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martes, agosto 13

Una de romanos: el diccionario del imperio



(Un artículo de Jaled Abdel Rahin en la revista Ling de mayo de 2013)

Contar […] algo poco conocido sobre la antigua Roma es más difícil de lo que uno se cree. "Quizás el Coliseo ... ", piensa uno. "iQué va!, extraordinariamente popular". "A lo mejor de las calzadas, o de las termas, o de los gallináceos cascos de los soldados romanos... ". "¡Bah!, igual de trillado... ". "¡Ya sé! ¡De las catacumbas!". "Ffff, tampoco, caldo de cualquier guía turística. ¡Rayos!, qué trabajo hablar de algo que no esté sañudamente manido acerca de la herencia de la ciudad eterna. Un momento... , ¡claro!, ¡trabajo!', ese término sí es obra de la vieja Roma y poca gente es consciente de ello". 

Trabajo, del castellano antiguo trebejare y del latín tripalium (tres palos), derivado del verbo tripaliare (torturar o torturarse). Fueron los últimos testigos de la caída del Imperio -ya en vísperas de la Edad Media- los que acuñaron este término para denominar a un instrumento compuesto por tres estacas que servía para sujetar animales fuertes, como toros o caballos, cuando había que herrarlos. De ahí lo de torturar. Más de uno estará de acuerdo en que el significado que el español le ha dado actualmente no difiere demasiado.
¿Dije 'los últimos testigos'? Fíjate tú por dónde, otra curiosidad. Eso también es cosa de romanos. El verbo testificar es una derivación del latín. Aunque existe una corriente que afirma que procede de la conjunción de las palabras testis (testigo) y facere (hacer), hay una versión más extendida que le adjudica un significado mucho más ovular. Los habitantes de la antigua Roma, a falta de Biblias, se apretaban los testículos con la mano derecha cuando querían demostrar que estaban diciendo la verdad. De ahí la actual acepción castellana, aunque la explicación les retumbe a los más tiquismiquis. Por cierto, otro vocablo de romanos. 

Tiquismiquis, la expresión que se utiliza para señalar que una persona es excesivamente escrupulosa o puntillosa, procede del latín vulgar tichi, michi, alteración de tibi, mihi (para ti, para mí). Se utilizaba para indicar una indecisión basada en un aspecto vano o muy poco importante y de ahí pasó a la acepción ñoña que hoy se le ha dado. Por supuesto, un tiquismiquis de esos de ahora jamás se mancharía la boca diciendo, por ejemplo, que se lo pasa de puta madre cuando disfruta de algo (disculpe el educado lector). A ellos, solo contarles que esa desavenida palabra para nada tenía un significado gravoso cuando la decían los primeros que empezaron a utilizarla, que, cómo no, fueron los romanos. 

Puta, en la antigua Roma, simplemente significaba 'poda', y era el nombre de la diosa relacionada con esta tarea de la agricultura. La palabra se ganó su mala acepción a causa de un ritual en el que sacerdotisas que ejercían una especie de prostitución sagrada en honor a esta deidad azotaban con ramas frutales cortadas a mujeres que deseaban quedarse embarazadas. De ahí que de nombre de divinidad pasase a ser un término que quedara lejos del lenguaje de hombres de exquisita dicción. 

Por ejemplo, rara vez podemos escuchar un improperio así de boca de un cardenal, por citar a algún clérigo de inmaculado lenguaje. Lo que a lo mejor no sabe tul señor de esos es que su nombre, antes de ser la denominación de un cargo eclesiástico, también era una palabra común romana. Tiene su origen en la palabra latina cardines, que significaba 'ángulos'. La causa por la que pasó a designar a los altos prelados de la Iglesia se debió a que cuando el papa celebraba la misa era asistido por cuatro ayudantes llamados cardinales porque se situaban en los cuatro ángulos del altar.
Parece que, para bien o para mal, los significados roban palabras como auténticos ladrones del diccionario. ¿Ladrones? ¡Hala!, otra más. Ladrón procede de la palabra ladro, que en latín significa 'soldado'. Fue culpa de los habituales expolios y saqueos que realizaba el ejército del gran imperio que el vocablo cambiase de acepción. Lo de esa milicia, según relata la historia, era pura ambición bélica. 

Por cierto, ambición., de ambire, dar vueltas, alude a los candidatos de la antigua Roma que aspiraban a cargos públicos. La razón del término es que estos iban de acá para allá solicitando recomendaciones y apoyo. Hoy, sin la necesidad de las vueltas, expresa el empuje de una persona por la búsqueda de cargos, honores e influencia.
 
Me refiero a personas así como los candidatos a algún tipo de puesto; por descontado, otro término propio de la misma región. En aquellos entonces eran los candidatus, llamados así porque tenían que ir vestidos con togas blancas (cándidas) cuando se presentaban para ser elegidos como magistrados. 

Al final resulta que había más cosas de la antigua Roma que no eran tan conocidas que las que uno creía. Y seguro que a más de un compañero de oficina le parece más entretenido escuchar una anécdota de estas que mirar el álbum con las fotos de uno en bermudas recorriendo los archiconocidos monumentos de la capital italiana. ¡Ah! Se le explica también al compañero que, asimismo, compañero y álbum son términos caídos de Roma. El primero procede de la unión de las palabras latinas cum panis, ‘con pan', es decir, lo que se acompañaba con pan, que luego pasó a señalar al que se come el mismo pan, o sea, el compañero. Y el segundo, álbum, es una palabra latina que significa 'blanco'. Para los romanos, era una tabla pintada de ese color en la que se inscribían los nombres de las dignidades. 

Con tanta curiosidad de Roma, vaya usted a saber si hasta le sirven estos conceptos para ir de chulito o chulita al ligar. ¿Valdrá saber estas banalidades un beso? Por si salta la liebre, dígale a su receptor que los romanos distinguían entre tres tipos de ellos: el osculum, que se da en la mejilla; el suavem, que se dan los amantes; y el basium, de donde procede la actual palabra castellana, que se refería a un beso en los labios. Suerte con sus nuevos conocimientos romanos.