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sábado, junio 1

Tombuctú, un nombre de leyenda



(Un texto de Jos Martín en El Mundo del 3 de febrero de 2013)

La historia comenzó cuando la señora Buctú puso un chiringuito junto a su pozo para que los camelleros se refrescaran. En aquel siglo XII aún les faltaban nueve kilómetros para llegar a la orilla del Níger en temporada seca y en la húmeda, cuando el río crecía, tan sólo unos pasos. El éxito de aquel tin Buctú (o sea, el pozo de Buctú) lo convirtió en el oasis preferido por el emperador Mansa Musa, rico y generoso. En su viaje a La Meca repartía adornos de oro y recogió a sabios y poetas con los que volvió a su oasis, ya convertido en ciudad bajo el nombre de Timbuctú. 

Uno de ellos era Abu Ishak Es Saheli, arquitecto granadino al que Mansa Musa le encargó la construcción de una mezquita. Es-Saheli accedió con la condición de que le permitiera cambiar la imagen aburrida de aquellos recintos religiosos. Lo que luego fue llamado estilo sudanés se puso de moda. Ordenó que los barey, albañiles de prestigio, trabajaran el mortero con los pies y los ladrillos con las manos, que las paredes se inclinaran como las pirámides nubias, que los troncos de acacia que asentaban el adobe sobresalieran para usarlos como escalones. 

De este modo fueron levantadas las tres mezquitas de Timbuctú: la de Djingareiber, construida por Es Saheli en 1325 a cambio de cincuenta y cuatro kilos de oro; la de Sidi Yaya, poeta del siglo XV nacido en Tudela; y la de Sankoré, la más misteriosa. Cuando sopla el harmatán, la ciudad desaparece tras un velo sedoso. Pero cuando el viento se calma todo se ve con la claridad del desierto cuando la luz reverbera. La ciudad se vuelve ingrávida como lo fue para los europeos que quisieron desvelarla y murieron en el empeño. No se fijaron en los tesoros que guardaba, sólo buscaban el oro sólido. 

Ni acertaron a ver que sus joyas no relucían tanto como el metal precioso. Por ejemplo, manuscritos como el Fondo Kati. El 22 de mayo de 1468 llegó a Timbuctú Alí ben Ziyad al-Quti al-Andalusi, huido desde su Toledo natal. En los baúles llevaba códices que narraban la historia de su familia desde el siglo XI. Él y sus descendientes siguieron la tradición hasta el XIX, a pesar de que muchos enemigos intentaron destruirlos: integristas peul, guerras, incendios, inundaciones, termitas... A veces tuvieron que ser escondidos bajo boñigas de animales, otras durmieron colgando de un pozo. 

En 1999 Diadié Haidara, descendiente de al-Kuti, mostró el Fondo Kati al que él había dedicado su vida para volver a reunirlo. Las universidades de Oslo e Illinois pujaron. Pero Diadié lo tenía claro: quería que el fondo se quedara en Timbuctú con ayuda española. A ello añadió un ruego: que sus nietos tomaran clases de español. La Junta de Andalucía firmó un acuerdo con él y levantó en Timbuctú la casa museo del Fondo Kati.

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