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lunes, mayo 5

Ponzi: estafa piramidal



(Un texto publicado en el XLSemanal del 16 de julio de 2006 –no sé quién lo escribió-)

Para los millones de modestos inversores que tratan de lograr algo de rentabilidad para sus pequeños ahorros apenas hay vías: o confían el dinero a su banco, que les asegura un futuro sin sobresaltos pero con bajísimos intereses, o lo colocan en inversiones arriesgadas que prometen mucho y no aseguran nada. Ante este panorama, ¿quién es capaz de resistirse a la tentación que suponen las ofertas que prometen un dinero fácil, rápido y seguro?

Ése es el terreno en el que se mueven los 'flautistas de Hamelín' de los ahorros, los aprovechados que, hurgando en recovecos y resquicios legales, ofrecen inversiones con «altas remuneraciones garantizadas». Los clientes les confían sus ahorros y reciben puntualmente intereses superiores a los del mercado. Pero un buen día la burbuja estalla, el dinero vuela y tras el fabuloso negocio no hay nada. Sólo deudas.

En España, todavía están frescos los casos de Sofico, Gescartera o Eurobank, que dejaron a miles de inversores sin dinero. O los recientes fiascos de Afinsa y Fórum Filatélico, cuyas repercusiones para los inversores que les confiaron sus ahorros aún están por aclarar. Y cada vez que estalla uno de estos escándalos suele recordarse que estamos ante una nueva versión del «timo Ponzi» o que la «pirámide financiera Ponzi» emerge de nuevo. ¿Pero quién fue este personaje?

Carlo Ponzi, el ‘inventor' del dinero, como lo llamaban sus seguidores, nació en Parma (Italia) en 1882 y desde pequeño tuvo bien claro qué deseaba: ser rico. Y más importante aún: serlo lo más rápido y con el menor esfuerzo posible. Para lograrlo, emigró a EE.UU. a los 19 años, aunque su llegada al Nuevo Mundo no pudo ser peor: los 200 dólares con los que había partido de Génova habían quedado reducidos a dos y medio después de haber perdido el resto en las mesas de juego del barco.

Durante los primeros años de su aventura americana, Ponzi fue el clásico emigrante italiano luchador y ambicioso que iba de ocupación en ocupación. Trabajó de friegaplatos, camarero, dependiente de tienda e intérprete de italiano. En 1917 comenzó a asentarse cuando obtuvo en Boston un empleo como mecanógrafo encargado de la correspondencia con el extranjero. Fue ahí donde un día de agosto de 1919 hizo el descubrimiento que le traería la fama y el dinero que tanto ansiaba. Él mismo lo explicó así a un periódico estadounidense: «Desde España, una persona solicitó una revista a mi empresa. A vuelta de correo recibí un cupón de intercambio internacional que yo debía cambiar por sellos de correo estadounidenses para remitirle la publicación. Ahí me di cuenta de que el cupón que en España bahía costado el equivalente a un centavo de dólar, en Estados Unidos podía redimirse por seis. Investigué los tipos de cambio en otros países y tracé un pequeño plan. Funcionó. El primer mes, mil dólares se convirtieron en 15.000. Se lo conté a mis amigos. Primero acepté depósitos en pagarés ejecutables a 90 días, por los que pagué 150 dólares por cada 100 recibidos. Aunque los prometí a 90 días, los he estado pagando a 45». (New York Times, 30 de julio de 1920).

«Cualquiera puede imitar mi sistema, pero mi secreto está en la forma de hacerlo», solía decir. El primer paso fue convertir los dólares en liras o cualquier otra divisa donde el tipo de cambio fuese favorable. Con esta información, sus agentes en el exterior usaban estos fondos para comprar cupones postales en países con economías débiles. Luego se volvían a cambiar, esta vez a una divisa favorable y, finalmente, se invertían en fondos americanos. Él afirmaba que sus beneficios netos en todas estas transacciones superaban el 400 por ciento.

La maquinaria se puso en marcha. Una vez que empezó el flujo de inversores, Ponzi creó su propia compañía, Securities Exchange Co., que emitía bonos pagaderos a 90 días «en la sede de la compañía o en cualquier banco». Al mismo tiempo contrató un gran número de agentes con altas comisiones para gestionar el alto volumen de contrataciones. Más de diez mil inversores, incluyendo tres cuartas partes de la Policía de Boston, se decantaron por invertir sus ahorros en el dinero fácil de Ponzi.

Para el verano de 1920, ya había recogido millones de dólares y empezó a llevar la vida de hombre rico con la que había soñado. Se paseaba por la ciudad en un automóvil Duissenberg azul especialmente construido para él y adquirió una mansión de 20 habitaciones en Lexington, mientras su esposa se convertía en una asidua cliente de las mejores joyerías. Esto, sin olvidar que su guardarropa era impresionante, lo mismo que su colección de bastones con puño de oro. Su éxito era tal, que allí donde iba provocaba tumultos. Cuentan que un día una mujer le gritó: «Ponzi, usted es el italiano más grande de la historia». A lo que él contestó: «¿Y qué me dice de Cristóbal Colón?». La respuesta lo hizo enmudecer: «Usted es el más grande porque inventa el dinero».

Su repentino éxito generó sospechas. Por eso; las autoridades vigilaban al detalle cada uno de sus movimientos. Un enriquecimiento así era demasiado, incluso en la tierra de las grandes oportunidades. Para empezar -decían-, para ganar los millones de dólares que Ponzi había obtenido tendría que haber movido cantidades astronómicas de cupones. Y eso no había sucedido, Sin embargo, nadie pudo probar delito alguno, ya que Ponzi había cancelado todos sus pagarés en los 45 días prometidos y, además, no existía una sola demanda en su contra.

Sin embargo, el 26 de julio de 1920 la primera página del matutino Boston Post llevaba un artículo que cuestionaba el 'plan Ponzi' indicando que estaba usando la estafa más vieja de mundo: pagar a los clientes antiguos con el dinero de los nuevos. Pese a ello, su gran masa de clientes continuó apoyándolo.

Las dudas se disiparon el 10 de agosto de 1920, cuando auditores, bancos y periódicos coincidieron públicamente en que Ponzi estaba en bancarrota. El tribunal fue invadido por una multitud enfurecida que reclamaba su dinero. Los datos hablaban solos. Se calcula que unas 40.000 personas confiaron a los planes de Ponzi unos 15 millones de dólares de la época (unos 140 millones de dólares al cambio actual). La puntilla vino cuando la auditoría final de sus libros concluyó que había recaudado fondos suficientes para comprar 180 millones de cupones postales, de los cuales sólo se podía comprobar la compra de unos dos millones.

Las pesquisas revelaron otros fraudes. Ya en 1908, Ponzi había tenido que cumplir 20 meses de prisión en Canadá por un delito de falsificación relacionada con un plan de ofertas similar al que había puesto en marcha en Boston. En 1910 había sido condenado a dos años en Atlanta por pasar ilegalmente a cinco italianos de Canadá a Estados Unidos. Y hubo otra investigación, paralela a la de los cupones, que también lo envió a prisión: la venta de unas marismas en el Estado de Florida. Las indagaciones revelaron que Ponzi había comprado 100 acres de tierra, unas 4.000 hectáreas, a 16 dólares cada una. Y que tenía un plan para subdividir cada una en 23 parcela. Ponzi y sus colaboradores estaban seguros de que con este plan piramidal, una inversión inicial de diez dólares rendía unos beneficios de 214. Para ello vendió una nueva figura, las 'unidades de endeudamiento', que garantizaban unos beneficios del 200 por ciento en 60 días. La primera venta se efectuó el 9 de noviembre de 1925 y ya había recaudado 7.000 dólares cuando fue acusado nuevamente de fraude. Unas fotografías aéreas que demostraron que algunos de esos terrenos estaban bajo agua fueron su puntilla. Se lo condenó a un año de prisión en Florida, de donde escapó a Texas en 1926, pero fue capturado y enviado a Boston a terminar la pena de cuatro años impuesta por el asunto de los cupones. En 1934 fue excarcelado por buena conducta y deportado a Italia. Muchos de sus seguidores lo despidieron como a un héroe.

Una vez en Roma, trabajó como traductor de inglés hasta que Mussolini le ofreció el cargo de director de las líneas aéreas italianas en Río de Janeiro (Brasil). La Segunda Guerra Mundial hizo fracasar la empresa y Ponzi se encontró sin trabajo y arruinado. Sobrevivió hasta el fin de sus días realizando trabajillos ocasionales. En 1949, en la más absoluta miseria, falleció el hombre que había inventado el dinero. O por lo menos, el que lo hacía multiplicarse.