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martes, abril 2

Una historia kafkiana con 10 maletas I



(Un reportaje de Jorge Hernández en el suplemento Crónica de El Mundo del 28 de octubre de 2012)

Quiso que todo lo que había escrito en vida fuera quemado tras su muerte, y así se lo pidió a su amigo y heredero. Afortunadamente, no lo hizo y por ello hoy se conocen obras como «El Proceso» o «El Castillo». Pero hay mucho más: 10 maletas llenas de inéditos y textos suyos que han vagado por el mundo desde que Hitler entró en Praga y que hoy se guardan en dos bancos, uno en Zurich y otro en Tel Aviv. Un juez acaba de fallar que toda la obra del genial escritor judío sea entregada a una biblioteca de Jerusalén y exhibida ante el gran público por primera vez en la Historia. Sólo su testamento manuscrito valdría millones.

Es a Max Brod, su gran amigo, el mismo que en los años 60 pronuncia la frase de arriba, a quien se le atribuye buena parte de la responsabilidad en la forja de un mito de la literatura contemporánea que aún hoy perdura con vigor. Su intervención, discutida por algunos al considerar que no respetó la voluntad del autor de que sus textos no fueran publicados póstumamente [en realidad Franz Kafka pidió que toda su obra ardiera en el fuego], ha dado paso a una rocambolesca -kafkiana- aventura que aún llega a nuestros días. Diríase incluso que la verdadera historia de los textos salidos del puño y letra de Franz Kafka (Praga, 1883-Austria 1924) no ha hecho sino empezar. A día de hoy se desconoce el alcance y contenido exacto de las 10 maletas que han ido pasando de mano en mano desde que Brod, sionista entusiasta, lograra escapar apresuradamente de la invasión alemana en marzo de 1939, hasta quedar depositadas en la actualidad en cajas de seguridad en un banco de Tel Aviv y otro de Zurich. De lo que nadie duda es que su valor, tanto económico como presumiblemente artístico, es incalculable.

El destino final de los miles de manuscritos repartidos en esas 10 maletas será una institución pública de Israel después de que este mes de octubre un tribunal de Tel Aviv haya decidido que el legado del escritor sea entregado a la Biblioteca Nacional en Jerusalén. Una vez catalogado y digitalizado, será publicado en breve en la página web del organismo y estará libremente a disposición del gran público. Un hito histórico.

La decisión de la juez de asuntos familiares Talia Kopelman-Pardo parece haber puesto fin, aunque momentáneamente, a una disputa agotadora entre institutos universitarios, archivos nacionales alemanes e israelíes, y las herederas de Esther Hoffe -la secretaria de Max Brod-, que se ha prolongado a lo largo de décadas. La historia kafkiana de las maletas es una saga increíble en la que se entremezclan varias texturas: el patrimonio intelectual, el amor al lucro y la literatura.

El origen: el obituario fue su inventario.
El 6 de junio de 1924, tres días después de la muerte de Kafka en Kierling (Austria), el diario checo Narodni Listy publica un obituario elocuente y agudo a cargo de Milena Jesenska, adicta a la morfina, comunista y amante del escritor, que puede considerarse como el primer inventario de su legado: «El doctor Franz Kafka escribió El Fogonero (un fragmento), que constituye el primer capítulo de una bella novela todavía inédita; La condena, que trata sobre el conflicto entre generaciones; La metamorfosis, que es el libro más potente de la literatura alemana contemporánea [publicado originalmente en 1915, cuando aún estaba vivo Kafka]; En la colonia penitenciaria; y los textos cortos de Betrachtung (contemplación) y Un médico rural. Su última novela El proceso, está completa desde hace años en manuscrito, lista para su publicación: es uno de esos libros cuyo impacto sobre el lector es tan arrollador que todo comentario es superfluo».

Kafka nació en el seno de una familia praguense acomodada de comerciantes judíos, se formó en un ambiente puramente alemán y se doctoró en Derecho aunque se dedicó con fervor a la literatura, a pesar de la manifiesta hostilidad familiar y de cinco tentativas de matrimonio malogradas. Su proyecto de emigración a Palestina después de interesarse por la mística y la religión judías se frustró en 1917 cuando aparecieron los primeros síntomas de tuberculosis.

Las décadas posteriores que Kafka no vivió fueron crueles con la familia del escritor. Sus tres hermanas fueron asesinadas en campos de exterminio nazis, una de ellas, Ottla Kafka, se declaró judía ante las autoridades alemanas. Fue enviada a un campo de concentración en Theresienstadt y en octubre de 1943 fue asesinada junto a un millar de niños en Auschwitz. La correspondencia de Franz con Otlla fue comprada en 2011 conjuntamente por la Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford y el DeutschesLiteraturarchiv (archivo de literatura alemana) de Marbach momentos antes de que fuera subastada a coleccionistas en Berlín.

Franz Kafka, poco antes de morir, reunió sus documentos, escritos, textos, cartas, apuntes y dibujos y dejó por escrito a su amigo Max Brod unas controvertidas palabras: «Todo lo que se encuentre al morir yo (en cajones de libros, en armarios, en el escritorio, ya sea en mi casa o en la oficina o en cualquier otro lugar en que se te ocurra que pudiera haber papeles), me refiero a diarios, manuscritos, cartas, ya sean ajenas o propias, esbozos y toda cosa de este género, debe ser quemado sin leerse; también todos los escritos o notas que tú u otros tengan en su poder deben seguir el mismo camino; en cuanto a los que otras personas posean tendrás que reclamárselos en mi nombre. Si no quieren devolverte cartas mías, por lo menos procura que te prometan que han de quemarlas».

Brod, más famoso como literato en aquella época que Kafka, desobedeció por completo y se encargó de publicar El Proceso, en 1925, El Castillo, 1926, y América (El Fogonero), en 1927. La orientación aparentemente sionista que Max Brod le dio desde el comienzo a la obra de Kafka: la de un brillante escritor judío desgarrado, no ha estado exenta de polémica. El crítico literario Walter Benjamin cree que Max Brod desvirtuó el sentido de la obra de Kafka y siempre insistió de manera reiterada en varios artículos en la necesidad de contemplar a Kafka como un escritor que, a sí mismo, se veía como un literato fracasado. El desvelo de la intimidad más celosamente guardada y torcer la última voluntad del amigo amparándose en la admiración que se tiene por la obra es, en opinión de autores como Milan Kundera, de todo punto injustificable.

La huida: los documentos, a Palestina.
Cuando el ejército de Hitler invadía Praga en 1939, Max Brod logró escapar con todos los documentos a Palestina, en aquella época bajo mandato británico. Con posterioridad emigró a Tel Aviv, ciudad en la que falleció su esposa en 1942. Brod contrató en aquella época a Esther Hoffe en calidad de secretaria y fue a ella a la que encargó la custodia de su archivo personal. Muy escasas personas pudieron acceder a los documentos a partir de entonces. Hoffe cuidó de Max Brod durante 26 años, disponía de una habitación en la propia casa de Brod en Tel Aviv y fue alguien de su extrema confianza, como el mismo Brod reconoce en su autobiografía.

El Archivo de Literatura Alemana de Marbach posee en la actualidad una colección de manuscritos de Max Brod, entre ellos, una carta escrita en Zurich poco antes de morir en la que relata algunos detalles sobre el contenido del archivo de Kafka. Indica que dejó la mayor parte de los textos en su propia caja de seguridad en Tel Aviv dividido en partes numeradas. En aquella época la primera parte de su legado según Brod, contendría los Diarios, la tercera, la cuarta y la quinta los manuscritos de las tres grandes novelas de Kafka. En 1956, anticipándose a los momentos convulsos y prebélicos en la zona, decidió enviar los manuscritos de América y El Castillo a Suiza. Los dos textos fueron donados a la Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford, donde permanecen conservados a día de hoy. El manuscrito de El Proceso siguió en propiedad de Max Brod hasta su muerte en 1968.

El mercado: los negocios de Esther Hoffe.
Ni siquiera en la actualidad están claros los motivos por los que Max Brod no entregó su archivo personal a la Biblioteca Nacional de Israel a pesar de haber manifestado reiteradamente su intención de hacerlo, pero lo cierto es que en su testamento lega su archivo y el de Kafka a Esther Hoffe y pide de manera expresa y taxativa que entregue todos los manuscritos al «Archivo Nacional de Jerusalén o a alguna otra institución israelí o extranjera». Esa frase incluida en el testamento de Brod va a dar origen a un complejo litigio legal entre Hoffe y las autoridades de Israel que se ha postergado hasta hoy, un lustro después de su muerte en el año 2007.

Esther Hoffe empieza a comienzos de los años 70 a negociar con todo tipo de instituciones con el objetivo de obtener algún tipo de contraprestación económica a cambio de entregar piezas separadas del legado de Max Brod. El gobierno de Israel, en aquellos años, efectúa varios intentos de inventariar el archivo de Brod y de Kafka pero las autoridades israelíes comenzaron a sospechar que los documentos estaban siendo enviados al extranjero de manera paulatina. Esther Hoffe intentó volar a Suiza desde Tel Aviv en 1974 portando manuscritos y correspondencia de Brod. La ley de archivos de Israel prohibe el contrabando de documentos valiosos para la cultura judía sin el previo depósito de una fiel reproducción, motivo por el que Hoffe llegó a un acuerdo para fotocopiar sus posesiones pero sólo una pequeña parte pudo ser copiada.

La documentación existente en las casas de subastas europeas corroboró la hipótesis de la venta continuada, pues varias piezas manuscritas de Kafka empezaron a ser subastadas a partir de los años 70. La identidad del vendedor no suele ser revelada pero, en 2006, una carta de Kafka a Max Brod alcanzó el valor de 60.000 euros y una serie de cartas de amor de Kafka se subastaron, en el año 2008, alcanzando la cifra de 25.000 euros. Hay indicios de que la destinataria final de todas esas cantidades fue Esther Hoffe.

Con posterioridad, en los años 80, una editorial suiza acordó con la propia Esther Hoffe una suma millonaria por los diarios de Brod. El contenido del legado en su posesión se podría haber conocido entonces si no fuera porque, si bien la editorial formalizó de manera diligente el pago, la secretaria nunca entregó el material. En 1988, la casa de subastas londinense Sotheby's, saca a la venta el manuscrito de El Proceso. Tras una disputada puja, el hasta entonces anónimo coleccionista suizo Heribert Tenschert se hizo con la novela previo pago de un millón de libras esterlinas, el precio más alto pagado hasta entonces por un manuscrito de un autor contemporáneo. Tenschert tuvo en su posesión el manuscrito de El Proceso durante apenas tres semanas. El Archivo de Literatura Alemana de Marbach, que se encontraba preparando una historia crítica de la obra de Kafka adquirió a Tenschert el manuscrito por el mismo precio que había pagado en la subasta. Con posterioridad pudo confirmarse que la destinataria del dinero originalmente pagado en Sotheby's también fue Esther Hoffe.

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