Karen Blixen: sabia, apasionada y valiente
(Un artículo de Lourdes F. Ventura en El Mundo del 6 de enero de 2013)
Todo lo que imaginamos de la gran Sherezade danesa, autora de Lejos de África y Siete cuentos góticos, es verdad y también
mentira. Aventurera colonial y empedernida aficionada a la porcelana de
Limoges, hemos inventado interminablemente a la escritora Karen Blixen
(1885-1962), más conocida por su seudónimo, Isak Dinesen,
en la soledad de su plantación africana, luchando contra los elementos y
esperando el sobrevolar de la avioneta de Denys Finch-Hatton. La
reconocemos como defensora del pueblo kikuyu, los habitantes de los
territorios salvajes al pie del Ngong, sin dejar de ser una decadente
aristócrata que imponía guantes blancos a los mayordomos nativos en su
propiedad de Kenia.
Sabemos
de su vida en las intemperies de Nairobi, pero hay muchos episodios
menos conocidos a partir de su regreso a la propiedad familiar de
Rungstedlund cuando se dedicó a fondo a la literatura. Ese periodo
creativo y también marcado por la enfermedad, ahora se ilumina con luz
diáfana cuando accedemos en español a la correspondencia de aquellos
años lejos de África.
Hace unos meses se cumplía el 50 aniversario de la muerte de Dinesen, y hoy saludamos la aparición de Cartas desde Dinamarca. Correspondencia 1931-1962,
publicadas por la editorial Nordica, en un cuidado volumen, con
selección y ajustada traducción de Enrique Bernárdez y un pliego de
fotografías de la baronesa.
En
una de sus cartas, Karen Blixen acusa a su hermana Ellen, de casada
Ellen Dahl y autora aficionada, de ser una frívola y de tomarse la
literatura atolondradamente. La hermana menor de Karen había perpetrado una novelita llamada El asesino y
se vanagloriaba de haberlo hecho en 14 días, mientras colgaba cortinas
con la otra mano. Semejante ligereza indignó a Dinesen. «La relación del
artista con su obra», escribe la baronesa a su hermana, «no puede ser
platónica, no puede ser un flirt pasajero, por muy ardiente que sea; exige cuerpo y alma, todo».
Esta
afirmación nos hace percibir hasta qué punto la literatura era para
Dinesen una responsabilidad soberana en la que no había más remedio que
implicarse a vida y muerte. Pero también nos indica que la baronesa no
se andaba con paños calientes a la hora de responder a los advenedizos o
escritores auténticos que le pedían opinión sobre sus obras. En esa
misma línea debió desalentar a su amigo el poeta Ole Wibel, al comentar
uno de sus libros. Tras afirmar que el lenguaje
era hermoso, añade la escritora: «al mismo tiempo puede decirse que no
hay suficiente inventiva, hay algo de monótono». Y más adelante:
«Creo que tiene usted talento, pero que, en cierto sentido, le falta
valor». Tal como vemos en sus cartas, valor no le faltaba en absoluto a
Dinesen que se permitía ser irónica con el editor inglés, que en primera
instancia rechazó sus Siete cuentos góticos
y que más tarde compró los derechos, tras el éxito americano. También
arriesgó la publicación en su país al enfrentarse a un editor danés
negándose a traducirse ella misma en su lengua materna (Dinesen eligió
el inglés para gran parte de su obra), y luego rechazando el trabajo del
prestigioso traductor Valdemar Rordam. Tampoco se le caían los anillos a
la hora de pedir una futura reseña a la escritora Dorothy Canfield
Fisher, gracias a cuyo apoyo y constancia fueron publicados en Estados
Unidos los cuentos góticos.
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