Amelia Earhart, la primera dama del aire
(Un texto de Begoña
Alonso en la revista Paisajes de enero de 2010)
Moderna y elegante, hizo
historia en un mundo de hombres... hasta su misteriosa desaparición. Amelia
Earhart, cuya vida acaba de ser llevada al cine, fue la mujer más famosa de su época
gracias a sus éxitos aéreos, que la consagraron como una de las mejores pilotos
de la historia.
“Las mujeres deben pagar
por todo. Logran más gloria que los hombres por hazañas similares, pero también
más notoriedad cuando se estrellan”. Al pronunciar esta frase, la norteamericana
Amelia Earhart no sabía que estaba resumiendo su propia vida. El 2 de julio de
1937, cuando se perdió misteriosamente en el Pacifico el rastro del avión con el
que intentaba dar la vuelta al mundo, pasó de ser la aviadora más famosa del
planeta a ser la más famosa de la historia. El destino deparaba esta sorpresa a
una celebridad que había emprendido el reto por sus 40 años y con la intención
de que fuera su último gran viaje como piloto profesional.
Nacida el 24 de julio de
1897 en Kansas, pasó su primera infancia con su abuela, que no aprobaba las
aficiones de su nieta: subir a los árboles, cazar, montar en pony... A Earhart
le gustaba fabricar cosas con sus manos, era una ávida lectora de Dickens y tenía
un cuaderno con recortes de sus ídolos: mujeres que habían triunfado en mundos de
hombres. Con once años, cuando vivía con sus padres en Iowa, vio por primera vez
un avión. Fue en una feria local y, según comentó después, “esa cosa de madera y
alambre oxidado no me resultó nada interesante”. Tras sus estudios en escuelas
de señoritas de Chicago y Filadelfia, fue voluntaria durante la I Guerra
Mundial.
En 1920 se mudó a
California con sus padres. Allí se subió por primera vez a un aeroplano, aunque
el gusanillo de la aviación había llegado años antes cuando, en una exhibición,
un piloto bajó en picado a su lado: “Seguro que lo hizo para que yo saliera huyendo,
pero yo me quedé ahí, de pie. Entonces no lo comprendí, pero creo que ese avión
rojo me estaba hablando cuando pasó a mi lado”, recordaba Amelia. Aquel primer
recorrido sobre Los Ángeles de diez minutos de duración fue determinante: “En
cuanto despegamos, me di cuenta de que tenía que dedicarme a volar”, aseguró.
Empezó a recibir lecciones de pilotaje y, a los seis meses, adquirió su primer
aparato, un biplano Kinner Airster bautizado como 'Canary' (canario) por su
color amarillo. En octubre de 1922 batió su primer récord, el femenino de altitud,
con más de 4.600 metros (14.000 pies).
El divorcio de sus
padres cortó en parte su prometedora progresión. Sin ganas de subirse a un avión,
se marchó con su madre a Boston, donde, en 1925, consiguió un trabajo como
asistente social. Allí comenzó a darse a conocer en todos los circulas locales
de aviación, invirtiendo dinero incluso en una empresa que iba a construir un
aeropuerto y a vender aviones Kinner en la ciudad.
La tarde del 27 de abril
de 1928, recibió una llamada en el trabajo: “¿Le gustaría ser la primera mujer
en cruzar volando el Atlántico?”, escuchó. Pensaba que era una broma pero,
cuando supo quién hablaba, el capitán de aviación H.H. Railey, y las
referencias que traía, se dio cuenta de que era verdad. Railey le llamaba de
parte de George Putnam, quien a su vez trabajaba para Amy Guest, una
aristócrata americana dueña de “Friendship” (amistad), un Fokker trimotor con el
que quería sobrevolar el Atlántico. La familia Guest había convencido a Amy de que
no lo hiciera, alegando sus 55 años de edad y su reputación, y ella renunció, a
cambio de que fuera otra mujer en su lugar. Para buscarla se constituyó un
comité al que pertenecía Putnam, un publicista y editor de Nueva York que había
oído hablar de Earhart. Cuando Putnam la conoció, quedó entusiasmado por el
extraordinario parecido físico de Amelia con Charles Lindbergh, el gran piloto
del momento.
Y así, presentada en una
enorme campaña publicitaria como “Lady Lindy”, se subió el 17 de junio al “Friendship”
junto con el piloto Bill Schultz y el copiloto Louis Gordon. Salieron de
Newfoundland (Canadá) y al cabo de 20 horas y 40 minutos aterrizaban en Gales
(Reino Unido). A pesar del título de comandante que le habían atribuido, ella solo
fue una pasajera: de hecho, cuando recordaba la “aventura”, afirmaba que se sintió
“como un saco de patatas”. La prensa mundial la encumbró como la mejor aviadora
de todos los tiempos, dado que era la primera en triunfar en una intentona en
la que habían perdido la vida tres mujeres. Fue recibida con un gran desfile
por las calles de Nueva York y agasajada por el presidente Coolidge en la Casa
Blanca. El éxito a bordo del “Amistad” fue el comienzo de otra impresionante
campaña de publicidad orquestada por George Putnam, que incluía viajes de costa
a costa de EE.UU., conferencias por todo el país, la presentación de un libro
sobre la experiencia, el lanzamiento de una línea de ropa y otra de
complementos de viaje... La elegancia de Amelia era su mejor tarjeta de
presentación y, poco a poco, se convirtió en una celebridad internacional llena
de responsabilidades.
Apodada “La Primera Dama
del Aire”, en 1929 fue nombrada asesora del director de Trafico General de la
Transcontinental Air Transport (más tarde, compañía aérea TWA) con el objetivo
de atraer pasajeras. Colaboró para “Cosmopolitan” y organizó una carrera para
mujeres piloto entre Los Angeles y Cleveland, en el transcurso de la cual fundó
la asociación “Las Noventa y Nueve” -así llamada por el número de aviadoras que
solicitaron entrar- y que posteriormente presidiría. Animada por la Federación
Internacional de Aviación, rompió algunos récords femeninos de velocidad,
resistencia y altura. En febrero de 1931 contrajo matrimonio con Putnam, quien
la animó a realizar la siguiente proeza: cruzar el Atlántico en solitario,
repitiendo la hazaña que Lindbergh había completado cinco años antes y siendo
la primera mujer en hacerlo.
El 20 de mayo de 1932
despegó de Harbour Grace (Canadá) con destino Paris, cargada de sales olorosas
para no dormirse, aunque las malas condiciones climatológicas, los problemas
mecánicos y el hielo que se acumulaba en los cristales le hicieron aterrizar,
tras 15 horas de vuelo, en Londonderry (Irlanda del Norte). Una vez más, lo había
conseguido. Era la primera mujer en cruzar el Atlántico, la primera persona en
hacerlo dos veces, la distancia más larga sin paradas para una mujer, la que
menos tiempo había empleado... No faltaron los reconocimientos: recibió la
medalla de oro de la National Geographic
Society de manos del presidente Hoover y fue galardonada con la Gran Cruz
de Vuelo por el Congreso de EE.UU. Convertida en la persona más famosa del
mundo, alzó su voz ante los representantes políticos para afirmar que su vuelo había
servido para demostrar que hombres y mujeres “son iguales en los trabajos que requieren
inteligencia, coordinación, velocidad, sangre fría y fuerza de voluntad”.
Decidida a dejar más
huellas en la historia de la aviación, rompió el récord de altura a bordo de un
autogiro con 5.612 metros, el del vuelo en solitario sobre el Pacífico desde Honolulú
a Oakland, el de México D.F. a Newark... Aunque en su cabeza ya solo existía un
pensamiento: convertirse en la primera mujer en dar la vuelta al mundo.
Durante más de un año,
lo preparó todo con su marido: eligió un Lockheed E1o “Electra” y planificó
todas las etapas del recorrido, que realizaría hacia el oeste y acompañada por
el navegante Fred Noonan. Aunque su primer intento fracasó al sufrir un
accidente en Hawai en marzo de 1937, no cejó en el empeño y el 1 de junio, en Miami,
emprendió la segunda tentativa, que llevaría a cabo hacia el este. La escala
más difícil del viaje, de 2.200 millas, era la comprendida entre Lae (Nueva
Guinea) y Howland, una minúscula isla situada en medio del Pacifico. Al salir
de Lae, Earhart y Noonan se deshicieron de todo lo prescindible, para que el
carburante les cundiera 274 millas extra. Al final de su recorrido, el barco
guardacostas “Itasca”, apostado junto a Howland, les señalaba la posición de la
isla y mantenía el contacto con Earhart, que en el amanecer del 2 de Julio
reportó que el clima era nublado”. A las 7.42, llegó el siguiente mensaje al “Itasca”:
“Debemos estar sobre vosotros, pero no os podemos ver. El combustible se está acabando.
No podemos comunicarnos por radio. Estamos volando a 1.000 pies (unos 300
metros)”. A las 8.45, Earhart dijo por radio: “Volamos dirección norte y sur”.
Y estas fueron sus
últimas palabras. No volvió a escucharse nada por la radio. El gobierno de EE.UU.
comenzó inmediatamente la operación de rescate, que costó cuatro millones de
dólares (unos 60 millones de hoy) y que se concluyó el 19 de julio. Su marido
siguió buscándola, pero en octubre la dio oficialmente por desaparecida.
Así comenzó el mito. Es curioso
que una mujer con tantos logros profesionales fuese finalmente más recordada
por lo misterioso de su desaparición. Y es que los rumores, noticias y leyendas
que surgieron después fueron variopintos. Entre las teorías: Amelia era una
espía autorizada por el presidente Roosevelt y fue capturada por los japoneses;
los nipones la apresaron sin que fuera espía y murió en un campo de prisioneros
de guerra: se suicidó lanzándose al Pacífico; vivió durante años en una isla
del océano junto con un pescador nativo; regresó a EE.UU. donde vivió en el anonimato...
Los intentos de
encontrar sus restos siguieron a lo largo del siglo XX. En 1988, el Grupo Internacional
por la Recuperación de la Historia de la Aviación (TIGHAR) emprendió el “Earhart
Project”, la tentativa más seria de saber qué pasó con Amelia. Tras más de 20
años de investigación, en octubre hicieron públicos los resultados: según el TIGHAR
Amelia habría conseguido aterrizar en Nikumaroro, un atolón del Pacifico
situado a 300 millas de la isla de Howland. Earhart y Noonan, náufragos en una
isla donde se alcanzan más de 37"C a la sombra, mal alimentados y enfermos,
habrían fallecido al poco tiempo. Un zapato de mujer, una botella vacía y los
restos de un sextante que podría haber pertenecido a Noonan son las pruebas de
una teoría que se sustenta en otro hecho: un oficial del Servicio Colonial Británico
informó en 1940 de la recuperación de parte del esqueleto de un náufrago en
Nlkumaroro, restos que no se han conservado.
Al margen de cómo fuera
su final, Amelia Earhart ha permanecido en la memoria de la aviación como la
brillante piloto que fue y como una mujer valiente, que no vacilaba en expresar
abiertamente su actitud de vida: “Nunca interrumpas a alguien que está haciendo
lo que dijiste que era imposible”.
Etiquetas: En femenino, Grandes personajes
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