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miércoles, junio 27

El limpiabotas que inspiró Drácula III

(Y la última parte)

Ennoblecido por ese estatuto, se vistió como un turco de clase alta y adoptó su gestos y maneras. Como buena presencia y buenos modales abren puertas principales, pudo entrar al servicio del Gobierno otomano y se ganó la estima del sultán Abdul Hamid II. Aunque vivía como un pachá,dejó Turquía en el temor de que su vida cortesana adormeciera su instinto aventurero. Entonces recorrió Persia, el Cáucaso y el Turquestán disfrazado de derviche. Viajó por las estepas montañosas con caravanas de mercaderes, cuadrillas de mendigos y hordas de ladrones. Ya imbuido de su papel de místico, pisó las arenas del desierto y alcanzó las murallas de Jiva como espía al servicio del Gran Juego – acepción creada por Rudyard Kipling para referirse a las políticas del siglo XIX de Rusia y el Reino Unido, para controlar Asia Central – de los británicos. Advertidos de las intenciones de rusos e ingleses, los khanes asiáticos prohibieron la entrada a los extranjeros. Vambery se jugaba la vida, sobre todo en Bujara, en donde algunos años antes los ingleses Stoddart y Conolly, tras años en un calabozo, fueron decapitados por el emir Nasrullah Khan, conocido como El Carnicero, el mismo que detuvo a Vambery sospechando los orígenes occidentales del falso derviche.Sólo su sabiduría y la intercesión del jefe de la caravana, quien creía en la fe de Vambery, lo sacaron del trance.

Cuando no pudo soportar la comezón de los piojos y la mordedura del hambre, volvió al confort de Occidente. Entonces sufrió un choque cultural a la inversa y no pudo eliminar los disfraces que tan profundamente se habían confundido con su piel. Sintió que ya no pertenecía a ningún sitio.En Asia lo tomaban por extranjero y en Europa pensaban que era un persa o un osmanlí disfrazado.

En 1864 publicó Viajes al Asia Central de un falso derviche, su primer libro autobiográfico, que fue un best seller en toda Europa, pero que en Inglaterra fue leído como una útil cartilla militar y política. Además de servir a los designios imperiales de Su Graciosa Majestad como un James Bond avant la lettre, se empapaba como una esponja del folclore de Oriente y, especialmente, de un capítulo siniestro de ese acervo de leyendas: el de las fantasmales criaturas chupadoras de sangre que eran verdes, cubiertas de moho y con propensión a profanar tumbas. Hasta los 12 años Arminius Vambery había trabajado como limpiabotas en las calles de Budapest, pero se convirtió en amigo del Príncipe de Gales, más tarde de Eduardo VII y en huésped frecuente del castillo de Windsor.

La vida de este magiar trotamundos fue tan ancha que tuvo que escribir varias veces su autobiografía.
En la sociedad del Amanecer Dorado,entre ocultismo y protocolos rosacrucianos, trabó amistad con Bram Stoker que, gracias al amigo húngaro, cinceló el canon inmortal de los no-muertos.