Una de romanos: el diccionario del imperio
(Un artículo de Jaled Abdel Rahin en la revista Ling de mayo
de 2013)
Contar […] algo poco conocido sobre la antigua Roma
es más difícil de lo que uno se cree. "Quizás el Coliseo ... ",
piensa uno. "iQué va!, extraordinariamente popular". "A lo mejor
de las calzadas, o de las termas, o de los gallináceos cascos de los soldados romanos...
". "¡Bah!, igual de trillado... ". "¡Ya sé! ¡De las
catacumbas!". "Ffff, tampoco, caldo de cualquier guía turística.
¡Rayos!, qué trabajo hablar de algo que no esté sañudamente manido acerca de la
herencia de la ciudad eterna. Un momento... , ¡claro!, ¡trabajo!', ese término sí es obra de la vieja Roma y poca gente es consciente
de ello".
Trabajo,
del castellano antiguo trebejare y del latín tripalium (tres
palos), derivado del verbo tripaliare (torturar o torturarse). Fueron los
últimos testigos de la caída del Imperio -ya en vísperas de la Edad Media- los que
acuñaron este término para denominar a un instrumento compuesto por tres estacas
que servía para sujetar animales fuertes, como toros o caballos, cuando había que
herrarlos. De ahí lo de torturar. Más de uno estará de acuerdo en que el significado
que el español le ha dado actualmente no difiere demasiado.
¿Dije 'los últimos testigos'? Fíjate tú por dónde, otra curiosidad. Eso también es
cosa de romanos. El verbo testificar es una derivación del latín. Aunque existe
una corriente que afirma que procede de la conjunción de las palabras testis
(testigo) y facere (hacer),
hay una versión más extendida que le adjudica un significado mucho más ovular.
Los habitantes de la antigua Roma, a falta de Biblias, se apretaban los testículos
con la mano derecha cuando querían demostrar que estaban diciendo la verdad. De
ahí la actual acepción castellana, aunque la explicación les retumbe a los más tiquismiquis.
Por
cierto, otro vocablo de romanos.
Tiquismiquis, la expresión que se utiliza para señalar
que una persona es excesivamente escrupulosa o puntillosa, procede del latín
vulgar tichi, michi, alteración de tibi,
mihi (para ti, para mí). Se utilizaba para indicar una indecisión basada
en un aspecto vano o muy poco importante y de ahí pasó a la acepción ñoña que hoy
se le ha dado. Por supuesto, un tiquismiquis
de esos de ahora jamás se mancharía la boca diciendo, por ejemplo, que se lo pasa
de puta madre cuando disfruta
de algo (disculpe el educado lector). A ellos, solo contarles que esa desavenida
palabra para nada tenía un significado gravoso cuando la decían los primeros que
empezaron a utilizarla, que, cómo no, fueron los romanos.
Puta,
en la antigua Roma, simplemente significaba 'poda', y era el nombre de la diosa
relacionada con esta tarea de la agricultura. La palabra se ganó su mala acepción
a causa de un ritual en el que sacerdotisas que ejercían
una especie de prostitución sagrada en honor a esta deidad azotaban con ramas frutales
cortadas a mujeres que deseaban quedarse embarazadas. De ahí que de nombre de divinidad
pasase a ser un término que quedara lejos del lenguaje de hombres de exquisita dicción.
Por ejemplo, rara vez podemos escuchar un improperio
así de boca de un cardenal, por citar
a algún clérigo de inmaculado lenguaje. Lo que a lo mejor no sabe tul señor de esos
es que su nombre, antes de ser la denominación de un cargo eclesiástico,
también era una palabra común romana. Tiene su origen en la palabra latina cardines, que significaba
'ángulos'.
La causa por la que pasó a designar a los altos prelados de la Iglesia se debió
a que cuando el papa celebraba la misa era asistido por cuatro ayudantes llamados
cardinales porque se situaban en los cuatro ángulos del altar.
Parece que, para bien o para mal,
los significados roban palabras como auténticos ladrones del diccionario. ¿Ladrones? ¡Hala!,
otra
más.
Ladrón
procede
de la
palabra
ladro,
que
en latín significa 'soldado'. Fue culpa de los habituales expolios y saqueos
que realizaba el ejército del gran imperio que el vocablo cambiase de acepción.
Lo
de
esa milicia, según relata la historia, era pura ambición bélica.
Por cierto, ambición., de ambire,
dar
vueltas, alude a los candidatos de la antigua Roma que aspiraban a cargos públicos.
La razón del término es que estos iban de acá para allá solicitando recomendaciones
y apoyo. Hoy, sin la necesidad de las vueltas, expresa el empuje de una persona
por la búsqueda de cargos, honores e influencia.
Me refiero a personas así como los candidatos a algún tipo de puesto; por descontado,
otro término propio de la misma región. En aquellos entonces eran los candidatus,
llamados
así porque tenían que ir vestidos con togas blancas (cándidas) cuando se
presentaban para ser elegidos como magistrados.
Al final resulta que había más cosas de la antigua Roma
que no eran tan conocidas que las que uno creía. Y seguro que a más de un compañero
de oficina le parece más entretenido escuchar una anécdota de estas que mirar el
álbum con las fotos de uno en bermudas
recorriendo los archiconocidos monumentos de la capital italiana. ¡Ah! Se le explica
también al
compañero
que, asimismo, compañero y álbum son términos caídos de Roma. El primero procede
de la unión de las palabras latinas cum
panis, ‘con pan', es decir, lo que se acompañaba con pan, que luego pasó a señalar
al que se come el mismo pan, o sea, el compañero. Y el segundo, álbum, es una
palabra latina que significa 'blanco'. Para los romanos, era una tabla pintada
de ese color en la que se inscribían los nombres de las dignidades.
Con tanta curiosidad de Roma, vaya usted a saber si hasta
le
sirven
estos conceptos para ir de chulito o chulita al ligar.
¿Valdrá
saber
estas banalidades un beso? Por si
salta
la liebre, dígale a su receptor que los romanos distinguían entre tres tipos de
ellos: el osculum, que se da en la
mejilla; el suavem, que se dan
los
amantes; y el basium, de
donde procede la actual palabra castellana, que se refería a un beso
en los
labios. Suerte con sus nuevos conocimientos romanos.
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