La batalla de Muret (1213): un día aciago para la corona de Aragón
(Un texto de Lola García en el Heraldo de Aragón del 15 de
septiembre de 2013)
El 12 de septiembre de 1213, hace ocho siglos, Pedro 11 de
Aragón, el Católico, al frente de tropas aragonesas, catalanas, tolosanas y de
otros territorios del sur de Francia, murió frente al ejército francés del papa
Inocencio 111, mandado por Simón de Monfort. Años después, su hijo Jaime I
renunció para siempre a dominar el Lenguadoc.
Sus padres vivían separados. El niño se criaba sin ellos, en
manos de un poderoso tutor que tenía sus propias ambiciones. En pocos meses de
un año aciago, el de 1213, la criatura perdió a su madre, en abril, y a su
padre, en septiembre. Como tenía cinco años, tras algunas negociaciones, quedó
en manos de los templarios, que lo criaron en su formidable castillo de Monzón.
Así empezó su vida de rey Jaime I el Conquistador.
Cuando dictó sus memorias, reconoció que su padre, el rey
Pedro II, había sido un mujeriego, pero «amable y sin doblez». Recordó con un
deje amargo su muerte, luchando como uno más en Muret, cerca de Toulouse,
precisamente contra las tropas de quien había sido tutor de Jaime: Simón de
Montfort, noble poderoso en Francia y en Inglaterra y capitán del papa
Inocencio III, que para muchos fue, sin moverse de Roma, el verdadero protagonista
político de la derrota del rey de Aragón y de su muerte en batalla.
«Estaban con él -escribió Jaime, años más tarde-, por
Aragón, Don Miguel de Lucia, Don Blasco de Alagón, Don Rodrigo de Lizana, Ladrón,
Don Gómez de Luna, Don Miguel de Rada, Don Guillén de Poyo y Don Aznar Pardo,
con otros muchos de su mesnada (...), pero salvo Gómez, Rada, Pardo y algunos
de su mesnada, que murieron allí, todos los otros lo abandonaros y huyeron. Por
Cataluña estaban Don Bernat de Creixell, Hugo de Mataplana, Don Guillén de
Horta y Don Bernat de Castellbisbal; y huyeron con los otros».
Ni siquiera ese día habría dejado Pedro el Católico su
afición sexual, pues «había yacido con una mujer», de modo que, en misa, «tuvo
que permanecer sentado mientras se leía» el evangelio. Si no es una excusa
filial para explicar por qué un atlético hombretón de treinta y cinco años perecería
horas más tarde en el combate y sin lucir sus enseñas regias. Jaime explica
técnicamente el fracaso paterno: «Aquells de la part del rey no saberen gens
arrengar la batalla ne anar aiustats», no hicieron un plan de batalla al que sujetarse,
de modo que cada noble atacó por su cuenta sin atenerse al arte de la guerra,
«contra natura d'armes». Y así, concluye el narrador, «murió nuestro padre»,
como siempre sucedió en la Casa de Aragón, en la que los reyes en batalla «devem
venere o morir».
Aún discuten los expertos si la batalla se perdió porque se
luchó mal o porque la caballería pesada enemiga era muy buena. El éxito de la
maniobra de Montfort, rápida y contundente, fue llegar en tromba hasta el mismo
Pedro II, en segunda línea, en lugar de guarecido en retaguardia. Así encontró la
muerte y quedó descabezado su ejército al poco de iniciado el combate. El
choque fue rudo, de forma que el joven hijo del conde Toulouse, que vio la
batalla sin tomar parte en ella, lo recordaba años después como un estruendo parecido
al de «muchas hachas que talaran un bosque».
La derrota en Muret de las tropas del rey de Aragón y de sus
vasallos en el Lenguadoc, significó la anexión de esta vasta y rica región a la
corona francesa, con el impulso del papado, que avanzaba, además, en la
extinción de la herejía de los cátaros o albigenses.
De camino a Toulouse, si se va en coche, Muret queda a mano
derecha de la A64, la Autovía Pirenaica. Su bien dotado instituto de Enseñanza
Media y Formación Profesional se llama 'Pierre d’Aragon'. Una modesta
inscripción, en occitano, recuerda el hecho en el lugar de la batalla, con
sentimentalidad anacrónica y romántica.
Murèth (en occitano) disponía de un castillo, desaparecido,
adosado al Garona y a un meandro de su afluente, el Louge. La ciudad tiene 25
000 habitantes y entonces solo algunos cientos. El lugar se ha poblado mucho
por influencia de Toulouse, veinte kilómetros al norte, la capital de la región
Sur-Pirineos.
Repárese en que las tierras del Sur francés no eran del rey
de Francia, como tampoco Normandía y Aquitania, sujetas al rey de Inglaterra.
Algunos de los grandes señores meridionales, los principales titulares de
condados como Toulouse, Foix y Comenge (Comminges) eran vasallos, aliados y
parientes del rey de Aragón y conde de Barcelona. La lucha contra los herejes
era una cruzada, pero sus causas desbordaban lo puramente religioso: la
monarquía francesa, enfrentada a la inglesa y ávida de ampliar sus fronteras meridionales,
era una aliada perfecta para Roma: el catarismo había florecido en las tierras
cuya autoridad soberana era la de Pedro II. No podían hacerse reproches de fe
al rey a quien aún se llama 'el Católico' y que había combatido como cruzado en
las lejanas Navas de Tolosa, en 1212, contra los fanáticos almohades. Pero la
voluntad teocrática de Inocencio III, un papa férreo y decidido que intervino
en política a escala continental, no admitía discusión: no es de extrañar que
Felipe II de Francia estimulase con éxito a los caballeros franceses a
alistarse bajo las órdenes de Montfort, el gran capitán del papa, predicador de
la cruzada en 1208. El éxito de la campaña cimentaría el poderío de Francia
mediante la anexión del Lenguadoc.
Pedro II no quiso desoír la petición de sus vasallos del
otro lado del Pirineo, tras cuatro años de guerra. Las destrucciones habían sido
implacables y entre los implorantes había no pocos desposeídos y exiliados,
porque los cruzados franco pontificios habían actuado con suma dureza y
eficacia bélica en tierras sujetas al dominio soberano de Pedro, como las de
Carcasona y Béziers u otras de Tolosa y Foix. Seguro de su fuerza, de su
prestigio y de su superioridad numérica, que la tuvo, el rey no pudo hacerlo
peor como comandante.
La propia Toulouse, florón del 'Midi', cayó en manos de
Montfort en 1215, aunque retornó enseguida a sus dueños tradicionales. Años más
tarde, Jaime I -natural del 'Midi', como nacido en Montpellier, ciudad que era
posesión de su madre-, hijo de Pedro ya quien, como hemos visto, el recuerdo de
las desdichas paternas afligió en la infancia, intrigó con Toulouse e
Inglaterra contra el rey de Francia -san Luis IX, nieto de Felipe II-, pero sin
éxito. Muret fue un grave fracaso y puso muy difícil la marcha atrás. El
crecido poderío de la Casa de Francia pesó más que el de la Casa de Aragón y en
1258 los dos soberanos, Luis y Jaime, firmaron un acuerdo en Corbeil, cerca de
París, que zanjaba la cuestión a favor de la primera. Jaime no hizo mucho más
que rendirse a la evidencia y aceptar los hechos consumados.
«Nuestro padre, el rey Pedro, fue el rey más cabal que nunca
hubo en España, y el más cortés, y el más generoso, hasta tal punto desprendido
que sus rentas y su patrimonio iban a menos. Y era un buen caballero para las
armas, tan bueno no había en el mundo». (‘Llibre deIs feits' de Jaime I, § 6).
El cadáver del rey fue llevado por sus vencedores a Toulouse
y se encomendó a la orden militar del Hospital de San Juan de Jerusalén (actual
Orden de Malta). En 1217, el papa Honorio III autorizó su entierro en suelo de Aragón,
junto a su madre, La reina Sancha, fundadora del Real Monasterio de Sijena,
cuyas pinturas murales fueron expoliadas en 1936 por el gobierno catalán, en
plena guerra civil. Y allí siguen secuestradas.
Pedro II de Aragón según
su hijo Jaime I.
En su libro autobiográfico,
probablemente dictado a sus secretarios, Jaime I, que apenas conoció a su
padre, dice en lenguaje casi coloquial de él que «era Jo pus franch rey que
anch fas en Spanya», el rey más abierto que había en España, y «bon cavaller de
armes si bo ni havia al mon", tan buen caballero con las armas como el
mejor que hubiera en el mundo. Un claro ejemplo de lealtad filial y dinástica. En
la misma obra -'Llibre deis feits', (Libro de los hechos)-, escrita en catalán,
una de las lenguas de la Corona, el rey Conquistador dice que el desastre de
Muret se produjo por incapacidad militar, al luchar cada noble por su cuenta, sin
orden... y por sus pecados: 'Fería cada hun rich home per sí', 'per lo mal
ordenament e per lo peccat que era en ells'. Concluye: 'E aquí morí nostre
pare', como debe ser. Porque los reyes de Aragón en batalla «debemos vencer o
morir», 'deuem vencre o morir'.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, s. XIII
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