Tombuctú, un nombre de leyenda
(Un texto de Jos Martín en El Mundo del 3 de febrero de
2013)
La historia comenzó cuando la señora
Buctú puso un chiringuito junto a su pozo para que los camelleros se
refrescaran. En aquel siglo XII aún les faltaban nueve kilómetros para llegar a
la orilla del Níger en temporada seca y en la húmeda, cuando el río crecía, tan
sólo unos pasos. El éxito de aquel tin
Buctú (o sea, el pozo de Buctú) lo
convirtió en el oasis preferido por el emperador Mansa Musa, rico y generoso. En
su viaje a La Meca repartía adornos de oro y recogió a sabios y
poetas con
los que volvió a su oasis, ya convertido en ciudad bajo el nombre de Timbuctú.
Uno de ellos era Abu Ishak Es Saheli, arquitecto
granadino al que Mansa Musa le encargó la construcción de una
mezquita.
Es-Saheli accedió con la condición de que le permitiera cambiar la imagen
aburrida de aquellos recintos religiosos. Lo que luego fue llamado estilo
sudanés se
puso
de moda. Ordenó que los barey,
albañiles
de prestigio, trabajaran el mortero con los pies y los ladrillos con las manos,
que las paredes se inclinaran como las
pirámides nubias, que los troncos de acacia que asentaban el adobe
sobresalieran para usarlos como escalones.
De este modo fueron levantadas las
tres
mezquitas
de Timbuctú: la de Djingareiber, construida por Es Saheli en 1325 a cambio de
cincuenta y cuatro kilos de oro; la de Sidi Yaya, poeta del siglo XV nacido en
Tudela; y la de Sankoré, la más misteriosa. Cuando sopla el harmatán, la ciudad
desaparece tras un velo sedoso. Pero cuando el viento se calma todo se ve con
la claridad del desierto cuando la luz reverbera. La ciudad se vuelve ingrávida
como lo fue para los europeos que quisieron desvelarla y murieron en el empeño.
No se fijaron en los tesoros que guardaba, sólo buscaban el oro sólido.
Ni acertaron a ver que sus joyas no relucían tanto
como el metal precioso. Por ejemplo, manuscritos como el Fondo Kati. El 22 de
mayo de 1468 llegó a Timbuctú Alí ben Ziyad al-Quti al-Andalusi, huido desde su
Toledo natal. En los baúles llevaba códices que narraban la historia de su
familia desde el siglo XI. Él y sus descendientes siguieron la tradición hasta
el XIX, a pesar de que muchos enemigos intentaron destruirlos: integristas
peul, guerras, incendios, inundaciones, termitas... A veces tuvieron que ser
escondidos bajo boñigas de animales, otras durmieron colgando de un pozo.
En 1999 Diadié Haidara, descendiente de
al-Kuti, mostró el Fondo Kati al que él había dedicado su vida para volver a
reunirlo. Las universidades de Oslo e Illinois pujaron. Pero Diadié lo tenía
claro: quería que el fondo se quedara en Timbuctú con ayuda española. A ello
añadió un ruego: que sus nietos tomaran clases
de español. La Junta de Andalucía firmó un
acuerdo con él y levantó en Timbuctú la
casa museo del Fondo Kati.
Etiquetas: Sitios donde perderse
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home