Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

martes, abril 23

Córcega, hija del sol y del mar



(Un artículo de Joan Carles Armengol en el dominical del Periódico de Aragón del 7 de agosto de 2011)

La isla natal de Napoleón ofrece el maridaje perfecto de luz y piedra: playas casi vírgenes conviven con un macizo granítico salpicado de pueblecitos.
A veces no hace falta ir muy lejos para entrar en el paraíso. Exóticas islas, continentes legendarios, enclaves míticos se asocian a menudo con viajes inacabables y accesos incómodos. No es el caso de Córcega, uno de los edenes más cercanos que los que vivimos en países mediterráneos podemos tener. Los griegos, que en eso no eran tontos, la denominaron Kallisté (la más bonita), y los franceses, actuales propietarios, no se complicaron la vida y la llamaron -y la siguen llamando- Île de Beauté (isla de la Belleza).

Pero no es necesario ser francés ni griego para apreciar en la actualidad lo que ofrece la isla de Córcega: un maridaje perfecto de mar y montaña concentrado en muy pocos kilómetros. Un paraíso cercano, muy cercano, en todos los aspectos. Por su historia, por su situación geográfica, por la forma de ser de su gente y, en verano, incluso más cercano porque se puede viajar en los vuelos directos que Air France dispone cada sábado y domingo desde Barcelona hasta Ajaccio, la capital política de toda la isla y administrativa de la Córcega Baja, uno de los dos departamentos en los que se divide el territorio. Bastia, al norte, preside la Corsica Suprana (Alta).

Son muchas las particularidades que hacen de la isla francesa un destino digno de ser visitado y, sobre todo, disfrutado. No ha sucumbido todavía Córcega a las ansias especuladoras que están destrozando (si no lo han acabado de hacer ya) otras islas similares. Mantiene su encanto inicial y no por ello se cierra a los visitantes. El turismo es su principal fuente de ingresos, pero las playas no aparecen dañadas por mastodónticos complejos hoteleros y las autovías brillan por su ausencia, a favor de un turismo tranquilo, pausado, capaz de valorar y disfrutar de una isla que, en apenas 8.680 kilómetros cuadrados (menos que Almería), ofrece más de 1.000 kilómetros de costa (300 de ellos, con playas de arena fina) y un macizo montañoso que la cruza de arriba abajo con 20 picos de más de 2.000 metros. Mar y montaña, pues, concentrados en la cuarta isla más grande del Mediterráneo, por detrás de Sicilia, la vecina Cerdeña y Chipre, y el doble de extensa que Mallorca. Una isla, en fin, que huye del estereotipo árido que caracteriza a otras islas mediterráneas similares y que, pese a su posición meridional y su insolación, ha merecido el apodo de isla verde por su abundante y agradecida vegetación, que no pierde su perenne color ni en los veranos más secos.

La premeditada falta de rutas rápidas agranda la isla y, también, el placer de disfrutarla con pausa. Las prisas, cuando se piensa en Córcega, hay que dejarlas en casa. Si se hace así, la gratificación será enorme. Son centenares, miles, los rincones que deparan sorpresas agradables y bellezas inesperadas. Cada recodo del camino esconde una playa remota (muchas requieren caminatas para acceder a ellas), un pueblo con sabor colgado de una ladera, un lago -natural o artificial- que oficia de espejo de las cimas cercanas, un macizo granítico imponente (de agradable parecido con Montserrat) o un acantilado de roca caliza, un puerto natural o las vistas a un mar cambiante que, en el sur, deja entrever perfectamente la isla de Cerdeña en la cercanía.

Una semana, que es lo que propone el intervalo de los vuelos dispuestos por Air France desde Barcelona en verano, es el tiempo ideal para visitar… la mitad de la isla. No es mala idea, pues, conocerla en dos tandas o, si es posible, incluso en dos semanas seguidas, sin peligro de que la saturación de belleza llegue a empacharnos: no hay que tener miedo a derrochar los verdaderos placeres.

El punto de partida, Ajaccio, nos recibe con su enorme bagaje histórico. Es una ciudad (fundada en 1492, año del descubrimiento de América) marcada por el nacimiento de Napoleón Bonaparte, el 15 de agosto de 1769. Napoleón, procedente de una familia italiana de la región de La Spezia, ya nació francés. Hacía apenas unos meses que Génova había vendido la isla a Francia por el simbólico precio de un franco. Antes, Córcega había sido colonizada por los griegos y por los romanos, y perteneció durante casi cinco siglos (desde el año 1284) a la República de Génova. Luego, solo una breve intervención inglesa (de 1794 a 1796) interrumpió la soberanía francesa.
La memoria de Napoleón, pero también la del cardenal Fesch, impregna Ajaccio, donde se pueden encontrar la casa natal del emperador, estatuas, museos… La ciudad está presidida, como casi todas las corsas, por una ciudadela amurallada de estilo genovés. Ahí vivían los italianos. Los corsos, plebeyos, lo hacían fuera de las murallas, en casas que aún conservan los colores ligures (rosa, salmón, ocre) y ventanales pintados al fresco en sus muros para dar mayor sensación de amplitud. En Ajaccio viven unas 70.000 personas, casi una cuarta parte de las que viven en la isla (290.000). La mitad de la población, aproximadamente, es corsa, y es el germen de la reivindicación de la lengua propia, que vive un renacimiento, costoso pero real, desde los años 80 del siglo pasado. El corso, lengua oficial junto al francés en todo el territorio, tiene un gran parecido con el toscano, aunque hay que evitar ante los habitantes de la isla, desde luego, intentar establecer ninguna similitud con el italiano. El corso se enseña en las escuelas primarias y cuenta con literatura y música propias, pero tiene que convivir con el francés y soportar el peso de como mínimo un 40% de población inmigrante de minorías marroquíes, tunecinas, italianas y portuguesas, entre otras.
El hecho de que dos terceras partes de la isla sean montañosas y que desde 1972 exista el Parque Natural Regional de Córcega, que vela por su conservación, ha hecho que uno de los atractivos más sólidos para los visitantes sean sus recorridos a pie. El GR20 cruza el parque natural a través de 200 kilómetros de alta exigencia, con más de 10.000 metros de desnivel acumulado. No hay que olvidar que Córcega tiene un techo de 2.706 metros (el Monte Cinto) y otras 20 cumbres por encima de los 2.000 metros. La oferta de senderismo se completa con 1.600 kilómetros de recorridos más accesibles y familiares. www.parc-naturel-corse.com

Ajaccio, emplazada en un golfo abierto y con coquetas playas urbanas a pie de paseo, ofrece un ambiente elegante -allí lo llaman de belle époque-, sofisticado y relajado, a pesar de que en verano hay cierto bullicio en las callejuelas cercanas a la catedral renacentista y, sobre todo, en la plaza del mercado (cercano al puerto de Tino Rossi), abierto cada día (incluido domingos) con todo tipo de productos.

Antes de abandonar Ajaccio es conveniente recorrer los siete kilómetros que separan la ciudad de las islas Sanguinarias, donde se pueden contemplar los mejores atardeceres de la isla. Hay diversas versiones sobre el origen del sanguinolento nombre, pero la más plausible habla de las tonalidades rojizas que adquieren los islotes (coronados con una de las típicas torres de vigilancia que trufan todo el territorio corso) en esas sesiones de amor interminable entre el sol y el mar en las que, según decía Saint-Exupéry, se acabó engendrando Córcega.

Emprendiendo ya camino hacia el sur, la carretera interior nos abre los ojos a nuevas bellezas inesperadas. Como la playa de Cupabbia, el pequeño pueblo colgado de Olmeto y otros no menos interesantes como los de Sartène (interior) y Propiano (costa). Sartène, con unas preciosas callejuelas medievales, mantiene vivas sus tradiciones, sobre todo la conocida procesión de Semana Santa, el Catenacciu. Nada que ver con tácticas ultradefensivas de fútbol, sino con el hecho de que el penitente marcha preso de cadenas (catenas) de 15 kilos de peso portando una cruz enorme de otros 35 kilos. Más abajo, Propiano, con un puerto profundo que acoge numerosos cruceros, es una estación balnearia de 3.500 habitantes y punto de partida ideal para bucear en los mejores yacimientos megalíticos de Córcega, menhires y dólmenes que se esparcen generosamente por Filitosa, Cauria, Palaggiu y Fontanaccia.

Un buen aperitivo para el plato principal del gran sur corso: Bonifacio, la población más visitada de la isla, con más de un millón de turistas en la temporada de verano que a veces obligan a dejar el vehículo muy lejos del centro. Pero vale la pena. El puerto natural, salpimentado de restaurantes, y la ciudad vieja (Haute Ville), construida en una península calcárea de 1.500 metros de largo y 200 de ancho, conforman las dos partes principales de un enclave con un encanto indescriptible, sobre todo cuando se contempla desde el mar. Desde ahí, el acantilado de roca caliza de 80 metros de alto sobre el que se alza Bonifacio (ciudad fundada en 1195) aparece imponente. Vale la pena, ya puestos, proseguir la excursión en barco hasta las desiertas islas Lavezzi (pobladas solo por un faro y un doble cementerio -tripulación y pasajeros- de un viejo naufragio de guerra), ahora reserva natural, y la isla Cavallo, o isla de los ricos, con mansiones camufladas, pero suntuosas, como la de Carolina de Mónaco.

En Porto-Vecchio, ya en la costa oriental de Córcega, reencontraremos playas kilométricas, abiertas, donde nadie nos molestará. No alcanzan el virtuosismo de pequeñas calas como las que dejamos atrás al llegar a Bonifacio (la playa de Roccapina, con el perfil de un león calizo en lo alto, es casi insuperable), pero la discreción con la que han crecido a su alrededor algunos hoteles con clase nos ayudará a disfrutarlas. Palombaggia, Santa-Giulia, Rondinara, Pinarello son algunas de esas playas cercanas a Porto-Vecchio, una estación balnearia y turística ubicada en el fondo de un golfo cerrado y que en agosto multiplica por siete sus 12.000 habitantes.

Porto-Vecchio es también punto de partida ideal para internarse en la montaña, el otro actor del maridaje perfecto que ofrece Córcega. A través de Ospedale se puede llegar a Zonza y Levie, dos pueblos con encanto, y a las Agujas de Bavella, punto de paso del GR20, el Gran Recorrido de senderismo que cruza toda la isla hasta Calvi, una de las ciudades importantes del norte, junto con Bastia y Corte, sede de la principal universidad de la isla. Pero el norte puede quedar para una segunda semana de vacaciones. Vale la pena.

Etiquetas: