Lope de Vega: mujeres y versos
(Un artículo de Imma Muñoz en el dominical del Periódico de
Aragón del 29 de agosto de 2010)
Vivió con la misma intensidad con la que llenó cuartillas.
Las historias de amores y enredos que escribía gustaban tanto como las que
protagonizaba.
Ésta es una sugerencia para los profesores de literatura:
[…] cuando aborden […] la figura de Lope de Vega (1562-1635) resistan al
impulso de empezar hablando de su condición de renovador del teatro español.
Cierto, no hay nada más admirable que haber dado con una fórmula más perfecta
que la de la Coca-Cola para casar comedia y tragedia. Y que cualquier amante de
la literatura se muere de ganas de exhibir ante sus semejantes con qué osadía
desmanteló la regla de las tres unidades aristotélicas que constreñían la
actividad en las tablas: unidad de acción (una sola historia en el escenario),
unidad de tiempo (que sucede en 24 horas) y unidad de lugar (y que se
desarrolla en un solo sitio). Y no hay duda de que, como buenos letraheridos,
envidian esa capacidad de producir literatura (perdón, Literatura) casi a
destajo: 3.000 sonetos, 3 novelas, 4 novelas cortas, 9 epopeyas y, según
algunos filólogos, hasta 1.800 comedias. Se mueren por explicarles a sus chicos
lo prolífico que fue. Háganlo, pero no destaquen que lo fue en rimas:
revélenles que lo fue en amantes. Quítense las manos de la cabeza.
[…] Además, hablar de Filis, de Belisa, de Amarilis, de
Camila Lucinda y de tantas otras no será una traición a su arte: será una
inmersión en lo más profundo de su sentir, de su vivir y, en consecuencia, de
su escribir. Porque cada una ha tenido su rinconcito, más o menos extenso, en
la prosa o en el verso del primero de los grandes dramaturgos del Siglo de Oro.
Pongámoslo en cifras: se habla de una docena de mujeres en
su vida, que le dieron 15 hijos, entre legítimos e ilegítimos. No todas, por
supuesto, tuvieron la misma importancia en su corazón ni en su pluma. Éste es
un repaso de las que se le colaron por las rendijas del alma y del tintero.
Elena Osorio. No fue, ni mucho menos, la primera mujer de la
que Lope tuvo conocimiento bíblico, pero sí la primera que le sacudió el
corazón, el orgullo y la retórica. Acababa de volver Lope de una aventura
militar de juventud cuando, en 1584, conoció a Elena, hija del comediante
Jerónimo Velázquez y casada con otro comediante: Cristóbal Calderón. No parece
que el paso por la vicaría de la joven fuera obstáculo para sus amores con
Lope, quien dedicó ristras de encendidos versos a una tal Filis que, en
realidad, no era otra que ella.
Al parecer -sobre todo si hacemos caso de La Dorotea, la
obra en la que en 1632 narró su romance con Elena-, la relación fue apasionada
y tumultuosa, con algún ataque de celos y algún disgusto por la excesiva
publicidad que el escritor hacía del idilio, pues corría a plasmar en
endecasílabos todo sentimiento inspirado por su dama. Sin embargo, no fueron ni
los alfileres ni las exhibiciones los que dieron al traste con la relación,
sino el vil metal: a Elena la pretendía el poderoso don Francisco Perrenot, y
no había soneto en la literatura universal capaz de eclipsar el tintineo de
semejante bolsa de doblones.
En 1587, Lope había perdido el amor, pero no la labia, así
que la utilizó como ungüento para su orgullo herido, y la melaza se convirtió
en bilis en unos versos dedicados a los Velázquez. El comediante no se quedó de
brazos cruzados ante las ofensas, y Lope empezó 1588 en la cárcel. Diez años de
destierro de Madrid le costó la indigestión del abandono de Elena. Penó mucho
más la pataleta que el desamor: en mayo de 1588, su corazón tenía nueva dueña.
Isabel De Urbina. Así se llamaba la mujer que podría haber
llevado de nuevo a Lope a la cárcel. Y esta vez por hechos y no por palabras.
Concretamente, por un rapto. No se sabe cuándo puso Lope sus ojos en esa
beldad, pero sí que desde el primer momento tuvo que ver muy claro que poco
podría hacer por las buenas con ella. Mejor dicho, con su familia. Porque
Isabel era hija del pintor del rey, y atesoraba virtudes físicas e
intelectuales suficientes para hacer una buena boda. Así que Lope tomó por la
tangente y, previo permiso de la afectada, la raptó y la convirtió en la Belisa
de sus nuevamente encendidos poemas de amor.
El rapto que podía haber acabado en tragedia acabó, un 10 de
mayo de 1588, en boda, y Lope vivió junto a Isabel un periodo de estabilidad
afectiva y profesional que sólo iba a truncar aquella que no tiene remedio: la
muerte. Isabel falleció en otoño de 1594 al no poderse recuperar del parto de
su segunda hija, que apenas vivió unas horas. “Un año te serví enferma / ¡ojalá
fueran mil años! / Que así enferma te quisiera / continuo aguardando el pago. /
Sólo yo te acompañé / cuando todos te dejaron, / porque te quise en la vida / y
muerta te adoro y amo”, cantó el poeta a su Belisa.
Seguro que la lloró con la apretura con la que lo hacía
todo, aunque tal vez no demasiado tiempo: en 1596 Lope fue procesado por
amancebarse con la actriz Antonia Trillo, también viuda, y antes de dar el sí,
en abril de 1598, a la que sería su segunda mujer, Juana de Guardo, todavía se
le atribuye otra amante, Marina de Aragón. Tantos hijos legítimos e ilegítimos
iba acumulando el poeta por las Españas de finales del siglo XVI, que le
faltaban horas para escribir las rimas que precisaba para alimentar a tanta boca.
Así que más por necesidad que por placer fue Lope tan prolífico. O todo lo
contrario.
Juana De Guardo y Micaela De Luján. La segunda esposa
oficial de quien ya era el dramaturgo de moda no tenía demasiadas virtudes
remarcables, más que, decían las malas lenguas, la promesa de una dote
sustanciosa, pues era la hija de un rico proveedor de carne. Y, aunque
contribuyó con tres hijos a perpetuar el apellido De Vega, parece que no
estimuló mucho al poeta: fue sustituida enseguida, entre sílabas y entre sábanas,
por Micaela de Luján, Camila Lucinda para la literatura.
Cinco hijos tuvo Lope con esta mujer, casada y tan generosa
de caderas como escasa de luces, que se esfumó de su vida y de su obra en 1608
sin que se sepa por qué. Calmados los furores por Micaela, Lope decidió
disfrutar de la calma matrimonial, algo que hizo hasta 1613, cuando Juana murió
al dar a luz a su tercera hija. Ese golpe, unido al fallecimiento de un hijo,
le llevó a buscar refugio en la religión, y en 1614 se ordenó sacerdote.
Marta De Nevares. El último gran amor le llegó a Lope cuando
ya andaba con sotana. El hábito no fue un obstáculo, ni tampoco que ella, Marta
de Nevares, estuviera casada. Amarilis o Marcia Leonarda, como la llamó en las
rimas o en las dedicatorias en las que la alabó, era una mujer de 26 años,
bella y culta, con la que sintonizaba en cuerpo y alma. Marta le animó a
escribir sus cuatro novelas cortas para que explorara otros terrenos, y él le
pagó con una lealtad inquebrantable hasta el día en que ella murió, en 1632,
ciega y con ataques de locura.
Junto con Marta se extinguió el amor para Lope. El amor de
la carne, porque el de la pluma le acompañó hasta que, en 1635, cayó para
siempre el telón de una vida repleta de mujeres y versos. Una vida de libro. Y
de película.
Etiquetas: libros y escritores
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