujo la genealogía de las casas reinantes y una tabla cronológica de los emperadores del sacro imperio. Al principio se publicaba en francés y alemán. A inicios del siglo XIX se incluyeron los nombres de embajadores y ministros plenipotenciarios. A partir de 1768 se adornó con grabados alegóricos o mitológicos, luego reemplazados por otras composiciones diseñadas por el polaco Daniel Chodowiecki, conocido como el delicioso Chodowiecki, pintor de la vida íntima de la Alemania del siglo XVIII. 

En la primera parte de ese librito se incluían las casas soberanas de Europa con las ramas con derechos sucesorios, así como las casas soberanas desposeídas de sus estados a raíz del Tratado de Viena. La segunda parte estaba dedicada a la genealogía de los señores mediatizados de Alemania: casas principescas cuyos jefes tenían el tratamiento de alteza serenísima y casas condales cuyos jefes tenían el de alteza ilustrísima. Eran familias que, aunque no poseían vasto poder, eran consideradas de igual rango para casar con las familias soberanas, constituyendo un vivero de princesas para las casas imperiales y reales. Si una condesa de la segunda parte se casaba con un príncipe de la primera, su alianza era considerada igual y sus hijos se consideraban aptos para la sucesión, es decir eran considerados dinastas. Ejemplo de vivero matrimonial eran los Sajonia, que poseían cinco tronos a principios del siglo XIX y que lograron sentarse en otros cuatro: Bélgica, Portugal, Bulgaria y Gran Bretaña. La duquesa de Dino, otra inveterada cotilla de ese siglo, relató en sus memorias que, durante las negociaciones previas al matrimonio de la reina Victoria, preguntó quién iba a casar con la joven soberana inglesa y se le respondió: Uno de los sementales reales, por supuesto! Un príncipe de Sajonia- Coburgo-Gotha".

1 Comments:

At 2:35 p. m., Blogger Manuel Martín Diéguez said...

ME HA GUSTADO. MUY INTERESANTE

 

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