Atletas en chanclas
(Un reportaje de Jacobo G. García en el suplemento Crónica de El Mundo del 29 de julio de 2012)
Es frustrante. Después
de dos horas de avión desde el Distrito Federal hasta Chihuahua, cinco horas de
autobús hasta la Sierra Tarahumara, dos horas más en coche por una pista de
tierra y otras dos a pie por la montaña en busca de uno de los mejores atletas
del mundo, toda la entrevista cabe en un confeti.
-¿Qué recuerdos tiene de
la carrera de 65 kilómetros de Suiza?
-Bien, chiquita.
-¿y de Los Ángeles?
-Pos sí, bien.
-¿Y de Japón?
-¿Cómo dice? [¿Qué si t’acuerdas cómo fue la cosa por allá?,
traduce su compadre].
-Pos bien.
-¿Echa de menos la época
de carreras y de viajes al extranjero?
-¿Cómo?, pregunta
girándose hacia su amigo [¿Qué si quieres ir otra vez a pasear allá fuera?].
-Sí
-¿Cuál es el secreto de
los tarahumaras?
-¿Qué es secreto? [¿Qué
cómo le hace pa'correr?, traduce otra
vez]
Con el español de
Cirildo Chacarito y mi tarahumara podríamos pasarnos dos días seguidos en esta
cabaña de madera sin ir más allá en la conversación. Chacarito lleva la misma
ropa desgastada con la que se convirtió en una leyenda del atletismo, la misma
que utiliza para, cortar la leña, sembrar maíz o recoger el frijol. Un
taparrabos al estilo Gandhi, una camisa floreada y unas chancletas hechas por
él con llanta de rueda y correas de pellejo de vaca, similares a las que utilizó
en 1997 cuando con 52 años ganó la carrera de las 100 millas (160 kilómetros)
que se celebra cada año en Pasadena, California. Su amigo Juan Herrera fue
segundo y Victoriano Churo, de un poblado cercano, tercero. Si hubiese un paseo
de la fama del atletismo, tres de las estrellas llevarían el nombre de estos
tres indígenas de piernas huesudas y morenas que sumaban más de 150 años cuando
coparon el podio.
«Cuando fuimos a
inscribirnos escuchamos risas y alguna burla por su aspecto», recuerda el jesuita
Javier Ávila, conocido como padre Pato,
que los acompañó a Los Ángeles. Aquel día, el enemigo era Ben Hian, el joven y
tatuado marine de EEUU, ganador de las tres últimas ediciones. La única
instrucción que recibió Chacarito fue la del sacerdote. «A ese es al que tienes
que seguir», le dijo. De los 248 corredores, llegaron menos de la mitad y al frente
de todos ellos, Cirildo Chacharito con sus chanclas.
Aunque lo ha contado
varias veces, el jesuita repite el diálogo que mantuvo con Chacarito nada más
terminar los 160 kilómetros en 19 horas y 37 minutos. Una conversación que
merece pasar a la historia del atletismo:
-¿Ya llegaron los demás?
-No, nadie, tú eres el
primero.
-Ah, ta bien.
-Siéntate...
-No, así ta bien.
-¿Agua?
-No
-¿Chocolate?
-Sí, chocolate... Y un
cigarro.
El musculoso marine tuvo
que abandonar la carrera y el padre Pato
lo recuerda orinando sangre junto al camino. Dos años antes, otro tarahumara,
Juan Herrera, había hecho el mismo trayecto en dos horas menos, lo que le sirvió
para entrar en el libro Guiness y ser
recibido por el presidente de México.
Los nuevos vienen
empujando. El año pasado, Miguel Urra, de 20 años, impuso un nuevo record en
los 80 kilómetros, con un registro de siete horas y cuatro minutos. Unos
100.000 tarahumaras o rarámuris -pies ligeros. en su idioma- viven diseminados
a lo largo de la Sierra Tarahumara, una impresionante cordillera del norte de
México, conocido por las espectaculares Barrancas del Cobre y por ser lugar de
paso del único tren de pasajeros del país. Una sucesión de desfiladeros cuatro
veces más profundos que el cañón del Colorado. Un paisaje salvaje de donde han
salido algunos de los más grandes atletas del mundo gracias a su habilidad para
correr durante horas. Pero ninguno competirá en estas Olimpiadas porque ninguna
prueba es lo suficientemente larga para ellos. No son los más rápidos pero sí
los más resistentes.
Probablemente no haya
pueblo más pacífico y tranquilo. En esta sierra no existía el crimen, la guerra
ni el robo. Tampoco había corrupción, obesidad, drogadicción ni violencia basta
que llegó el narco y empezó a reclutarlos para mover la droga al otro lado o
sacarla del fondo de las barrancas, allí donde ni el Ejército puede llegar para
arrancar las plantas de marihuana. Los tarahumaras han respondido siempre a las
amenazas corriendo más rápido y lejos que nadie. Los primeros jesuitas llegados
en 1600 quedaron impresionados al ver cómo cazaban los venados sin disparar una
flecha, sólo corriendo hasta que el animal caía agotado.
Pero
la victoria del indígena en taparrabos corrió como la pólvora por las Barrancas
de Cobre, y los periódicos de uno y otro lado de la frontera recogieron el
hecho. También Carlos Slim, el hombre más rico del mundo y dueño de la
telefónica Telmex, que patrocinó su viaje, quiso conocer al indígena. Gracias a
aquel encuentro logró que llegara el teléfono al poblado de Zizoguichi, de
donde había salido para subirse por primera vez en un avión.
Son
las 4:30 de la mañana en Guachochi. Es noche cerrada y hace un frío que pela en
este enclave a 2.500 metros de altura. Un pueblo feo y sin gracia si no fuera
por los espectaculares barrancos que lo rodean. Una vez al año los mejores
tarahumaras se dan cita en el Ultramaratón
de los cañones, 100 km que incluyen
un descenso hasta los 1.300 sobre el nivel del mar y que obliga a pasar del
frío gélido de arriba al sofocante calor del fondo de la barranca.
[…] cientos de
corredores de todo el mundo equipados con prendas dry fit para aguantar el contraste de temperatura, zapatillas con
resortes de acero para amortiguar la pisada, playeras que miden el pulso con un
chip, leads en la frente para iluminar el camino y bolsas de agua a la espalda,
de las que salen unos tubos que van directamente a la boca. Pero entre la manada
de atletas destaca un grupo de indígenas con taparrabos, pañuelo en la frente,
camisola floreada y sandalias. Ahí está Martín Ramírez con su cinta amarilla en
la cabeza; Gerroán Silva, dos veces ganador de la maratón de Nueva York, o
Silvino Cubézare. Ninguno calienta. Aguardan mirando al suelo ron las manos
cruzadas.
En el año 490 a.C. el
joven Filípides murió tras recorrer los 42 km que separan Esparta de Atenas
para anunciar la victoria sobre los persas. Aquí, el héroe griego se llama Arnulfo
Quimarae, probablemente el más grande corredor tarahumara vivo, miembro de un
clan de primos, cuñados y sobrinos tan buenos como él, según Christofer
McDougall, autor del libro Nacidos para
correr (Debate). Arnulfo confirma los pronósticos y es el primero en recorrer
100 km por la montaña (gran parte del trayecto acompañado de su esposa): cinco
horas y 50 minutos. Tras él entran otros ocho tarahumaras y en noveno lugar lo
hace el primer chabochi (blanco). Es
Luis Alonso, un fantástico atleta segoviano que venció en la Maratón de la
Muralla China en 2011 y que acaba de ganar el duro Trial de Peñalara de 110 km.
Llega asombrado. «Son los mejores ultrafondistas del mundo. Si se prepararan,
lo ganarían todo». A pesar de sus sofisticadas zapatillas, Luis perderá dos
uñas tras la paliza de hoy mientras que los tarahumaras, en chanclas, ni jadean
después de seis horas corriendo entre piedras.
Su técnica sigue siendo
un mesterio. No reponen fuerzas con bebidas energéticas ni barras energéticas
sino con pinole, un compuesto casero de maíz. En los años 70, médicos de EEUU
les hicieron todo tipo de exámenes, incluso el aire que cabía en sus pulmones,
pero no encontraron nada exótico. Sólo un detalle les llamó la atención;
después de horas corriendo, ninguno jadeaba al terminar. «Es una mezcla de
genética y forma de vida», explica el doctor Dirk Lund Christensen, de la
Universidad de Copenhague, que se ha traído desde Dinamarca un montón de
aparatos con los que analiza junto a la meta a los veloces indígenas. Antes de
irme de Panalachi vuelvo a encontrarme con Chacarito, que abandonó su casa perdida
entre las montañas y aparece en el pueblo borracho después de tres días bebiendo
tezguine, una agria cerveza casera a base de maíz. Va dando tumbos y hablando
sólo... Pero desde que estuvo en Suiza lo hace en inglés.
Mejor «guaranches» que Nike
Los cazatalentos también
han llegado hasta la Tarahumara en busca de atletas, pero siempre topan con el
mismo problema: ganan todo en casa pero son irregulares fuera. Unas veces porque
las pruebas son cortas, otras porque no se acostumbran a la comida y otras más
porque nadie les avisó de que pueden coger las bebidas energéticas que se dan durante
la carrera. Su tradición les impide tomar algo que no es suyo. Más frustrantes
han sido los intentos de las marcas comerciales. «Nike estaba preparando el
lanzamiento de las Tara-Nike y en Landville (Colorado) les pusieron zapatillas,
pero en mitad de la carrera se las quitaron, las tiraron y pidieron sus guaraches,
lo que dio al traste con la campaña publicitaria», explica el padre Pato. Precisamente
la Leadville Trail de 100 millas (160
km) fue uno de los momentos de oro de Chacarito. Leadville es la ciudad más
alta de EEUU (3.000 m en las Rocosas) y también la más fría (aquí entrena la
10ª División de montaña, fuerza de élite). La carrera equivale a cuatro
maratones juntos y la salida está al doble de la altura en la que los aviones
presurizan sus cabinas. De ahí, todo cuesta arriba. Con sus taparrabos y sus chancletas,
Churo y Chacarito, con sus 51 y 48 años entonces, también derrotaron al resto
del mundo.
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