El átomo cumple su primer siglo
(Un texto de Miguel G. Corral en el suplemento Eureka de El
Mundo del 3 de abril de 2011)
La teoría atómica que
sentó las bases de Ia física nuclear [cumplió] 100 años en 2011. El hallazgo ha
permitido el desarrollo de beneficios para la sociedad, pero también desastres
como el accidente de Japón.
De todos los grandes genios
de la ciencia de principios del siglo XX, al único que echó de menos Benjamin Couprie
cuando apretó el botón de su cámara de fuelle fue a Ernest Rutherford. En la ya
célebre fotografía del Congreso de Solvay (Bélgica) de 1927 había 17 premios Nobel
entre los que estaban Marie Curie, Albert Einstein o Niels Bohr, pero no estaba
el maestro de este último. Sin embargo, la aportación del físico y químico neozelandés
Ernest Rutherford fue determinante para el avance de la física nuclear que ha desencadenado
tantos avances para la sociedad y también algunas lamentables noticias como las
bombas atómicas o accidentes nucleares como el que sufre Japón estos días en la
central de Fukushima.
Este año se cumple un
siglo desde que Rutherford, junto con un equipo de investigadores entre los que
se encontraba el propio Niels Bohr, propusiera una teoría atómica en la que
existe un pequeño núcleo que concentra toda la carga positiva del átomo
-protones y neutrones- y que se encuentra rodeado por una constelación de cargas
negativas, los electrones. El modelo de Rutherford y Bohr presentaba la ordenación
de las partes del átomo como si de un primitivo sistema solar se tratase. El
núcleo ocupa una posición central y sería, según los pioneros, equivalente al
Sol en nuestra galaxia. Los electrones describen órbitas alrededor del núcleo de
la misma forma que los planetas giran alrededor de nuestra estrella.
Según el dibujo que plantearon,
las órbitas de los electrones representaban niveles de energía, de forma que no
podía haber cargas negativas en el espacio entre órbitas. La teoría se
convirtió en la primera visión útil del átomo desde el punto de vista
científico y sentó las bases de la teoría moderna, pero aún se tendría que ver mejorada
por aportaciones como la del científico alemán Erwin Schrodinger -también presente
en la fotografía de Couprie en Solvay-, quien señaló que los electrones debían
girar en órbitas específicas.
Pero antes de desarrollar
la teoría atómica, Rutherford ya había clasificado, como alfa, beta y gamma, las
partículas radiactivas descubiertas por Becquerel y desarrolladas por Marie
Curie -sentada en primera fila en la fotografía tomada en Solvay-. Gracias a
esta aportación hoy sabemos qué partículas de las que está emitiendo la central
de Fukushima son más peligrosas y cuánto durará la radiactividad en cada una de
ellas. Las partículas alfa no son capaces de atravesar una hoja de papel o la
piel humana. Pero si un emisor alfa es inhalado, o ingerido, puede ser muy
nocivo.
Las partículas beta son
electrones que salen despedidos en los procesos radiactivos. Los de energías
más bajas son detenidos por la piel. Al igual que los emisores alfa, si uno beta
entra en el organismo puede producir graves daños. Los rayos gamma son
radiación electromagnética producida en la desintegración radiactiva. Es una radiación
muy penetrante. Suele acompañar a la beta y a veces a la alfa. Los rayos gamma
atraviesan fácilmente la piel y otras sustancias orgánicas, por lo que puede
causar graves daños en órganos internos.
El experimento que
condujo a la elaboración de la teoría atómica de Rutherford consistió en hacer pasar
partículas alfa cargadas positivamente a través de una fina capa de oro de unas
decenas de átomos de espesor. La mayoría de las partículas atravesaban la capa de
oro si desviar su trayectoria, pero una pequeña porción de ellas se desviaban
unos grados.
El científico neozelandés
concluyó que la mayor parte del átomo es espacio vacío, pero que también contiene
una región densa a través de la cual no pueden pasar las partículas alfa. Esa
masa central tenía que tener una carga positiva para hacer que se desviaran las
partículas alfa positivas. Se trataba del núcleo y dentro del mismo los
protones, cargados positivamente.
Una de las mayores
preocupaciones de las autoridades tras el accidente nuclear de Fukushima es la
detección de las partículas radiactivas que se están liberando desde los
reactores dañados. La mayoría de ellas emite partículas alfa, pero además del
tipo de radiación también es importante saber cuánto tiempo permanecerán
activas esas partículas. En este sentido, Rutherford también averiguó que la radiactividad
tiene que ver con un proceso de desintegración de los elementos.
En el actual accidente nuclear
de Japón es vital saber, por ejemplo, que el yodo que se está liberando tarda
40 días en perder su radiactividad o que el cesio que se ha detectado en el mar
tardará 30 años en reducir su actividad a la mitad y 150 años en perderla
completamente. De esta información dependerán las medidas que los países de
todo el mundo adopten en referencia a la seguridad alimenticia de los productos
marinos. Pero la resistencia de los seres vivos a la radiación también jugará
en este sentido un papel fundamental. Un alacrán resiste sin problemas una
exposición a 100 sieverts, una cantidad 10 veces mayor que la dosis letal para
el ser humano. Y hay bacterias como Deinococcus
radiodurans o Thermococcus
gammatolerans que pueden vivir en el agua de un reactor nuclear.
Precisamente la medición
de la radiactividad fue otra de las aportaciones de Rutherford. Desarrolló, junto
con Hans Geiger, el primer prototipo de lo que hoy conocemos -y hemos visto por
decenas en Japón- como contador Geiger. Sin embargo, a Rutherford le quedó un
sabor agridulce tras ganar en 1908 el premio Nobel de Química. Siempre se
consideró físico y aseguraba convencido que la ciencia «o es física o es
filatelia».
Etiquetas: Ciencias de todo pelaje (física - química - matemáticas-biología-anatomía-medicina...)
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