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viernes, septiembre 13

Tonto y el llanero solitario



(Un texto de Ralph Barby, autor de novelas del oeste, en la Crónica de El Mundo del 25 de agosto de 2013)

En su piel, los tajos de una vida dura, rostro surcado por profundas arrugas, mal cubierto con ropas sucias, mezcla de ropas de hombre blanco y de indio que siente el frio de la soledad en medio del gentío de las calles de Nueva York. Anduvo como si nadie existiera a su alrededor hasta encontrar las oscuras aguas del río Hudson, las miró como tratando de descubrir quién era él. Más allá de su nacimiento como un indio de los potawatomi... ¿Qué había sido de su vida? Más que cansado, estaba hastiado, su vida había sido más que difícil. Hombre muy inteligente, tuvo que ocultar siempre esa inteligencia que le había ayudado a sobrevivir dejando que le llamaran Tonto.

En aquel tiempo del siglo XIX (entre 1850 y 1890 se situarían sus andanzas), un niño indio aprendía de sus mayores a moverse sin hacer ruido, a cazar con el arco y las flechas, y ya ansiaba montar un caballo y salir de caza con los hombres de su tribu, había tanto que aprender para vivir sobre aquella tierra de Green Bay (Wisconsin) que se revelaba fértil y generosa. Pero la codicia cabalgaba cerca y pagaba mercenarios. Así comenzó la historia del pequeño Pahoo-Ka-Ta-Wah. Una historia que, arreglada según conveniencias, fue contada en la emisora de radio WXYZ por George Trendle en Detroit, luego pasó a la televisión, al comic y a la gran pantalla. Pero todo llegaría sobrevenido a su destino.

Pahoo-Ka-Ta-Wah ignoraba que al paso del tiempo se haría famoso como Tonto, el compañero de Lone Ranger, que alguien tradujo al castellano como El llanero solitario. Pero la vida real poco o nada se iba a parecer a la vida de ficción recreada, algo usual porque el escritor desea que sus lentejas estén ya pagadas cuando pueda comérselas.

Hay que puntualizar que en Hispanoamérica, por pudor, lo de Tonto se tradujo como Toro, que no chirriaba tanto a los oídos de los descendientes de nativos americanos. [Y así nos llegó a este lado del Atlántico, igual que ahora la nueva película, con Johnny Deep disfrazado de Tonto (con pajarraco en la cabeza incluido, atrezzo que nada tuvo que ver con la realidad)].

Con el estruendo de los cascos de los caballos llegaron también los disparos, la aldea de los Potawatomi tembló, había muy pocos guerreros para defenderla aparte de viejos, mujeres y niños. Cuando Butch Cavendish llegó con sus mercenarios, sabían que hallarían escasa resistencia. Mataron rápidamente a los guerreros y luego fueron disparando a todo lo que se moviera. Al niño Pahoo-Ka-Ta-Wah le habían dicho que si en alguna ocasión la aldea era atacada, se refugiara en la cueva. Dejó la pesca y corrió, un jinete atacante de piel blanca bajo la barba se echó el rifle a la cara y disparó. En aquel instante, el niño había saltado y cayó con la cabeza contra unas rocas a poca distancia de la entrada de la disimulada cueva. El mercenario creyó haberle acertado.

-¡Quemad las casas! - ordenó el cabecilla de los asaltantes mientras reunían a las mujeres y ancianos que aún vivían. -¡Sois estúpidos! Se os dijo que os marcharais de aquí y ahora, mirad lo que os pasa. - Se fijó en una mujer que llevaba colgado sobre su pecho una especie de medallón con cordón hecho de crines de caballo. -Eso es de plata... Sabéis dónde hay plata, ¿verdad? - La mujer negó con la cabeza-. ¡Dame el medallón!
Apoyó sus palabras con apremiantes gestos de su mano. La india volvió a negar con la cabeza y Butch Cavendish, que tenía el revólver en la mano, le disparó al rostro sin contemplaciones. Apenas se derrumbaba cuando el cabecilla ordenó a uno de sus hombres:

-Alcánzame ese medallón, nos vamos, que aquí no quede nada que pueda moverse.

Sonaron más disparos mientras las casas de la aldea india ardían por los cuatro costados.

-Butch, parece un sol...

El niño indio no sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando las carretas de unos colonos que se dirigían a México pasando por Texas acertaron a pasar por la aldea arrasada. Los cadáveres seguían esparcidos por la tierra con los animales carroñeros enseñoreándose del lugar.

-Será mejor que nos vayamos pronto de aquí, esto es malo, muy malo- opinó el patriarca de los colonos.

-¡Está vivo, está vivo! -gritó John Reid que podía tener la misma edad de Pahoo-Ka-Ta-Wah.

-¡Vámonos!- insistió el patriarca de los colonos. -Aquí correrá más sangre.

- Él se viene con nosotros -insistió John Reid. Se encaró con el niño indio sucio por la sangre. - ¿No queda nadie vivo?

El pequeño indio no entendía la lengua de los blancos, pero captó muy bien lo que le preguntaban y John, a su vez, le captó a él.

-Viene con nosotros, está solo.

El patriarca de los colonos dibujó una mueca de disgusto, pero la mujer que llevaba a su lado en el pescante de la carreta hizo un gesto de asentimiento y reanudaron la marcha llevándose a Pahoo-Ka-Ta-Wah. El niño blanco y el niño indio se hicieron muy amigos, pero a los pocos días fueron alcanzados por los guerreros Potawatomi. Exigían venganza por lo ocurrido en su aldea asaltada, pero Pahoo-Ka-Ta-Wah se apresuró a explicar que no habían sido aquellos colonos, que éstos le habían salvado la vida. Las palabras del pequeño Pahoo-Ka-Ta-Wah consiguieron evitar una nueva tragedia.

-¡Vuelve con nosotros! -le ordenaron.

-No -señaló a John Reid y dijo: - Él me ha salvado la vida, ahora es mi hermano, voy con él. Los guerreros indios, ansiosos de encontrar a los mercenarios, no consumieron más tiempo y el niño prosiguió su camino con los colonos. Aquella noche, junto al fuego, Pahoo-Ka-Ta-Wah y John Reid firmaron un pacto de sangre, hicieron cortes en sus manos y las juntaron mezclando sus sangres, una unión de por vida, eso es lo que los niños creyeron.

Ya en México, el patriarca de los colonos llevaba una idea fija en su mente. -No vamos a ser bien vistos ni recibidos si llevamos a un indio con nosotros. Y más si es comanche.

Pahoo-Ka-Ta-Wah hablaba la lengua algonquina y la del Imperio Comanche, lengua franca para todo el territorio, no era exactamente comanche, mas para la mayoría de los blancos si lo era, pues no distinguían una tribu de otra. Pahoo-Ka-Ta-Wah fue abandonado en una misión religiosa mexicana con cuyos frailes no se entendía muy bien. Se mostró tan taciturno que creyeron que ni hablar sabía y le apodaron Tonto. Así se quedó para la historia, cuando no sólo hablaba bien la lengua del Imperio Comanche, sino también el español y fue aprendiendo el inglés; era un pequeño superdotado al que un religioso bautizó como Tonto (y el joven que crecía no tuvo ningún interés en exhibir ante otros sus cualidades).

Una noche, sin más, se alejó de la misión, entró en Texas y se hizo amigo de otros indios segregados de sus respectivas tribus. Se sumergió en una vida de pequeño y solitario forajido, su inteligencia natural y sus habilidades con las armas le ayudaron a sobrevivir en un mundo que no deseaba, hasta que un día oyó a lo lejos el fragor de unos tiroteos.

Con cautela, se acercó al paso de aquel cañón y fue descubriendo cadáveres. «Texas Rangers», masculló para sí. Estaban todos muertos. Debían de haber caído en una emboscada. Los Texas Rangers eran una fuerza policial pagada en conjunto por los terratenientes, incluso tenían que aportar hombres de la propia familia para integrarlos en aquel grupo de choque que debía ahuyentar al bandidaje que robaba en los ranchos. Eran muy expeditivos, ajusticiaban sin contemplaciones, no estaban para perder el tiempo, máxime cuando el ejército mexicano quería recuperar aquel amplísimo estado donde había un lugar que terminaría por ser mítico, El Álamo.

-¿Vas a matarme? - preguntó el ranger tendido en el suelo, con sangre en su entorno. Tonto le dio la vuelta, se lo quedó mirando muy fijo y silabeó:

- Tú eres mi hermano de sangre.

John Reid parpadeó incrédulo, el sol le cegaba, todo le daba vueltas.

-No es posible -. Torció la cabeza y perdió el sentido.

Tonto cuidó de su hermano de sangre; Reid le contó que alguien de los Texas Rangers debía haberles traicionado y Butch Cavendish, con su grupo de mercenarios, había caído sobre ellos. Butch Cavendish no quería por aquellas tierras otras fuerzas pagadas por los grandes rancheros latifundistas, sólo las suyas. John Reid prometió vengarse, en la emboscada había muerto su hermano, otro Texas Ranger. De su hermano biológico se llevó un pedazo de ropa con el que más tarde se haría su famoso antifaz.

-John, hermano, ahora tú estás muerto y a mí también me dan por muerto. Juntos cabalgaremos como espíritus inmortales y acabaremos con Butch Cavendish y su banda.

John Reid asintió a cuanto Tonto le proponía y desaparecieron de Texas. Tonto le llevó hasta la mina de plata que habían tenido los potawatomi. Le descubrió no sólo la mina, también el pequeño horno de fundición usado para conseguir piezas de plata. Con una sonrisa de complicidad le mostró un molde y vertió la plata fundida en los pequeños huecos: ¿Sabes que estoy haciendo, hermano?

-¿Son balas?

Tonto rio abiertamente, algo que no solía hacer.

-En adelante serán tus balas. De los cartuchos quitaremos las balas de plomo y pondremos las de plata, serán las balas de la Justicia.

-Para mí, las de la venganza- aceptó y puntualizó John Reid. -A partir de ahora seré Lone Ranger [El llanero Solitario]. Con e! antifaz, nadie va a reconocerme y encontraremos a Butch Cavendish.

Y la leyenda dice que cabalgaron juntos por Oklahoma, Michigan, Texas, México, hasta que llegó el día que encontraron a Butch Cavendish con pocos pistoleros protegiéndole.

Butch Cavendish ya con el revólver sin balas que disparar, con sus mercenarios muertos, se rió de quienes le habían perseguido sin fatiga. -¡Vamos, Lone Ranger, dispara, si no lo haces terminaré matándote yo!

-No, hermano John, no dispares -exigió Tonto-. Tengo que llevarlo vivo ante la justicia de la Unión de las Naciones Indias, es lo que merece y todos vuestros periódicos lo publicarán. John Reid no dudó en disparar al corazón de aquel ser que tanto daño había hecho a las tribus indias, un corazón que no volvería a latir.

-Cuando encuentren la bala de plata, todo el mundo sabrá que el llanero Solitario ha hecho justicia.

Tonto quedó profundamente disgustado, ya no podría llevar a Cavendish ante los ancianos de la Unión de Tribus Indias, donde él mismo habría sido reivindicado, después de tanto tiempo señalado como un indio forajido amigo de blancos.

Los hermanos de sangre se separaron. Tonto vagó entrando en las reservas indias de Skunk Hill y Forest County, de donde escapó al poco al no sentirse libre. Pasados algunos años regresó a la mina de plata y allí unos mineros le echaron de malas maneras. Aquella mina era ahora propiedad de John Reid, su hermano de sangre que había terminado por traicionarle. Una vez más, un indio se había equivocado al confiar en el pacto con un blanco. Llegó hasta New York y allí se enteró de que John Reid había fallecido y que el dueño de la mina de plata era un tal Dan, su sobrino, un importante hombre de negocios.

Sosteniendo en su mano el gran medallón de plata recuperado del cuerpo caído del mercenario asesino, el dios Sol para los Potawatomi (según decía su nombre «aquellos que cuidan y llevan el fuego»), desplazó su mirada del brillo de la plata. al de las oscuras aguas del Hudson. Nunca más volvió a saberse de Tonto, un indio muy inteligente, envejecido, enfermo y olvidado por todos que entre los suyos se llamó Pahoo-Ka-Ta-Wah.