El círculo, la pelota y el equipo
(Un artículo de Carlos Salas en el suplemento económico de El Mundo del 11 de julio de 2010)
Los habitantes de Mandalay estaban un poco asustados
de que una persona no nativa de Myanmar (Birmania), y encima de raza negra, quisiera
aprender una actividad milenaria que consiste en mantener en el aire una pelota
más pequeña que un balón de fútbol. Greg Hamilton fue el primer occidental que
quería practicar chinlón.
El chinlón se parece a ese momento lúdico en que los
futbolistas exhiben su habilidad golpeando el balón con el empeine, subiéndolo
a la nuca, dejándolo caer para golpearlo con el muslo, o girándose antes de que
toque el suelo para elevarlo de nuevo. Para los birmanos es más que un deporte:
es una danza, es un ejercicio de concentración, es una forma de trabajar en
grupo, es una actividad que conjuga el equilibrio físico y mental.
Los que practican chinlón forman un circulo de cinco
personas con una persona adicional en el centro. Parece el sistema solar. Es el
wein kat, círculo
que golpea. El jugador del centro devuelve la pelota con un golpe de pie o de rodilla
mientras todos giran y, si este jugador impulsa
con demasiada fuerza la pelota, los demás tienen que impedir que se escape.
Algunos golpes se dan sin ver la pelota pero siempre hay que hacerlo de una
forma hermosa. «Un movimiento se considera que es bueno cuando se ha realizado
con una buena figura», dice Greg.
Este deporte nació hace más de 1.500 años y muchos
de sus movimientos proceden de las artes marciales y de la danza. Lo juegan hombres
y mujeres, niños y ancianos. Para estos últimos es la mejor vía de mantenerse
saludables. Se puede practicar en solitario
también, se llama tapandaing, pero sólo
lo hacen las mujeres.
Lo asombroso del chinlón es que nadie compite contra
nadie. Todo lo contrario, es una actividad grupal cuya meta es que todos vibren
al mismo tiempo, giren, golpeen el balón y se ayuden. Tampoco el grupo A
compite con el grupo B. Las exhibiciones
públicas de chinlón atraen a miles de personas en Myanmar, sobre todo en los
festivales budistas. Pero no van a ver cómo un equipo derrota a otro, sino a
comprobar hasta qué punto los jugadores se pasan la pelota y se unifican antes
de que ésta toque el suelo o salga del círculo. Es como asistir a una sesión
del Circo del Sol en una cancha de futbito.
Greg Hamilton fue aceptado en la comunidad de los
mejores jugadores de chinlón porque era un cabezota. A raíz de esta obsesión, un
trotamundos amigo de Greg y él mismo decidieron hacer un documental de 83
minutos sobre el chinlón llamado The mystic
ball (La pelota mística). Se
puede ver en www.mysticball- themovie.com.
No es un documental sobre viajes a un país exótico,
con comentarios del tipo: “Mmm, qué buenas
son las arañas fritas de Birmania”. Greg narra su experiencia diciendo cosas
como “llegó un momento en que dejé de sentir el mundo físico pues me había
compenetrado con los otros jugadores”. También comenta que cuando se llega al
estado de concentración pura se llama Yana, una palabra que viene de otra que
conocemos: Zen.
Es un documental sobre la formación interior, la
lucha
contra la adversidad, la construcción de una comunidad, el trabajo en equipo, y
sobre todo, de ese momento místico en que un grupo de hombres y mujeres
comienzan a orbitar en la misma circunferencia, a vibrar en la misma onda, a girar
con la misma velocidad espiritual... Ese momento lo han experimentado todos los
humanos en una cancha deportiva o en la empresa alguna vez en su vida. Es cuando
todas las piezas encajan y funcionan al 100%. Es algo más cósmico que terrenal.
Una de las fuerzas que ha catapultado a la selección
de fútbol de España es que los jugadores sienten que han formado una piña.
Todos hablan en plural. En muchas empresas se ha logrado hacer lo mismo: hacer
que todos giren en el mismo sentido y se sientan parte de un mecanismo
superior.
Hace muchos años, mientras jugaba al pimpón con uno
de mis mejores amigos, llegamos a un grado de compenetración tan profundo que
nos olvidamos de ganamos: estuvimos dos horas manteniendo la bola de un lado
para otro desde distancias cada vez más lejanas de la mesa. Cuando vi el
documental de Greg Hamilton, dije: “Eso es lo que nos pasó».
Pregunté a Greg por correo electrónico si se le
había ocurrido enseñar esas reflexiones al mundo de la empresa y confesó que
varias personas le habían sugerido lo mismo. Greg piensa que el modelo
hipercompetitivo del deporte que es tan popular en las empresas “refleja la
ausencia de unidad, de empatía; ahí falta el deseo de destacar lo mejor que hay
en nosotros o para quien trabajamos, jugamos o amamos”.
Greg ha recogido muchas de estas
reflexiones
en escritos personales inéditos. «Tengo algunas teorías sobre por qué jugar al
chinlón tiene ese poder hipnótico y por qué observarlo es tan seductor; el chinlón
conecta con el mundo y la naturaleza humana».
Cuando uno ve el documental de Greg y la habilidad
de los birmanos para manejar su cuerpo y su mente, cae en la cuenta de que la
forma occidental de enfocar el deporte, las empresas, los negocios y hasta la
vida tiene algo de torcido. Existen coach,
que son los entrenadores personales. Existen empresas que compiten con otras.
Existen competidores. Y las jornadas de motivación en las empresas se parecen
mucho al feroz entrenamiento de un equipo de fútbol, de baloncesto o de
carreras en el que lo importante es machacar al rival. Lo llaman team-building, y muchos directivos piensan
que es saludable porque los departamentos se desafían y gana el mejor. Muy
deportivo, sí, pero no tiene nada que ver con el equilibrio, la simbiosis o la
comunidad, que ofrece el chinlón. Deportes como el chinlón demuestran que se
puede construir una comunidad física y mental sin necesidad de dejar cadáveres
en el ring. Es un salto a un escalón
superior.
En el chinlón todos giran al mismo tiempo dentro de
un círculo. Y los círculos eran considerados por los griegos como las figuras más
perfectas.
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