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martes, mayo 14

Lope de Vega: mujeres y versos



(Un artículo de Imma Muñoz en el dominical del Periódico de Aragón del 29 de agosto de 2010)

Vivió con la misma intensidad con la que llenó cuartillas. Las historias de amores y enredos que escribía gustaban tanto como las que protagonizaba.

Ésta es una sugerencia para los profesores de literatura: […] cuando aborden […] la figura de Lope de Vega (1562-1635) resistan al impulso de empezar hablando de su condición de renovador del teatro español. Cierto, no hay nada más admirable que haber dado con una fórmula más perfecta que la de la Coca-Cola para casar comedia y tragedia. Y que cualquier amante de la literatura se muere de ganas de exhibir ante sus semejantes con qué osadía desmanteló la regla de las tres unidades aristotélicas que constreñían la actividad en las tablas: unidad de acción (una sola historia en el escenario), unidad de tiempo (que sucede en 24 horas) y unidad de lugar (y que se desarrolla en un solo sitio). Y no hay duda de que, como buenos letraheridos, envidian esa capacidad de producir literatura (perdón, Literatura) casi a destajo: 3.000 sonetos, 3 novelas, 4 novelas cortas, 9 epopeyas y, según algunos filólogos, hasta 1.800 comedias. Se mueren por explicarles a sus chicos lo prolífico que fue. Háganlo, pero no destaquen que lo fue en rimas: revélenles que lo fue en amantes. Quítense las manos de la cabeza. 

[…] Además, hablar de Filis, de Belisa, de Amarilis, de Camila Lucinda y de tantas otras no será una traición a su arte: será una inmersión en lo más profundo de su sentir, de su vivir y, en consecuencia, de su escribir. Porque cada una ha tenido su rinconcito, más o menos extenso, en la prosa o en el verso del primero de los grandes dramaturgos del Siglo de Oro. 

Pongámoslo en cifras: se habla de una docena de mujeres en su vida, que le dieron 15 hijos, entre legítimos e ilegítimos. No todas, por supuesto, tuvieron la misma importancia en su corazón ni en su pluma. Éste es un repaso de las que se le colaron por las rendijas del alma y del tintero.
Elena Osorio. No fue, ni mucho menos, la primera mujer de la que Lope tuvo conocimiento bíblico, pero sí la primera que le sacudió el corazón, el orgullo y la retórica. Acababa de volver Lope de una aventura militar de juventud cuando, en 1584, conoció a Elena, hija del comediante Jerónimo Velázquez y casada con otro comediante: Cristóbal Calderón. No parece que el paso por la vicaría de la joven fuera obstáculo para sus amores con Lope, quien dedicó ristras de encendidos versos a una tal Filis que, en realidad, no era otra que ella. 

Al parecer -sobre todo si hacemos caso de La Dorotea, la obra en la que en 1632 narró su romance con Elena-, la relación fue apasionada y tumultuosa, con algún ataque de celos y algún disgusto por la excesiva publicidad que el escritor hacía del idilio, pues corría a plasmar en endecasílabos todo sentimiento inspirado por su dama. Sin embargo, no fueron ni los alfileres ni las exhibiciones los que dieron al traste con la relación, sino el vil metal: a Elena la pretendía el poderoso don Francisco Perrenot, y no había soneto en la literatura universal capaz de eclipsar el tintineo de semejante bolsa de doblones. 

En 1587, Lope había perdido el amor, pero no la labia, así que la utilizó como ungüento para su orgullo herido, y la melaza se convirtió en bilis en unos versos dedicados a los Velázquez. El comediante no se quedó de brazos cruzados ante las ofensas, y Lope empezó 1588 en la cárcel. Diez años de destierro de Madrid le costó la indigestión del abandono de Elena. Penó mucho más la pataleta que el desamor: en mayo de 1588, su corazón tenía nueva dueña.

Isabel De Urbina. Así se llamaba la mujer que podría haber llevado de nuevo a Lope a la cárcel. Y esta vez por hechos y no por palabras. Concretamente, por un rapto. No se sabe cuándo puso Lope sus ojos en esa beldad, pero sí que desde el primer momento tuvo que ver muy claro que poco podría hacer por las buenas con ella. Mejor dicho, con su familia. Porque Isabel era hija del pintor del rey, y atesoraba virtudes físicas e intelectuales suficientes para hacer una buena boda. Así que Lope tomó por la tangente y, previo permiso de la afectada, la raptó y la convirtió en la Belisa de sus nuevamente encendidos poemas de amor. 

El rapto que podía haber acabado en tragedia acabó, un 10 de mayo de 1588, en boda, y Lope vivió junto a Isabel un periodo de estabilidad afectiva y profesional que sólo iba a truncar aquella que no tiene remedio: la muerte. Isabel falleció en otoño de 1594 al no poderse recuperar del parto de su segunda hija, que apenas vivió unas horas. “Un año te serví enferma / ¡ojalá fueran mil años! / Que así enferma te quisiera / continuo aguardando el pago. / Sólo yo te acompañé / cuando todos te dejaron, / porque te quise en la vida / y muerta te adoro y amo”, cantó el poeta a su Belisa. 

Seguro que la lloró con la apretura con la que lo hacía todo, aunque tal vez no demasiado tiempo: en 1596 Lope fue procesado por amancebarse con la actriz Antonia Trillo, también viuda, y antes de dar el sí, en abril de 1598, a la que sería su segunda mujer, Juana de Guardo, todavía se le atribuye otra amante, Marina de Aragón. Tantos hijos legítimos e ilegítimos iba acumulando el poeta por las Españas de finales del siglo XVI, que le faltaban horas para escribir las rimas que precisaba para alimentar a tanta boca. Así que más por necesidad que por placer fue Lope tan prolífico. O todo lo contrario. 

Juana De Guardo y Micaela De Luján. La segunda esposa oficial de quien ya era el dramaturgo de moda no tenía demasiadas virtudes remarcables, más que, decían las malas lenguas, la promesa de una dote sustanciosa, pues era la hija de un rico proveedor de carne. Y, aunque contribuyó con tres hijos a perpetuar el apellido De Vega, parece que no estimuló mucho al poeta: fue sustituida enseguida, entre sílabas y entre sábanas, por Micaela de Luján, Camila Lucinda para la literatura. 

Cinco hijos tuvo Lope con esta mujer, casada y tan generosa de caderas como escasa de luces, que se esfumó de su vida y de su obra en 1608 sin que se sepa por qué. Calmados los furores por Micaela, Lope decidió disfrutar de la calma matrimonial, algo que hizo hasta 1613, cuando Juana murió al dar a luz a su tercera hija. Ese golpe, unido al fallecimiento de un hijo, le llevó a buscar refugio en la religión, y en 1614 se ordenó sacerdote. 

Marta De Nevares. El último gran amor le llegó a Lope cuando ya andaba con sotana. El hábito no fue un obstáculo, ni tampoco que ella, Marta de Nevares, estuviera casada. Amarilis o Marcia Leonarda, como la llamó en las rimas o en las dedicatorias en las que la alabó, era una mujer de 26 años, bella y culta, con la que sintonizaba en cuerpo y alma. Marta le animó a escribir sus cuatro novelas cortas para que explorara otros terrenos, y él le pagó con una lealtad inquebrantable hasta el día en que ella murió, en 1632, ciega y con ataques de locura. 

Junto con Marta se extinguió el amor para Lope. El amor de la carne, porque el de la pluma le acompañó hasta que, en 1635, cayó para siempre el telón de una vida repleta de mujeres y versos. Una vida de libro. Y de película.

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