París: los bistrot de Montparnasse
(Un artículo de
Gonzalo Ugidos en El Magazine de El Mundo del 27 de mayo de 2012)
En las primeras décadas del siglo XX fueron lugar de reunión
y delirios de los grandes artistas de la época. Modigliani, Cézanne, Henry Miller,
Samuel Beckett o Hemingway, entre otros, dejaron su huella en estos cuatro
cafés, que aún siguen abiertos.
En el monte Parnaso tenían su morada las musas, en el
Montparnasse parisino de entreguerras la tuvieron bohemios noctámbulos que
convirtieron el bulevar en el ombligo del mundo, "una mezcla de la antigua
Babilonia y la nueva Jerusalén", según el poeta Max Jacob, que había
colgado en la pared de su cuarto una severa admonición contra ese ambiente
crápula y pendenciero: "No ir a Montpamasse". La efervescencia del
barrio atrajo a los artistas que llegaban desde Montmartre porque nada en otros
parajes podía compararse con los cafés y dancing
donde la vida sonreía y se trasegaba champán al son del jazz. El Gobierno
francés, consciente de que los 1.500 artistas de todo el mundo que vivían en el
barrio le daban prestigio, consintió una zona libre en el distrito 14 con una
permisividad impensable en otros distritos. Cuatro cafés, que aún siguen
abiertos, fueron el epicentro libertario de aquel terremoto creativo.
En el 171 del bulevar de Montparnasse, la entrada de La Closerie
des Lilas se camufla tras un seto de aligustre y unos árboles que dieron sombra
a Baudelaire y vieron a Verlaine aleccionando a los nuevos poetas. Allí, Lenin
pasaba largas jornadas jugando al ajedrez con el poeta Paul Fort y Scott
Fitzgerald hizo leer a Ernest Hemingway el manuscrito de El gran Gatsby. Originariamente este café de tres plantas era una guinguette, una bodega, instalada en un
criadero de lilas. En el cercano baile Bullier se encanallaba la burguesía junto
a artistas lampantes, bailarinas fascinantes y anónimos extravagantes. Antes o
después del baile, por ese café pasaba Emile Zola al encuentro de su amigo Paul
Cézanne, mientras Severini, De Chirico, Modigliani e tutti quanti trasegaban absenta como años antes había hecho a
diario Oscar Wilde. Alfred Jarry, el creador de la patafísica, harto de ser
ignorado por una mujer atractiva, rompió de una pedrada e! espejo: "Mademoiselle, ahora que el espejo se ha
roto, charlemos".
En 1922, Buñuel fue testigo de una violenta discusión entre
Tristan Tzara y André Breton que terminó con destrozos y la clausura del local
por orden gubernativa. La disputa enterró el movimiento dadá y abrió la puerta
para la escandalosa irrupción del surrealismo. Tal vez por eso, Luis Buñuel iba
a diario a La Closerie como recuerda en El
último suspiro: ''Desde la rotura de cristales de La Closerie, yo me sentía
más y más atraído por la forma de expresión irracional que proponía el surrealismo.
Al lado estaba el Bal Bullier que frecuentábamos con bastante asiduidad,
siempre disfrazados. Una noche yo iba de monja (…) En España estas bromas se
castigan con cinco años de prisión".
En las primeras décadas del siglo XX casi la mitad de
aquella chusma genial era extranjera, y La Closerie pronto se convirtió en el
refugio de la inteligencia americana: Hemingway, Fitzgerald o Henry Miller.
Pero también Jean-Paul Sartre, Paul Éluard o Samuel Beckett dejaron en su obra
alguna huella de su paso. Se mantiene intacta la terraza donde Lenin jugaba al
ajedrez, aunque ahora alberga un lujoso restaurante, muchas de cuyas mesas
llevan una pequeña placa con el nombre del personaje que alguna vez la ocupó.
En la planta baja del nº 108 del bulevar de Montparnasse se
abrió en 1898 el Café du Dome. Las omnipresentes partidas de póquer se jugaban
siempre en la mesa del centro, envuelta en una densa nube de humo. Un artista
pobre podía pedir salchicha de Toulouse y un plato de puré por el equivalente a
un euro. Paul Gauguin, Picasso,
Kandinsky, Robert Capa, Cartier Bresson o Khalil Gibran fueron ilustres dômiers.
Simone de Beauvoir, Hemingway, Henry Miller y Sartre citan el local en
algunas de sus obras y Édith Piaf en su canción Paroles de Paris. Hoy es una marisquería de alta gama con una
estrella Michelin y una fastuosa decoración old fashion con muchas fotografías
y alguna pintura de sus parroquianos inmortales.
En el nº 105 del bulevar, La Rotonde era un minúsculo bareto de obreros. Cuando el patrón,
Victor Libion, amplió el local con la carnicería vecina y una terrasse, las noches se volvieron un
frenesí de vasos, de besos y de versos. Libion apuntaba en una pizarra la suma
que le debía cada artista. Cuando Zborowski, el marchante de Modigliani, daba
algún dinero a su pobre pintor pobre, el patrón le interpelaba: "¿Vas a
pagar tu pizarra?". Modi pagaba, a veces con dibujos, dessins à boire, y pedía un poco de ron “contra la tos"
porque, efectivamente, tosía mucho.
Los artistas españoles descubrieron las muchas horas de sol
de la terrasse y fueron los primeros
en frecuentar lo que llamaban la "playa Raspail". Libion hacía que
los artistas se sintieran como en casa, estaba suscrito a periódicos de todo el
mundo, les dejaba pasar horas sin otra consumición que un café-créme de 20 céntimos. Los exiliados políticos -marxistas y
anarquistas- eran bienvenidos. Trotsky era asiduo y convocaba reuniones cada
dos por tres, muchas veces disueltas por la policía; aquí hizo amistad con el
pintor Diego Rivera que primero lo ayudó a instalarse en México y luego
conspiró para asesinarlo.
Picasso, cuyo estudio se encontraba a escasa distancia, fue
uno de los más habituales junto con los pintores Foujita y Pascin, Simone de
Beauvoir los miraba cuando hacía novillos en el colegio y se escondía en el
local con su hermana. Gershwin se sentía allí a gusto sabiendo que era el café
preferido de Debussy, Erik Satie, Prokofiev y Stravinsky y en una de sus mesas
compuso la sinfonía Un americano en París
(1928). "Desde el amanecer, las cuatro o cinco mesas de la sala -siempre
caldeada, a veces sofocante de humo- estaban llenas de rusos y españoles
extremadamente pobres, luciendo extraños atuendos e invariablemente
hambrientos", recordaba e! escritor Ilya Ehrenburg.
Papá Libion mimaba a aquella chusma y les permitía bailar
sobre las mesas cuando estaban borrachos, aunque no toleraba que las damas se
quitaran el sombrero. Era un hombre corpulento, patriarcal y de enorme bigote
que, antes que llamar a la policía, prefería sacar él mismo a los camorristas a
la calle. Hacía la vista gorda ante el consumo de drogas, pero en los casos demasiado
evidentes, decía al personaje en cuestión: "Vete a casa a dormir; apestas
a éter”. Era el único que podía decirle a Modigliani que hiciera el favor de
comportarse sin provocar una reacción violenta. Los últimos 14 años en la vida
corta y miserable de Modi fueron un continuo recorrido por La Closerie, el Dôme
y La Rotonde, buscaba en el alcohol más un anestésico que un vicio.
A sólo 60 metros del Dôme, en el nº 102 del bulevar, en 1927
abrió La Coupole. Los techos tenían más de cuatro metros de altura para evitar
que la atmósfera se cargara de humo. No tardó en incorporarse al circuito de
aquellos artistas sin prejuicios que contemplaban el mundo con el entusiasmo de
un niño y la generosidad de un sabio. El día de la inauguración René Lafon, el
dueño, encargó a la casa Mumm 1.500 botellas de champán; como solo pudieron
servirle 1.200 y a medianoche se habían agotado, tuvo que coger un taxi para
buscar más. Kiki de Montparnasse, la modelo de tantos pintores, cuando veía el
local repleto de turistas americanos se dirigía a la concurrencia en voz alta y
preguntaba: “¿Qué podemos hacer por esta buena gente?". Acto seguido se
levantaba la falda para que echaran un vistazo a su lindo trasero blanco. Un
desconocido de pequeñas gafas redondas, Henry Miller, pasaba las tardes en la terrasse mientras empezaba a escribir Trópico de Cáncer. Simenon le tiraba los
tejos a Joséphine Baker, Matisse bebía cerveza y Joyce alineaba los whiskies.
Tras la Liberación (1944), volvió la fiesta: era habitual cruzarse con Marlene
Dietrich o Ava Gardner.
En 1949 Roger Vadim sorprendió a MarIon Brando
"masajeando su pie desnudo sobre la mesa y gimiendo de gozo como una mujer
en pleno éxtasis mientras decía: 'Putain, c'est bon..."'. Albert Camus
celebró en la mesa 149 su premio Nobel (1957). En 1968, el líder del mayo
francés, Daniel Cohn-Bendit, pidió un bogavante. Como el camarero tardaba
mucho, se subió a una mesa y arengó a los clientes mientras Patti Smith tocaba
la guitarra Ahora La Coupole es una
cara brasserie con una consistente
carta; sus columnas, pintadas por 27 artistas, son patrimonio histórico.
Ha pasado mucha agua bajo los puentes del Sena, pero estos
cuatro bistrot siguen abiertos,
pasmados ante la sombra de sus fantasmas colosales: Ça c'est Paris.
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