Tonto y el llanero solitario
(Un texto de Ralph
Barby, autor de novelas del oeste, en la Crónica de El Mundo del 25 de agosto
de 2013)
En su piel, los tajos de
una vida dura, rostro surcado por profundas arrugas, mal cubierto con ropas
sucias, mezcla de ropas de hombre blanco y de indio que siente el frio de la
soledad en medio del gentío de las calles de Nueva York. Anduvo como si nadie
existiera a su alrededor hasta encontrar las oscuras aguas del río Hudson, las
miró como tratando de descubrir quién era él. Más allá de su nacimiento como un
indio de los potawatomi... ¿Qué había sido de su vida? Más que cansado, estaba
hastiado, su vida había sido más que difícil. Hombre muy inteligente, tuvo que
ocultar siempre esa inteligencia que le había ayudado a sobrevivir dejando que
le llamaran Tonto.
En aquel tiempo del
siglo XIX (entre 1850 y 1890 se situarían sus andanzas), un niño indio aprendía
de sus mayores a moverse sin hacer ruido, a cazar con el arco y las flechas, y
ya ansiaba montar un caballo y salir de caza con los hombres de su tribu, había
tanto que aprender para vivir sobre aquella tierra de Green Bay (Wisconsin) que
se revelaba fértil y generosa. Pero la codicia cabalgaba cerca y pagaba
mercenarios. Así comenzó la historia del pequeño Pahoo-Ka-Ta-Wah. Una historia
que, arreglada según conveniencias, fue contada en la emisora de radio WXYZ por
George Trendle en Detroit, luego pasó a la televisión, al comic y a la gran
pantalla. Pero todo llegaría sobrevenido a su destino.
Pahoo-Ka-Ta-Wah ignoraba
que al paso del tiempo se haría famoso como Tonto, el compañero de Lone Ranger,
que alguien tradujo al castellano como El llanero solitario. Pero la vida real
poco o nada se iba a parecer a la vida de ficción recreada, algo usual porque
el escritor desea que sus lentejas estén ya pagadas cuando pueda comérselas.
Hay que puntualizar que
en Hispanoamérica, por pudor, lo de Tonto se tradujo como Toro, que no
chirriaba tanto a los oídos de los descendientes de nativos americanos. [Y así
nos llegó a este lado del Atlántico, igual que ahora la nueva película, con Johnny
Deep disfrazado de Tonto (con pajarraco en la cabeza incluido, atrezzo que nada tuvo que ver con la
realidad)].
Con el estruendo de los
cascos de los caballos llegaron también los disparos, la aldea de los
Potawatomi tembló, había muy pocos guerreros para defenderla aparte de viejos,
mujeres y niños. Cuando Butch Cavendish llegó con sus mercenarios, sabían que
hallarían escasa resistencia. Mataron rápidamente a los guerreros y luego
fueron disparando a todo lo que se moviera. Al niño Pahoo-Ka-Ta-Wah le habían
dicho que si en alguna ocasión la aldea era atacada, se refugiara en la cueva.
Dejó la pesca y corrió, un jinete atacante de piel blanca bajo la barba se echó
el rifle a la cara y disparó. En aquel instante, el niño había saltado y cayó
con la cabeza contra unas rocas a poca distancia de la entrada de la disimulada
cueva. El mercenario creyó haberle acertado.
-¡Quemad las casas! - ordenó
el cabecilla de los asaltantes mientras reunían a las mujeres y ancianos que
aún vivían. -¡Sois estúpidos! Se os dijo que os marcharais de aquí y ahora,
mirad lo que os pasa. - Se fijó en una mujer que llevaba colgado sobre su pecho
una especie de medallón con cordón hecho de crines de caballo. -Eso es de plata...
Sabéis dónde hay plata, ¿verdad? - La mujer negó con la cabeza-. ¡Dame el
medallón!
Apoyó sus palabras con
apremiantes gestos de su mano. La india volvió a negar con la cabeza y Butch
Cavendish, que tenía el revólver en la mano, le disparó al rostro sin
contemplaciones. Apenas se derrumbaba cuando el cabecilla ordenó a uno de sus
hombres:
-Alcánzame ese medallón,
nos vamos, que aquí no quede nada que pueda moverse.
Sonaron más disparos
mientras las casas de la aldea india ardían por los cuatro costados.
-Butch, parece un sol...
El niño indio no sabía
cuánto tiempo había transcurrido cuando las carretas de unos colonos que se
dirigían a México pasando por Texas acertaron a pasar por la aldea arrasada.
Los cadáveres seguían esparcidos por la tierra con los animales carroñeros
enseñoreándose del lugar.
-Será mejor que nos
vayamos pronto de aquí, esto es malo, muy malo- opinó el patriarca de los
colonos.
-¡Está vivo, está vivo!
-gritó John Reid que podía tener la misma edad de Pahoo-Ka-Ta-Wah.
-¡Vámonos!- insistió el
patriarca de los colonos. -Aquí correrá más sangre.
- Él se viene con
nosotros -insistió John Reid. Se encaró con el niño indio sucio por la sangre.
- ¿No queda nadie vivo?
El pequeño indio no
entendía la lengua de los blancos, pero captó muy bien lo que le preguntaban y
John, a su vez, le captó a él.
-Viene con nosotros,
está solo.
El patriarca de los colonos
dibujó una mueca de disgusto, pero la mujer que llevaba a su lado en el
pescante de la carreta hizo un gesto de asentimiento y reanudaron la marcha
llevándose a Pahoo-Ka-Ta-Wah. El niño blanco y el niño indio se hicieron muy
amigos, pero a los pocos días fueron alcanzados por los guerreros Potawatomi. Exigían
venganza por lo ocurrido en su aldea asaltada, pero Pahoo-Ka-Ta-Wah se apresuró
a explicar que no habían sido aquellos colonos, que éstos le habían salvado la
vida. Las palabras del pequeño Pahoo-Ka-Ta-Wah consiguieron evitar una nueva
tragedia.
-¡Vuelve con nosotros!
-le ordenaron.
-No -señaló a John Reid
y dijo: - Él me ha salvado la vida, ahora es mi hermano, voy con él. Los
guerreros indios, ansiosos de encontrar a los mercenarios, no consumieron más
tiempo y el niño prosiguió su camino con los colonos. Aquella noche, junto al
fuego, Pahoo-Ka-Ta-Wah y John Reid firmaron un pacto de sangre, hicieron cortes
en sus manos y las juntaron mezclando sus sangres, una unión de por vida, eso
es lo que los niños creyeron.
Ya en México, el patriarca
de los colonos llevaba una idea fija en su mente. -No vamos a ser bien vistos
ni recibidos si llevamos a un indio con nosotros. Y más si es comanche.
Pahoo-Ka-Ta-Wah hablaba
la lengua algonquina y la del Imperio Comanche, lengua franca para todo el
territorio, no era exactamente comanche, mas para la mayoría de los blancos si
lo era, pues no distinguían una tribu de otra. Pahoo-Ka-Ta-Wah fue abandonado
en una misión religiosa mexicana con cuyos frailes no se entendía muy bien. Se
mostró tan taciturno que creyeron que ni hablar sabía y le apodaron Tonto. Así
se quedó para la historia, cuando no sólo hablaba bien la lengua del Imperio
Comanche, sino también el español y fue aprendiendo el inglés; era un pequeño
superdotado al que un religioso bautizó como Tonto (y el joven que crecía no
tuvo ningún interés en exhibir ante otros sus cualidades).
Una noche, sin más, se
alejó de la misión, entró en Texas y se hizo amigo de otros indios segregados
de sus respectivas tribus. Se sumergió en una vida de pequeño y solitario
forajido, su inteligencia natural y sus habilidades con las armas le ayudaron a
sobrevivir en un mundo que no deseaba, hasta que un día oyó a lo lejos el
fragor de unos tiroteos.
Con cautela, se acercó
al paso de aquel cañón y fue descubriendo cadáveres. «Texas Rangers», masculló para sí. Estaban todos muertos. Debían de
haber caído en una emboscada. Los Texas
Rangers eran una fuerza policial pagada en conjunto por los terratenientes,
incluso tenían que aportar hombres de la propia familia para integrarlos en
aquel grupo de choque que debía ahuyentar al bandidaje que robaba en los
ranchos. Eran muy expeditivos, ajusticiaban sin contemplaciones, no estaban
para perder el tiempo, máxime cuando el ejército mexicano quería recuperar
aquel amplísimo estado donde había un lugar que terminaría por ser mítico, El
Álamo.
-¿Vas a matarme? - preguntó
el ranger tendido en el suelo, con
sangre en su entorno. Tonto le dio la vuelta, se lo quedó mirando muy fijo y
silabeó:
- Tú eres mi hermano de
sangre.
John Reid parpadeó
incrédulo, el sol le cegaba, todo le daba vueltas.
-No es posible -. Torció
la cabeza y perdió el sentido.
Tonto cuidó de su
hermano de sangre; Reid le contó que alguien de los Texas Rangers debía haberles traicionado y Butch Cavendish, con su
grupo de mercenarios, había caído sobre ellos. Butch Cavendish no quería por
aquellas tierras otras fuerzas pagadas por los grandes rancheros latifundistas,
sólo las suyas. John Reid prometió vengarse, en la emboscada había muerto su
hermano, otro Texas Ranger. De su
hermano biológico se llevó un pedazo de ropa con el que más tarde se haría su
famoso antifaz.
-John, hermano, ahora tú
estás muerto y a mí también me dan por muerto. Juntos cabalgaremos como espíritus
inmortales y acabaremos con Butch Cavendish y su banda.
John Reid asintió a
cuanto Tonto le proponía y desaparecieron de Texas. Tonto le llevó hasta la
mina de plata que habían tenido los potawatomi. Le descubrió no sólo la mina,
también el pequeño horno de fundición usado para conseguir piezas de plata. Con
una sonrisa de complicidad le mostró un molde y vertió la plata fundida en los
pequeños huecos: ¿Sabes que estoy haciendo, hermano?
-¿Son balas?
Tonto rio abiertamente,
algo que no solía hacer.
-En adelante serán tus
balas. De los cartuchos quitaremos las balas de plomo y pondremos las de plata,
serán las balas de la Justicia.
-Para mí, las de la
venganza- aceptó y puntualizó John Reid. -A partir de ahora seré Lone Ranger [El llanero Solitario]. Con
e! antifaz, nadie va a reconocerme y encontraremos a Butch Cavendish.
Y la leyenda dice que cabalgaron
juntos por Oklahoma, Michigan, Texas, México, hasta que llegó el día que
encontraron a Butch Cavendish con pocos pistoleros protegiéndole.
Butch Cavendish ya con
el revólver sin balas que disparar, con sus mercenarios muertos, se rió de
quienes le habían perseguido sin fatiga. -¡Vamos, Lone Ranger, dispara, si no lo haces terminaré matándote yo!
-No, hermano John, no
dispares -exigió Tonto-. Tengo que llevarlo vivo ante la justicia de la Unión
de las Naciones Indias, es lo que merece y todos vuestros periódicos lo
publicarán. John Reid no dudó en disparar al corazón de aquel ser que tanto
daño había hecho a las tribus indias, un corazón que no volvería a latir.
-Cuando encuentren la
bala de plata, todo el mundo sabrá que el llanero Solitario ha hecho justicia.
Tonto quedó
profundamente disgustado, ya no podría llevar a Cavendish ante los ancianos de
la Unión de Tribus Indias, donde él mismo habría sido reivindicado, después de
tanto tiempo señalado como un indio forajido amigo de blancos.
Los hermanos de sangre
se separaron. Tonto vagó entrando en las reservas indias de Skunk Hill y Forest
County, de donde escapó al poco al no sentirse libre. Pasados algunos años
regresó a la mina de plata y allí unos mineros le echaron de malas maneras.
Aquella mina era ahora propiedad de John Reid, su hermano de sangre que había terminado
por traicionarle. Una vez más, un indio se había equivocado al confiar en el
pacto con un blanco. Llegó hasta New York y allí se enteró de que John Reid
había fallecido y que el dueño de la mina de plata era un tal Dan, su sobrino,
un importante hombre de negocios.
Sosteniendo en su mano
el gran medallón de plata recuperado del cuerpo caído del mercenario asesino,
el dios Sol para los Potawatomi (según decía su nombre «aquellos que cuidan y
llevan el fuego»), desplazó su mirada del brillo de la plata. al de las oscuras
aguas del Hudson. Nunca más volvió a saberse de Tonto, un indio muy
inteligente, envejecido, enfermo y olvidado por todos que entre los suyos se
llamó Pahoo-Ka-Ta-Wah.
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