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martes, septiembre 25

Agualoja

(La columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 9 de septiembre de 2007)

Son muchos los antecedentes, no sólo las aguas de limón o de cebada y la zarzaparrilla, de los refrescos que hoy se anuncian en la televisión. Tienen globalizada la sed de los humanos y, bien fresquitos, comparten con la cerveza la gloria líquida de las bebidas del verano. Uno de los más afamados era el agualoja, hecho con agua, miel y algunas hierbas aromáticas que, como corresponde a la leyenda actual de la Coca-Cola, pertenecían al secreto de sus fabricantes. A la llegada de los primeros calores, desde el siglo XVI hasta finales del XIX, los vendedores ambulantes de agualoja –también conocida como aloja– salían de Cantabria, recorrían Castilla la Vieja y llegaban hasta la Nueva. Consta su presencia en Toledo. Lope de Vega habla de ellos en La Dorotea y eran especialmente conocidos los de Reocín y Entrambasmestas.

Los cántabros, como ya no son castellanos, se quedan en Cantabria. En La Montaña, según la terminología clásica. Quizá sea que no se atrevan a salir por la carretera o el ferrocarril que (in)comunican Santander con Madrid. Olvidado el agualoja, muchos de ellos prosperan en restaurantes de notable y creciente interés. Señalaremos, como ejemplo, a Cañadío (Gómez Oreña, 15. Santander), donde Francisco Javier Quirós busca y encuentra formas de actualizar los sabores de la tierruca. También Los Avellanos (avenida Fernández Vallejo, 122. Tanos, Torrelavega), que legítimamente presume de su recién alcanzada estrella Michelin y que, además de una buena cocina, a cargo de Javier Ruiz, ofrece un comedor ejemplar por su orden y concierto, en el que actúa de maestresala Jesús Ortiz y que dispone de una bodega bien surtida y muy atenta a las novedades que, para nuestra alegría, cada vez son más y mejores.