La profecía de Arthur Laffer
(Un artículo de Carlos Salas en el suplemento económico del Mundo del 20 de junio de 2010)
Fue en los años 70 cuando el economista norteamericano Arthur Laffer, profesor de Negocios de la Universidad de Chicago, se hizo famoso por definir hasta dónde podría aguantar un pueblo la carga de los impuestos. Si los impuestos gravaran el 100% del salario de una persona, la economía no funcionaría. Si gravaran el 0%, tampoco. En el primer caso el Estado se lo quedaría todo, una especie de comunismo total. En el segundo, sería el hiperliberalismo, el no-Estado, y entonces, ¿quién pagaría las carreteras?
Fue en los años 70 cuando el economista norteamericano Arthur Laffer, profesor de Negocios de la Universidad de Chicago, se hizo famoso por definir hasta dónde podría aguantar un pueblo la carga de los impuestos. Si los impuestos gravaran el 100% del salario de una persona, la economía no funcionaría. Si gravaran el 0%, tampoco. En el primer caso el Estado se lo quedaría todo, una especie de comunismo total. En el segundo, sería el hiperliberalismo, el no-Estado, y entonces, ¿quién pagaría las carreteras?
Laffer pensó con sentido común que debería haber un punto óptimo entre esos dos extremos de una curva donde el Estado recauda lo máximo. Si un ministro de economía se pasa de ese punto, no se recaudan más impuestos, sino menos, porque se frena la economía.
Arthur Laffer presentó esta idea, que en realidad era un poco antigua, a un grupo de políticos republicanos en una cena en 1974, entre los que estaban Donald Rumsfeld y Dick Cheney. Dibujó su curva en una servilleta y, como siempre, hubo un periodista presente en esa cena que encontró una metáfora: a partir de entonces, la búsqueda de este punto de la recaudación se llamó curva de Laffer. Este periodista se llamaba Jude Wanniski y escribía para The Wall Street Journal.
Encandilado por esta hermosa colina cartesiana dibujada en un papel con manchas de café, Ronald Reagan le pidió a Laffer que fuera su consejero, y por supuesto bajó los impuestos durante su mandato, entre 1981 y 1989, inaugurando con ello la Reaganomics. Y aquí viene la pelea de los interpretadores. Dado que el déficit de la Administración americana se disparó durante el mandato de Reagan, los adoradores de impuestos afirman que Laffer y su invento eran una tontería, y que eso de bajar los impuestos no catapulta nada, sino que vacía la caja del Estado. Otros en cambio, dicen que Reagan hizo bien en bajar impuestos: pero en lugar de reducir los gastos del Estado o de recortarlos, el famoso ex-actor preparó y lanzó el programa espacial más ambicioso hasta entonces conocido con el deseo de interceptar misiles soviéticos en el espacio y acabar de una vez con la amenaza comunista. Este programa se denominó La Guerra de las Galaxias en honor a la famosa película de George Lucas. Los politólogos afirman que quizá Reagan endeudó a América hasta límites inconcebibles, pero también arruinó a la Unión Soviética, que invirtió una cantidad enorme de dinero para no perder distancia, lo que supuso su fin político. Por eso, las dudas sobre si Laffer tenía razón siguieron debatiéndose en los artículos científicos.
En 1996, España aplicó una versión de Laffer con tortilla de patatas que podríamos denominar Ratonomics. Siendo Rodrigo Rato ministro de economía, escoltado por escuderos como Cristóbal Montoro y josé Folgado, emprendieron una de las mayores liberalizaciones conocidas hasta la fecha: paralizaron las cuantiosas inversiones del Estado (lo que no hizo Reagan), congelaron el sueldo a los funcionarios, redujeron las tarifas de la energía y bajaron el tipo máximo del IRPF del 56% al 45%.
El resultado fue lo que Laffer había soñado. Con la misma nómina bruta, millones de españoles se vieron con más dinero en las manos por la sencilla razón de que bajaban los impuestos y los gastos. Las familias se pusieron a gastar y las empresas aprovecharon esa necesidad fabricando más pantalones, coches, casas, fresas y papel higénico. Y contratando más gente. Era sorprendente: bajando los impuestos, subía la recaudación y el empleo. Y lo hacía porque el dinero se movía más rápidamente y porque entraba más gente en el circuito económico. [...]
Una de las definiciones más originales las dió el decano de la Facultad de Derecho de Alcalá de Henares, Alfonso M. García-Moncó. Se hizo la siguiente composición: si bajamos el salario a los funcionarios, congelamos pensiones, aumentamos el paro, incrementamos el ahorro por el miedo a qué pasará en el futuro, y encima subimos los impuestos, tendremos "la tormenta fiscal perfecta". Se recaudarán menos impuestos y se frenará la economía. [...]
Nota de Catalina: no me resisto a recordar una frase muy sabia de un gran hombre: Winston Churchill. Dijo en una ocasión que "una nación que intente prosperar subiendo los impuestos es como un hombre de pie en un cubo tratando de levantarlo tirando del asa". Y no, este des-Gobierno no sabe de economía, pero tampoco de historia.
Etiquetas: Economía para curiosos
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