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martes, octubre 8

El hambre y el barro pudieron salvar a Europa de las hordas de Gengis Kan

(Un texto de G.L.S. en el ABC del 30 de mayo de 2016)

Después de fundar un imperio que se extendía desde China a Hungría y Polonia, una reciente investigación sugiere que el mal tiempo pudo frenar la expansión mongola y ser la salvación de los reinos europeos.

Apenas medio siglo antes de que cayera el último bastión cristiano en Tierra Santa y que la peste negra se llevara a la mitad de la población europea, Occidente sufría la sacudida de otro terrible «castigo divino». Procedentes de las profundidades de China y las interminables estepas, la horda de los mongoles amenazaba con aplastar bajo los cascos de sus caballos a todo el mundo conocido.

A comienzos del siglo XIII el gran Gengis Kan y después su sucesor, Ogadai Kan, aplastaron a la dinastía Jin (o Jurchen) en China y al Imperio Corasmio en Asia y en Asia Central, respectivamente. Sus conquistas, impulsadas por los pastos y los caballos de las estepas, les llevaron luego hasta Rusia, Polonia y Hungría, donde trataron de establecer incluso centros de administración.

Pero después de dos meses de devastación y victorias, por algún motivo desconocido la horda mongola se retiró abruptamente de Hungría en el 1242 y puso freno a su conquista de Europa.

Recientemente, un estudio presentado en la revista Scientific Reports ha propuesto una posible explicación para esta retirada que quizás le dio a Europa un tiempo precioso para soportar la acometida de los mongoles. Después de analizar documentos históricos y los anillos de crecimiento de árboles para reconstruir el clima del momento, los investigadores han concluido que la meteorología fue entonces muy adversa para un gran ejército formado por tan gran número de jinetes.

«Los documentos y los anillos de crecimiento revelan que hubo veranos cálidos y secos entre 1238 y 1241, seguidos de condiciones frías y húmedas a comienzos de 1242», resumen Ulf Büntgen y Nicola Di Cosmo, investigadores del Instituto de Investigación Federal de Suiza y del Instituto de Estudios Avanzados de Estados Unidos, respectivamente, en el artículo. «Los terrenos pantanosos de las planicies húngaras seguramente perjudicaron al pastoreo y disminuyeron la movilidad, al mismo tiempo que reducían la efectividad militar de la caballería mongola. Mientras tanto, sus saqueos seguramente extendieron el hambre».

Por ello, después de casi cuarenta años de conquistas impulsadas por los verdes pastos de Asia, fotalecidos por años de lluvias y buen tiempo, estos investigadores sugieren que fueron el barro y la falta de comida los que llevaron a las todopoderosas hordas mongolas, a emprender el camino de vuelta.

El «general invierno»

Según los datos obtenidos en los anillos de los árboles, y en algunos escritos, el invierno de 1242 fue especialmente malo, no por el frío o las nieves, sino porque las heladas fueron suficientes como para causar importantes inundaciones y acumulaciones de barro durante el deshielo. Por eso, al mismo tiempo en que la hierba no creció muy alta en la primavera y los caballos no tuvieron lo suficiente para comer, los campos y los caminos quedaron atascados por el fango.

Así lo indican los anillos de los árboles analizados del norte de Escandinavia, Urales, Cárpatos, Alpes asutriacos y Rusia, según los cuales se sufrieron veranos muy cálidos y secos entre 1238 y 1241 y después un drástico enfriamiento ya en 1242.

Por eso, después de una rápida y exitosa invasión en 1241, en la que los mongoles pudieron conquistar rápidamente el terreno, y acabar con los focos de resistencia, las duras nevadas pusieron freno a la expansión.

Por ejemplo, en aquel año el Danubio quedó congelado en la región. Hay informes que aseguran que los mongoles no pudieron tomar la ciudad de Székesfevehérvár, porque estaba rodeada por zonas pantanosas y el hielo y la nieve estaban a npunto de derretirse. En Croacia, el comandante Qadan no pudo atacar la ciudad de Trogir porque las murallas quedaron separadas de la tierra por una franja de agua y barro. Según documentos de la época, los mongoles dejaron de alimentar a sus cautivos, y comenzaron a encontrar problemas para forrajear. La dispersión de la gente, que huía de la invasión, dificultó aún más conseguir alimentos.

Por eso, después de derrotar a los ejércitos polacos y húngaros en Leignitz (Polonia, el 9 de abril de 1241) y en Mohi (Hungría, el 11 de abril del mismo año), y de forzar la retirada del rey de Hungría, Bela IV, los 130.000 soldados mongoles victoriosos volvieron hacia Rusia a comienzos de 1242, atravesando Serbia y Bulgaria. Según los investigadores, esto es una prueba de que pequeñas fluctuaciones climáticas son capaces de provocar eventos históricos de gran importancia.

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sábado, febrero 17

Sobre Conradino de Hohenstaufen

(Una entrada en el facebook de Gozarte del 29 de octubre de 2020)

El 29 de octubre de 1268 murió ejecutado Conradino de Hohenstaufen. Y diréis, ¿este señor de qué nos toca a nosotros? Pues de bastante, vais a ver.

¿Qué ocurrió? Lo primero que hay que decir es que el papa consideraba que Nápoles y Sicilia eran un feudo de la Santa Sede, y quería tener un aliado al sur. Tras serios enfrentamientos con los Hohenstaufen, la monarquía que había reinado allí durante más de medio siglo, decidió excomulgar a Manfredo y entregó el reino a Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia. En enero de 1266 coronaba a Carlos en Roma como rey de Sicilia y Nápoles. Al mes siguiente Manfredo moría en la batalla de Benevento, y poco después el príncipe Conradino, nieto de Federico II, era apresado y ejecutado en público en Nápoles. Cuentan que el último acto de su vida fue arrojar un guante a la multitud…

A la muerte de Conradino la línea sucesoria pasó a Constanza, hija de Manfredo y casada unos años antes con el heredero de Aragón, el futuro Pedro III. En su corte acogieron a miembros de las familias partidarias de Manfredo huidas de Sicilia, que se dedicaron a organizar la oposición con Pedro como candidato. Mientras, en la isla la población estaba cada vez más descontenta con los franceses. La chispa prendió en Palermo (dolida por el traslado de la capital a Nápoles), donde cuentan que unos franceses ultrajaron a unas damas. El Lunes Santo de 1282, al toque de la oración de vísperas, la población se levantó (se dice que uno de los instigadores fue un noble, Giovanni da Procida, que años antes había recogido… ¡¡¡el guante de Conradino!!!) y masacró a la guarnición presente en la ciudad, extendiéndose rápidamente la sublevación por toda la isla. Los sicilianos enviaron entonces una embajada a Pedro III, que puso a su flota rumbo a Sicilia y fue coronado rey en Palermo ese mismo año. La cosa no acabó ahí, ni mucho menos, pero eso... para otro día.

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lunes, diciembre 23

La batalla de Muret (1213): un día aciago para la corona de Aragón

(Un texto de Lola García en el Heraldo de Aragón del 15 de septiembre de 2013)

El 12 de septiembre de 1213, hace ocho siglos, Pedro 11 de Aragón, el Católico, al frente de tropas aragonesas, catalanas, tolosanas y de otros territorios del sur de Francia, murió frente al ejército francés del papa Inocencio 111, mandado por Simón de Monfort. Años después, su hijo Jaime I renunció para siempre a dominar el Lenguadoc. 

Sus padres vivían separados. El niño se criaba sin ellos, en manos de un poderoso tutor que tenía sus propias ambiciones. En pocos meses de un año aciago, el de 1213, la criatura perdió a su madre, en abril, y a su padre, en septiembre. Como tenía cinco años, tras algunas negociaciones, quedó en manos de los templarios, que lo criaron en su formidable castillo de Monzón. Así empezó su vida de rey Jaime I el Conquistador. 

Cuando dictó sus memorias, reconoció que su padre, el rey Pedro II, había sido un mujeriego, pero «amable y sin doblez». Recordó con un deje amargo su muerte, luchando como uno más en Muret, cerca de Toulouse, precisamente contra las tropas de quien había sido tutor de Jaime: Simón de Montfort, noble poderoso en Francia y en Inglaterra y capitán del papa Inocencio III, que para muchos fue, sin moverse de Roma, el verdadero protagonista político de la derrota del rey de Aragón y de su muerte en batalla. 

«Estaban con él -escribió Jaime, años más tarde-, por Aragón, Don Miguel de Lucia, Don Blasco de Alagón, Don Rodrigo de Lizana, Ladrón, Don Gómez de Luna, Don Miguel de Rada, Don Guillén de Poyo y Don Aznar Pardo, con otros muchos de su mesnada (...), pero salvo Gómez, Rada, Pardo y algunos de su mesnada, que murieron allí, todos los otros lo abandonaros y huyeron. Por Cataluña estaban Don Bernat de Creixell, Hugo de Mataplana, Don Guillén de Horta y Don Bernat de Castellbisbal; y huyeron con los otros».

Ni siquiera ese día habría dejado Pedro el Católico su afición sexual, pues «había yacido con una mujer», de modo que, en misa, «tuvo que permanecer sentado mientras se leía» el evangelio. Si no es una excusa filial para explicar por qué un atlético hombretón de treinta y cinco años perecería horas más tarde en el combate y sin lucir sus enseñas regias. Jaime explica técnicamente el fracaso paterno: «Aquells de la part del rey no saberen gens arrengar la batalla ne anar aiustats», no hicieron un plan de batalla al que sujetarse, de modo que cada noble atacó por su cuenta sin atenerse al arte de la guerra, «contra natura d'armes». Y así, concluye el narrador, «murió nuestro padre», como siempre sucedió en la Casa de Aragón, en la que los reyes en batalla «devem venere o morir». 

Aún discuten los expertos si la batalla se perdió porque se luchó mal o porque la caballería pesada enemiga era muy buena. El éxito de la maniobra de Montfort, rápida y contundente, fue llegar en tromba hasta el mismo Pedro II, en segunda línea, en lugar de guarecido en retaguardia. Así encontró la muerte y quedó descabezado su ejército al poco de iniciado el combate. El choque fue rudo, de forma que el joven hijo del conde Toulouse, que vio la batalla sin tomar parte en ella, lo recordaba años después como un estruendo parecido al de «muchas hachas que talaran un bosque». 

La derrota en Muret de las tropas del rey de Aragón y de sus vasallos en el Lenguadoc, significó la anexión de esta vasta y rica región a la corona francesa, con el impulso del papado, que avanzaba, además, en la extinción de la herejía de los cátaros o albigenses. 

De camino a Toulouse, si se va en coche, Muret queda a mano derecha de la A64, la Autovía Pirenaica. Su bien dotado instituto de Enseñanza Media y Formación Profesional se llama 'Pierre d’Aragon'. Una modesta inscripción, en occitano, recuerda el hecho en el lugar de la batalla, con sentimentalidad anacrónica y romántica. 

Murèth (en occitano) disponía de un castillo, desaparecido, adosado al Garona y a un meandro de su afluente, el Louge. La ciudad tiene 25 000 habitantes y entonces solo algunos cientos. El lugar se ha poblado mucho por influencia de Toulouse, veinte kilómetros al norte, la capital de la región Sur-Pirineos. 

Repárese en que las tierras del Sur francés no eran del rey de Francia, como tampoco Normandía y Aquitania, sujetas al rey de Inglaterra. Algunos de los grandes señores meridionales, los principales titulares de condados como Toulouse, Foix y Comenge (Comminges) eran vasallos, aliados y parientes del rey de Aragón y conde de Barcelona. La lucha contra los herejes era una cruzada, pero sus causas desbordaban lo puramente religioso: la monarquía francesa, enfrentada a la inglesa y ávida de ampliar sus fronteras meridionales, era una aliada perfecta para Roma: el catarismo había florecido en las tierras cuya autoridad soberana era la de Pedro II. No podían hacerse reproches de fe al rey a quien aún se llama 'el Católico' y que había combatido como cruzado en las lejanas Navas de Tolosa, en 1212, contra los fanáticos almohades. Pero la voluntad teocrática de Inocencio III, un papa férreo y decidido que intervino en política a escala continental, no admitía discusión: no es de extrañar que Felipe II de Francia estimulase con éxito a los caballeros franceses a alistarse bajo las órdenes de Montfort, el gran capitán del papa, predicador de la cruzada en 1208. El éxito de la campaña cimentaría el poderío de Francia mediante la anexión del Lenguadoc. 

Pedro II no quiso desoír la petición de sus vasallos del otro lado del Pirineo, tras cuatro años de guerra. Las destrucciones habían sido implacables y entre los implorantes había no pocos desposeídos y exiliados, porque los cruzados franco pontificios habían actuado con suma dureza y eficacia bélica en tierras sujetas al dominio soberano de Pedro, como las de Carcasona y Béziers u otras de Tolosa y Foix. Seguro de su fuerza, de su prestigio y de su superioridad numérica, que la tuvo, el rey no pudo hacerlo peor como comandante. 

La propia Toulouse, florón del 'Midi', cayó en manos de Montfort en 1215, aunque retornó enseguida a sus dueños tradicionales. Años más tarde, Jaime I -natural del 'Midi', como nacido en Montpellier, ciudad que era posesión de su madre-, hijo de Pedro ya quien, como hemos visto, el recuerdo de las desdichas paternas afligió en la infancia, intrigó con Toulouse e Inglaterra contra el rey de Francia -san Luis IX, nieto de Felipe II-, pero sin éxito. Muret fue un grave fracaso y puso muy difícil la marcha atrás. El crecido poderío de la Casa de Francia pesó más que el de la Casa de Aragón y en 1258 los dos soberanos, Luis y Jaime, firmaron un acuerdo en Corbeil, cerca de París, que zanjaba la cuestión a favor de la primera. Jaime no hizo mucho más que rendirse a la evidencia y aceptar los hechos consumados.
 
«Nuestro padre, el rey Pedro, fue el rey más cabal que nunca hubo en España, y el más cortés, y el más generoso, hasta tal punto desprendido que sus rentas y su patrimonio iban a menos. Y era un buen caballero para las armas, tan bueno no había en el mundo». (‘Llibre deIs feits' de Jaime I, § 6).
 
El cadáver del rey fue llevado por sus vencedores a Toulouse y se encomendó a la orden militar del Hospital de San Juan de Jerusalén (actual Orden de Malta). En 1217, el papa Honorio III autorizó su entierro en suelo de Aragón, junto a su madre, La reina Sancha, fundadora del Real Monasterio de Sijena, cuyas pinturas murales fueron expoliadas en 1936 por el gobierno catalán, en plena guerra civil. Y allí siguen secuestradas. 

Pedro II de Aragón según su hijo Jaime I. 

En su libro autobiográfico, probablemente dictado a sus secretarios, Jaime I, que apenas conoció a su padre, dice en lenguaje casi coloquial de él que «era Jo pus franch rey que anch fas en Spanya», el rey más abierto que había en España, y «bon cavaller de armes si bo ni havia al mon", tan buen caballero con las armas como el mejor que hubiera en el mundo. Un claro ejemplo de lealtad filial y dinástica. En la misma obra -'Llibre deis feits', (Libro de los hechos)-, escrita en catalán, una de las lenguas de la Corona, el rey Conquistador dice que el desastre de Muret se produjo por incapacidad militar, al luchar cada noble por su cuenta, sin orden... y por sus pecados: 'Fería cada hun rich home per sí', 'per lo mal ordenament e per lo peccat que era en ells'. Concluye: 'E aquí morí nostre pare', como debe ser. Porque los reyes de Aragón en batalla «debemos vencer o morir», 'deuem vencre o morir'. 

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