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martes, febrero 28

Sopa de pollo

(Extraído de un artículo de Carmen Machado en el Magazine de El Mundo del 12 de febrero)

[...] una investigación realizada recientemente por Ken Albala, historiador de la Universidad del Pacífico, en California (EEUU), señala que cuando nos sentimos enfermos la sopa de pollo es un alimento recomendable, sobre todo porque es "una comida liviana, nutritiva, restauradora y de fácil digestión". Según el estudio de Albala, "es similar a lo que se da de comer a los bebés: es un alimento nutritivo, pero su digestión no requiere gran esfuerzo, y es una forma de hacernos sentir bien y de regresar a lo más básico". Y lo más básico es, sin duda, esa sopa humeante y aromática que las madres han preparado durante siglos para sus hijos enfermos.

La historia viene de lejos. Como cuenta Carlos Azcoytia, director de la revista digital historiacocina.com y presidente de la ONG Grupo Gastronautas, "el pollo se utiliza en la alimentación desde el primer contacto con ese animal, dada la facilidad para su caza. Estas aves proceden de la India oriental y las estribaciones del Himalaya. Las primeras noticias documentadas proceden de los tiempos de Tutmosis III en Egipto, entre los años 1.500 y 1.450 a.C., ya que formaban parte del tributo de un pueblo asiático al faraón. De allí se extendieron al resto de Europa y fueron traídas a España en el siglo VII a.C. por los fenicios", explica.

Desde que el pollo fue a la cazuela comenzaron a atribuírsele propiedades curativas. Según Azcoytia, "Dioscórides, un médico griego del siglo I, recomendaba esta sopa para combatir diferentes enfermedades, entre ellas el asma". Y en el siglo XII el médico judío Maimónides afirmaba otro tanto y cuentan que a base de sopa de pollo logró curar el asma del hijo del sultán Saladino. De hecho, los recetarios médicos judíos medievales están llenos de referencias a sus cualidades digestivas y anticongestionantes, de forma que esta sopa se ha conocido como la "penicilina judía", y tal vez por eso, en la obra Manual de Mujeres, un anónimo castellano del siglo XVI, se ensalzan sus virtudes para curar a los enfermos.

De todos es sabido que las mujeres que acababan de dar a luz eran reconfortadas tras el parto con una sopa de pollo o gallina, costumbre que aún pervive en nuestros días. [...] ¿Por qué de pollo y no de otro tipo e carne? El doctor Ziment, neumólogo de la Universidad de California, ha publicado varios trabajos al respecto en los que se asegura que al hervir la sopa se libera cisteína, un aminoácido natural que contiene el pollo. Este elemento tiene un gran parecido químico con la acetilcisteína, fármaco recomendado en caso de bronquitis e infecciones respiratorias. Y el doctor Ziment añade la acetilcisteína se obtuvo inicialmente de las plumas y la piel de pollo.

El doctor Jesús Román, presidente de la Fundación Alimentación Saludable, matiza que las afirmaciones de Ziment son ciertas pero "hay que entender que la dosis y concentración del fármaco acetilcisteína es la que tiene un efecto sobre la fisiología del organismo. La concentración existente en el pollo es baja". Es decir, que no podemos afirmar que la sopa de pollo sea un medicamento, pero sí que es un plato recomendable para los enfermos porque, como asegura Román, "ingerir las sopas calientes es lo que, usualmente, proporciona alivio y seguridad al paciente". Y es que esa es una de las claves que hay que tener en cuenta: para que la sopa de pollo surta efecto hay que ingerirla bien caliente. El doctor Marvin Sackner, neumólogo del centro médico Mount Sinai, de Miami (EEUU), publicó en 1978 un estudio sobre la sopa de pollo en la revista médica Chefs, y concluyó, entre otras afirmaciones, que "contiene una substancia aromática que ayuda a despejar las vías respiratorias". O sea, que es como si estuviéramos haciendo vahos pero en lugar de hacerlos con eucaliptos, nos servimos de los ingredientes más típicos de la sopa de pollo: la cebolla, un típico remedio casero anticongestivo debido a su contenido en aminoácidos y flavonoides; el ajo, antibiótico natural; y su poquito de picante -puede ser pimienta negra- ya que, según el doctor Ziment, las substancias picantes activan los receptores nerviosos que envían mensajes al cerebro, el cual actúa sobre las glándulas productoras de las mucosidades logrando que éstas se hagan más líquidas y puedan ser expulsadas con mayor facilidad.

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