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sábado, agosto 3

París: los bistrot de Montparnasse



(Un artículo de  Gonzalo Ugidos en El Magazine de El Mundo del 27 de mayo de 2012)

En las primeras décadas del siglo XX fueron lugar de reunión y delirios de los grandes artistas de la época. Modigliani, Cézanne, Henry Miller, Samuel Beckett o Hemingway, entre otros, dejaron su huella en estos cuatro cafés, que aún siguen abiertos. 

En el monte Parnaso tenían su morada las musas, en el Montparnasse parisino de entreguerras la tuvieron bohemios noctámbulos que convirtieron el bulevar en el ombligo del mundo, "una mezcla de la antigua Babilonia y la nueva Jerusalén", según el poeta Max Jacob, que había colgado en la pared de su cuarto una severa admonición contra ese ambiente crápula y pendenciero: "No ir a Montpamasse". La efervescencia del barrio atrajo a los artistas que llegaban desde Montmartre porque nada en otros parajes podía compararse con los cafés y dancing donde la vida sonreía y se trasegaba champán al son del jazz. El Gobierno francés, consciente de que los 1.500 artistas de todo el mundo que vivían en el barrio le daban prestigio, consintió una zona libre en el distrito 14 con una permisividad impensable en otros distritos. Cuatro cafés, que aún siguen abiertos, fueron el epicentro libertario de aquel terremoto creativo.
En el 171 del bulevar de Montparnasse, la entrada de La Closerie des Lilas se camufla tras un seto de aligustre y unos árboles que dieron sombra a Baudelaire y vieron a Verlaine aleccionando a los nuevos poetas. Allí, Lenin pasaba largas jornadas jugando al ajedrez con el poeta Paul Fort y Scott Fitzgerald hizo leer a Ernest Hemingway el manuscrito de El gran Gatsby. Originariamente este café de tres plantas era una guinguette, una bodega, instalada en un criadero de lilas. En el cercano baile Bullier se encanallaba la burguesía junto a artistas lampantes, bailarinas fascinantes y anónimos extravagantes. Antes o después del baile, por ese café pasaba Emile Zola al encuentro de su amigo Paul Cézanne, mientras Severini, De Chirico, Modigliani e tutti quanti trasegaban absenta como años antes había hecho a diario Oscar Wilde. Alfred Jarry, el creador de la patafísica, harto de ser ignorado por una mujer atractiva, rompió de una pedrada e! espejo: "Mademoiselle, ahora que el espejo se ha roto, charlemos".
En 1922, Buñuel fue testigo de una violenta discusión entre Tristan Tzara y André Breton que terminó con destrozos y la clausura del local por orden gubernativa. La disputa enterró el movimiento dadá y abrió la puerta para la escandalosa irrupción del surrealismo. Tal vez por eso, Luis Buñuel iba a diario a La Closerie como recuerda en El último suspiro: ''Desde la rotura de cristales de La Closerie, yo me sentía más y más atraído por la forma de expresión irracional que proponía el surrealismo. Al lado estaba el Bal Bullier que frecuentábamos con bastante asiduidad, siempre disfrazados. Una noche yo iba de monja (…) En España estas bromas se castigan con cinco años de prisión". 

En las primeras décadas del siglo XX casi la mitad de aquella chusma genial era extranjera, y La Closerie pronto se convirtió en el refugio de la inteligencia americana: Hemingway, Fitzgerald o Henry Miller. Pero también Jean-Paul Sartre, Paul Éluard o Samuel Beckett dejaron en su obra alguna huella de su paso. Se mantiene intacta la terraza donde Lenin jugaba al ajedrez, aunque ahora alberga un lujoso restaurante, muchas de cuyas mesas llevan una pequeña placa con el nombre del personaje que alguna vez la ocupó. 

En la planta baja del nº 108 del bulevar de Montparnasse se abrió en 1898 el Café du Dome. Las omnipresentes partidas de póquer se jugaban siempre en la mesa del centro, envuelta en una densa nube de humo. Un artista pobre podía pedir salchicha de Toulouse y un plato de puré por el equivalente a un euro. Paul Gauguin, Picasso, Kandinsky, Robert Capa, Cartier Bresson o Khalil Gibran fueron ilustres dômiers. Simone de Beauvoir, Hemingway, Henry Miller y Sartre citan el local en algunas de sus obras y Édith Piaf en su canción Paroles de Paris. Hoy es una marisquería de alta gama con una estrella Michelin y una fastuosa decoración old fashion con muchas fotografías y alguna pintura de sus parroquianos inmortales. 

En el nº 105 del bulevar, La Rotonde era un minúsculo bareto de obreros. Cuando el patrón, Victor Libion, amplió el local con la carnicería vecina y una terrasse, las noches se volvieron un frenesí de vasos, de besos y de versos. Libion apuntaba en una pizarra la suma que le debía cada artista. Cuando Zborowski, el marchante de Modigliani, daba algún dinero a su pobre pintor pobre, el patrón le interpelaba: "¿Vas a pagar tu pizarra?". Modi pagaba, a veces con dibujos, dessins à boire, y pedía un poco de ron “contra la tos" porque, efectivamente, tosía mucho. 

Los artistas españoles descubrieron las muchas horas de sol de la terrasse y fueron los primeros en frecuentar lo que llamaban la "playa Raspail". Libion hacía que los artistas se sintieran como en casa, estaba suscrito a periódicos de todo el mundo, les dejaba pasar horas sin otra consumición que un café-créme de 20 céntimos. Los exiliados políticos -marxistas y anarquistas- eran bienvenidos. Trotsky era asiduo y convocaba reuniones cada dos por tres, muchas veces disueltas por la policía; aquí hizo amistad con el pintor Diego Rivera que primero lo ayudó a instalarse en México y luego conspiró para asesinarlo. 

Picasso, cuyo estudio se encontraba a escasa distancia, fue uno de los más habituales junto con los pintores Foujita y Pascin, Simone de Beauvoir los miraba cuando hacía novillos en el colegio y se escondía en el local con su hermana. Gershwin se sentía allí a gusto sabiendo que era el café preferido de Debussy, Erik Satie, Prokofiev y Stravinsky y en una de sus mesas compuso la sinfonía Un americano en París (1928). "Desde el amanecer, las cuatro o cinco mesas de la sala -siempre caldeada, a veces sofocante de humo- estaban llenas de rusos y españoles extremadamente pobres, luciendo extraños atuendos e invariablemente hambrientos", recordaba e! escritor Ilya Ehrenburg. 

Papá Libion mimaba a aquella chusma y les permitía bailar sobre las mesas cuando estaban borrachos, aunque no toleraba que las damas se quitaran el sombrero. Era un hombre corpulento, patriarcal y de enorme bigote que, antes que llamar a la policía, prefería sacar él mismo a los camorristas a la calle. Hacía la vista gorda ante el consumo de drogas, pero en los casos demasiado evidentes, decía al personaje en cuestión: "Vete a casa a dormir; apestas a éter”. Era el único que podía decirle a Modigliani que hiciera el favor de comportarse sin provocar una reacción violenta. Los últimos 14 años en la vida corta y miserable de Modi fueron un continuo recorrido por La Closerie, el Dôme y La Rotonde, buscaba en el alcohol más un anestésico que un vicio. 

A sólo 60 metros del Dôme, en el nº 102 del bulevar, en 1927 abrió La Coupole. Los techos tenían más de cuatro metros de altura para evitar que la atmósfera se cargara de humo. No tardó en incorporarse al circuito de aquellos artistas sin prejuicios que contemplaban el mundo con el entusiasmo de un niño y la generosidad de un sabio. El día de la inauguración René Lafon, el dueño, encargó a la casa Mumm 1.500 botellas de champán; como solo pudieron servirle 1.200 y a medianoche se habían agotado, tuvo que coger un taxi para buscar más. Kiki de Montparnasse, la modelo de tantos pintores, cuando veía el local repleto de turistas americanos se dirigía a la concurrencia en voz alta y preguntaba: “¿Qué podemos hacer por esta buena gente?". Acto seguido se levantaba la falda para que echaran un vistazo a su lindo trasero blanco. Un desconocido de pequeñas gafas redondas, Henry Miller, pasaba las tardes en la terrasse mientras empezaba a escribir Trópico de Cáncer. Simenon le tiraba los tejos a Joséphine Baker, Matisse bebía cerveza y Joyce alineaba los whiskies. Tras la Liberación (1944), volvió la fiesta: era habitual cruzarse con Marlene Dietrich o Ava Gardner. 

En 1949 Roger Vadim sorprendió a MarIon Brando "masajeando su pie desnudo sobre la mesa y gimiendo de gozo como una mujer en pleno éxtasis mientras decía: 'Putain, c'est bon..."'. Albert Camus celebró en la mesa 149 su premio Nobel (1957). En 1968, el líder del mayo francés, Daniel Cohn-Bendit, pidió un bogavante. Como el camarero tardaba mucho, se subió a una mesa y arengó a los clientes mientras Patti Smith tocaba la guitarra Ahora La Coupole es una cara brasserie con una consistente carta; sus columnas, pintadas por 27 artistas, son patrimonio histórico.
Ha pasado mucha agua bajo los puentes del Sena, pero estos cuatro bistrot siguen abiertos, pasmados ante la sombra de sus fantasmas colosales: Ça c'est Paris.