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sábado, septiembre 22

Diarios: trozos de vida I

(Un artículo de Gonzalo Ugidos en el Magazine de El Mundo)

Antes de que existieran los blogs, Twitter y Facebook, los diarios fueron un escape donde sus autores plasmaron su entorno, rutina e íntimos secretos. [...]

Aunque notodo el mundo puede escribir el Quijote (ni siquiera La sombra del viento, de Ruiz Zafón), casi todo el mundo puede escribir y, de hecho, suele hacerlo en los 140 caracteres de un tweet o en las largas parrafadas de un blog. Lo de dejar asiento contable de la propia intimidad: es un asunto antiguo que tiene que ver más con el desahogo que con la literatura, aunque a veces confluyan, como en los diarios de Ana Frank, John Cheever o Bioy Casares. A los diaristas los mueve la consoladora sospecha de que lo dicho
vuela y lo escrito permanece, aunque no sea ni una novela ni un soneto, sino los propios secretos o los ajenos cotilleos: pocos leen la obra de ficción de los hermanos Goncourt, pero su chismoso Diario es un valioso testimonio de la sociedad literaria parisina de finales del Siglo XIX.

Samuel Pepys fue presidente de la Royal Society, miembro del parlamento y secretario del almirantazgo, pero su fama le viene de una manía: durante 10 años anotó con celo todo lo que pasaba en Londres y todo lo que le pasaba a él en grandes hojas que son la fuente primaria más importante del periodo de la Restauración inglesa. A través de notas taquigráficas, que tardaron más de un siglo en ser descifradas, su diario suministra una meticulosa información sobre la Gran Peste de 1665, el Gran Incendio de 1666, la guerra contra Holanda, las intrigas cortesanas o la vida cotidiana. [...] en la Morgan Library, cuya comisaria de manuscritos históricos y literarios, Christine Nelson, ha expurgado en los fondos propios para rescatar curiosas muestras de la grafomanía en primera persona. [...] incluyen desde los apuntes del pirata Bartholomew Sharpe, que abordó galeones españoles en el siglo XVII, hasta las anotaciones en un bloc de notas del policía neoyorquino Steven Mona, mientras asistía a la catástrofe del 11 de septiembre de 2001.

[...] personajes como Edward Gibbon, historiador británico del siglo XVIII, que durante años documentó la decadencia y caída del Imperio Romano. Sabía que su libro era un empeño de coloso y sintió la necesidad no sólo de escribirlo, sino de revelar el proceso. En su cuaderno anotó hasta el importe del papel y la tinta y el de la deuda saldada con un cocinero. O en Charlotte Bronte, maestra de 19 años, quien confiesa en su diario la fatiga, la nostalgia y el frío de aquella escuela lejos de su casa en el condado de Haworth (Reino Unido). Ycómo obviar el enorme volumen del traficante de esclavos británico John Newton, que relata su
conversión espiritual y su posterior oposición a la esclavitud: "Me encuentro a mí mismo condenado en cada página".

La reina Victoria anotó minuciosamente la peripecia de sus viajes a las Highlands, y John Steinbeck capturó en su diario la sustancia de los días previos a la escritura de Las uvas de la ira. En los márgenes inferiores de las páginas de su diario de viaje, Einstein incluye cálculos de electromagnetismo, y Bob Dylan, en su gira entre 1973-1974 junto a The Band, dibuja en su cuaderno de anillas una vista desde la habitación de su hotel en Memphis (EEUU).

Por debajo de esa heterogeneidad, fluye la corriente de una pulsión notarial, del instinto de levantar acta del presente para que el porvenir no olvide. Todos ellos, como tanta gente desde hace siglos, encontraron en sus
confesiones en cuadernos, hojas sueltas o moleskines de bandas elásticas, un refugio, un paliativo para la
soledad o la angustia o, simplemente, la vanidad de preservar para el futuro el flujo de sus vidas y dejar su huella de su paso por el mundo.

[...] el crítico Edward Rothstein de The New York Times, se refirió a que los diarios (como las memorias o las autobiografías) son a menudo una mentira, una ficción, un género de la literatura fantástica, aunque como escribió Heine: "Nadie puede decir la verdad sobre sí mismo". Conocemos las Confesiones de san Agustín y las de Rousseau, [...] y es lícito sospechar que tienen tanto de documento como de folletín, de realidad  como de impostura. Como todos los diaristas, ambos ignoran cierto consejo kantiano: "De nosotros mismos es mejor callar".