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jueves, marzo 11

Mencía de Calderón, rumbo al Nuevo Mundo

(Un artículo de Elvira Menéndez en el suplemento Crónica de El Mundo del 7 de febrero. Esta escritora es asimismo autora de un libro «Corazón del Océano», que recrea esta historia)

"La historia de Mencía de Calderón merece ser recordada cuando se cumplen 460 años de su partida desde Sevilla, en esta España de 2010 con un creciente protagonismo de las mujeres. Nombrada gobernadora en el Nuevo Mundo, tardó seis años en llegar. Así fue el penoso viaje.

10 de abril del año 1550. Hace poco que amaneció. De repente, una conmoción sacude el Arenal, el puerto fluvial de Sevilla. Las carretas se inmovilizan. Estibadores, calafates, marineros, comerciantes, soldados, hidalgos, pícaros, esclavos, mendigos, capeadores y toda clase de gentes de buen y mal vivir, se quedan con la boca abierta al ver aparecer a unas 80 damas, primorosamente peinadas, maquilladas y vestidas. Al frente destaca una señora enlutada, Mencía de Calderón, de mirada inteligente, que camina con firmeza. Parece mayor de los apenas 33 años que cuenta.

-¿A dónde irán esas damas?- se preguntan los curiosos.

-Al Río de la Plata- acierta a explicar un enterado.

-¿No dicen que esa zona de las Indias es muy pobre y le han puesto el nombre de Río de la Plata para atraer pobladores?

-No debe de serlo tanto cuando damas tan principales viajan allí. Mirad que ricas prendas llevan y lo hermosas que son.

Sin duda tienen la frescura de la juventud, pues la mayoría ronda los quince años. Pero no son ricas. Sus familias hidalgas sacaron de los arcones sus mejores ropas, heredadas de sus ancestros, para paliar el remordimiento que sentían por tener que enviar a sus hijas a casar al Nuevo Mundo. No disponían de dinero con que dotarlas y tampoco forma de conseguirlo. Un cristiano viejo, de sangre limpia, sin ascendientes judíos, moros ni conversos, no podía dedicarse a tareas innobles como la agricultura, la industria, la usura o el comercio, sino a administrar sus tierras o a servir a su majestad, ya fuera en la administración o con las armas. Como no tenían dinero para dotar a sus hijas, el enviarlas a matrimoniar con un conquistador era una solución honrosa.

-¿Y quién es esa dama enlutada, que camina junto a un joven, dos muchachas y una niña?

-Es Mencía de Calderón, la Adelantada- comenta alguien.

-¿La Adelantada? ¡Alabado sea Dios! ¿A dónde vamos a llegar? ¡Nombrar a una mujer para gobernar territorios del Nuevo Mundo!

Mencía de Calderón y su séquito llegan al pie de las rampas que la tripulación ha colocado para que las mujeres suban con más comodidad a los tres buques que las esperan anclados en mitad del río. Allí se divide el cortejo. Las mujeres que viajan con sus esposos o padres, embarcarán en la nao capitaneada por Francisco de Becerra. La gente de armas y la mayoría de los pertrechos, en la nave del capitán Ovando. Y doña Mencía, sus tres hijas y la mayor parte de doncellas, en el San Miguel. Es el más grande y espacioso de los tres, aunque también el más lento.

Las incomodidades comienzan nada más zarpar. Disponen de un espacio de unos 200 metros cuadrados para más de 50 mujeres y otros tantos tripulantes. Tienen que dormir amontonadas. Las ratas, cucarachas, pulgas y chinches se enseñorean del barco. La falta de higiene y el hedor son insoportables. Más para las mujeres, que sufren la costumbre, como se llama a la menstruación en la época. De ninguna manera se puede desperdiciar el agua dulce en lavarse. Los marineros lo soportan bien, acostumbran a bañarse y cambiarse de ropa al final del viaje. Pero las mujeres tienen que lavar su ropa íntima. Han de conformarse con meterla en jaulas, que echan al mar para que la corriente las enjuague. ¡Las escoceduras que los tejidos endurecidos por la sal les producen!

En los primeros días de viaje nada de eso les importa. Sus rostros resplandecen de felicidad. Viajan al Nuevo Mundo a contraer matrimonio con conquistadores. A dar ejemplo a las indias de honestidad, maneras y buenas costumbres. A conseguir un marido rico y disfrutar de una vida mejor. Además, se dice que en las Indias las mujeres pueden desplazarse de un lado a otro sin la celosa vigilancia de hermanos o maridos. Para ellas, que nunca habían salido de sus pequeñas villas de Extremadura, aquel viaje es una aventura fascinante. ¡Qué poco sospechan que tardarán seis años en llegar a su destino! Tendrán que sortear tempestades, ataques de piratas, peste, prisión en territorio portugués, hostigamiento de los indios, y, por último atravesar a pie más de 1.600 kilómetros de selva para alcanzar la meta.

Mencía de Calderón nunca soñó que protagonizaría esta asombrosa epopeya, pues era su esposo, Juan de Sanabria, el encargado de conducir la expedición. Este rico hidalgo, natural de Medellín, Extremadura, ciudad donde había nacido Hernán Cortés, quizá impresionado por las hazañas de este conquistador, o por las riquezas fabulosas que llegaban del Nuevo Mundo, solicitó al emperador Carlos V el cargo de Adelantado, simular a un virrey, del Río de la Plata y del Paraguay.

El Emperador se lo concedió a cambio de que llevara una flota de no menos de seis barcos con doncellas hidalgas «para poblar». La ciudad de Asunción del Paraguay era conocida como el jardín de Mahoma porque los españoles tenían harenes de indias y tenían por costumbre -una de las pocas decentes-: reconocer a sus hijos mestizos y considerarlos sus herederos a todos los efectos. Esto implicaba un riesgo de independencia que la corona quería atajar frenando el mestizaje.

Tras vender sus bienes y los de su esposa, Juan de Sanabria y los suyos se trasladaron a Sevilla para armar los barcos. Los acompañaban algunas familias extremeñas que buscaban en el Nuevo Mundo una vida mejor. Y también unas 80 jóvenes hidalgas de sangre limpia, sin ascendientes judíos, conversos ni moriscos.

Pero Juan de Sanabria murió en 1549, antes de poder zarpar. Esto supuso una enorme contrariedad para el Consejo de Indias, pues su hijo y heredero, Diego de Sanabria, apenas tenía 18 años y no podía hacerse cargo de la misión. Portugal se estaba adueñando de territorios que no le correspondían y tenía los ojos puestos en el Río de la Plata; quebrantando el Tratado de Tordesillas mediante el cual las mayores potencias de la época se repartieron el mundo.

Mencía de Calderón se ofreció a llevar a cabo la misión encomendada a su difunto marido. Sorprendentemente, el Consejo de Indias aceptó confiar esta importante expedición a una mujer. Se acordó que zarparía con tres naves. Y su hijastro -Diego era hijo del primer matrimonio de su esposo- la seguiría 10 meses después con otras tres.

Partió de Sevilla en 1550. Poco después de dejar las Canarias, una terrible tormenta destrozó su nao y la separó de las otras dos. Se vieron obligados a costear a lo largo del golfo de Guinea. En aquellas aguas fueron atacados por unos piratas franceses. Mencía, temiendo que ultrajaran a las mujeres para después venderlas en los mercados de esclavos del norte de África y que asesinaran al resto de la tripulación, decidió no pelear, en contra de la opinión de sus hombres de mando, aguerridos soldados. Negoció con los piratas no hacerles frente y dejar que se llevaran todo lo que había de valor en el barco a cambio de que respetaran las vidas de los expedicionarios y el honor de las mujeres. Robaron casi todo: instrumentos de navegación, joyas, ropas…

Pasaron meses en algún lugar perdido de la costa de Guinea reparando la nave. Tarea en la que participaron las mujeres cosiendo velas, haciendo cuerdas, preparando conservas… Cruzar el océano sin instrumentos de navegación era casi impensable. Se perdieron en el mar durante meses. Sufrieron hambre, sed y se declaró la peste, a causas de la cual murieron muchos tripulantes y bastantes mujeres, entre ellas la hija menor de Mencía.

Cuando arribaron a la isla de Santa Catalina (hoy Santa Catarina, Brasil), pensaron que sus miserias habían finalizado. Pero los indios los atacaron, y tuvieron que pedir ayuda a los portugueses; se trasladaron a la capitanía lusa de San Vicente y allí estuvieron prisioneras durante dos años.

Cuando, por fin, los expedicionarios fueron liberados, algunas mujeres se casaron con portugueses y se quedaron en la próspera capitanía de San Vicente. Otras se casaron con miembros de su misma expedición, entre ellas las hijas de la líder de la expedición.

Mencía fundó una colonia en San Francisco (Brasil), como le había ordenado el Consejo de Indias. Desgraciadamente tuvieron que abandonarla pocos meses después, debido a los ataques de los tupies. Exhaustas y desesperadas, se dirigieron a Asunción a través de la selva acompañadas de algunos hombres. Tuvieron que recorrer más de 1.600 kilómetros en condiciones muy penosas, pero después de muchos sinsabores alcanzaron su destino. Llegaron unas 40, la mitad de las que salieron de Sevilla seis años antes.

Allí Mencía se entera de que la Corona, dando su expedición por perdida, ha confirmado a Diego Martínez de Irala como gobernador del Río de la Plata. Diego, el hijo por el que Mencía tanto luchó, nunca llegó a ocupar el cargo de Adelantado. A causa de una tormenta, su nao se desvió hasta la costa venezolana. Murió, se dice, a manos de los indios cuando trataba de llegar a Asunción a través de la selva.

Las mujeres que llegan a Asunción no son las mismas niñas que salieron de Sevilla con el propósito de matrimoniar con «conquistadores». Muchas han muerto en el camino, incluida la hija pequeña de la Adelantada. Las que sobrevivieron, después de la dura experiencia del viaje, son mujeres fuertes, osadas, capaces de enfrentarse a cualquier peligro.

Aunque Mencía de Calderón haya sido injustamente olvidada, sus descendientes -y los de las mujeres que la acompañaron- han llegado a formar parte de las élites de lo que hoy es Paraguay, Uruguay y Argentina.

Los hombres y mujeres que como ella se preocuparon más de la colonización que de la conquista -ella llevaba en sus barcos libros, semillas, instrumentos de labranza y animales vivos para impulsar la ganadería y la agricultura-, escribieron con sus esfuerzos una de las partes más importantes de la historia de América ¡y la nuestra! En 1564, Mencía escribió un breve relato donde narra su odisea. Es su legado a la Historia."

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