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domingo, julio 27

Exploradores del Nilo: “Livingstone, supongo”



(Leído en un suplemento dominical de no sé qué periódico y no sé de qué autor, publicado el 9 de marzo de 2008. Por no saber, ni el título completo)

Sucedió en Ujiji, en la actual Tanzania, en 1871. Henry Stanley, después de una intensa búsqueda, consiguió encontrar a David Livingstone, que iba en busca de las fuentes del Nilo, y le soltó la histórica frase: “Doctor Livingstone, supongo”.

A primera vista, no hay nada en Ujiji que permita intuir que esta remota aldea tanzana, a orillas del lago Tanganyka, sea un destino turístico; y sin embargo, son muchos los viajeros que acuden hasta allí atraídos por el eco de una frase famosa: "Dr. Livingstone, I presume" (Doctor Livingstone, supongo). La pronunció el 10 de noviembre de 1871 el periodista galés Henry Stanley cuando se encontró en Ujiji, tras varios meses de ardua búsqueda, con el misionero escocés David Livingstone, de quien no se tenían noticias desde que, seis años antes, había partido en busca de las fuentes del Nilo. Lejos de la emotividad que parece requerir un encuentro como éste, Stanley pronunció (o se inventó después, ya que arrancó las hojas de su diario correspondientes a este día) una frase que dio la vuelta al mundo.

La expedición de Livingstone tenía su origen en la misión que le había encargado en 1865 la Real Sociedad Geográfica de Londres para zanjar la polémica sobre la fuente del Nilo. Según John Speke, fallecido en 1864, el origen del río estaba en el lago Victoria, mientras que Richard F. Burton intuía que debía estar en las montañas próximas al lago Tanganyka. Livingstone, el más famoso de los exploradores, fue el elegido para tratar de poner punto final al debate. Con este objetivo, partió de Zanzíbar en marzo de 1866, pero la expedición se complicó y estuvo vagando durante años por tierras de la actual Tanzania. Enfermo y exhausto, decidió reponerse en Ujiji, donde Henry Stanley dio con él. Livingstone tenía 58 años; Stanley, 28.

Stanley, controvertido por sus excesos, era muy distinto al misionero, pero ambos congeniaron enseguida. "Antes de llegar -escribe Stanley en su diario- no le consideraba un amigo; para mí era sólo un objetivo, un buen tema para un periódico, como lo son otras noticias sobre las que se lanza ansioso el público. Yo que había presenciado batallas, revoluciones, guerras civiles, rebeliones, motines y matanzas; que había estado junto a asesinos condenados escuchando sus últimos suspiros, nunca me había conmovido tanto como al escuchar la historia del sufrimiento de aquel hombre".

La expedición de Stanley surgió también de un encargo, en este caso de un periódico, tal como relata el propio explorador en Cómo encontré a Livingstone. El 16 de octubre de 1869, encontrándose Stanley en Madrid, recibió un telegrama de James Gordon Bennett, director de The New York Herald, que decía: "Venid a Paris, asunto importante". Una vez en París, el director le preguntó dónde creía que se encontraba Livingstone; a lo que Stanley contestó que no tenía ni idea. Siguiente pregunta: "¿Piensa que está vivo?", Respuesta: "Puede que sí, y puede que no". El director no se arredró: "Yo pienso que está vivo y que se le puede encontrar, y os enviaré a buscarle". No contento con pedirle que encontrara a Livingstone, añadió una propuesta capaz de colmar los sueños del enviado especial más ambicioso: "Primero asistiréis a la inauguración del Canal de Suez, y desde allí remontareis el Nilo. (…) Después podríais ir a Jerusalén; he oído que el capitán Warren está haciendo grandes descubrimientos allí. Luego visitad Constantinopla (...). A continuación también podéis ir a Crimea y a los antiguos campos de batalla, y por el Cáucaso, podéis llegar al mar Caspio (...) Podéis ir después a La India, cruzando por Persia (…). Bagdag está en el camino: acercaos y escribid algo sobre el ferrocarril del valle del Éufrates; y después de La India, podéis ir en busca de Livingstone”. El dinero no tenía por qué ser un problema. "Coged mil libras ahora, y cuando las hayáis gastado, coged otras mil, y cuando las hayáis gastado, otras mil… y cuando hayáis acabado con ellas, otras mil y así sucesivamente… ¡Pero encontrad a Livingstone!”, le dijo Bennet.

En marzo de 1871, después de viajar por medio mundo como reportero, Stanley partió de la isla de Zanzíbar con una caravana de 200 porteadores. Exactamente 236 días después dio con el misionero y pudo decirle "Doctor Livingstone, supongo”.

El avión de hélices que vuela de Dar Es Salaam, la capital de Tanzania, a Kigoma, el aeropuerto más cercano a Ujiji, tarda tres horas en recorrer un territorio que va evolucionando de la sabana semidesértica hasta las colinas verdes, punteadas de palmeras y poblados, que rodean el lago Tanganyka. Los traficantes de esclavos y los exploradores, que en el siglo XIX utilizaron la misma ruta para adentrarse en el corazón de África, tardaban meses en viajar en caravanas desde la costa hasta la región de los Grandes Lagos. Burton y Speke tardaron exactamente 225 días en 1858, tras sufrir asaltos, enfrentamientos con tribus y enfermedades. En estas duras condiciones, se comprende la felicidad de Burton cuando por fin divisó el lago Tanganyka. "Fue un verdadero delirio para el alma y un vértigo para los ojos", escribe. "Lo olvidé todo, absolutamente todo: peligros, fatigas, enfermedades e incertidumbres del regreso".

El brusco aterrizaje en la pista de grava de Kigoma, una población situada cerca de las fronteras de Burundi y de la República Democrática del Congo, ya advierte que no llegamos a un lugar muy frecuentado. En el corto camino entre Kigoma y Ujiji la lluvia, la pista enfangada y las casas destartaladas no auguran la llegada a un paraíso. No obstante, el taxista no se altera. Gira en dirección al lago, esquivando charcos, y se detiene ante el Memorial David Livingstone.

Frente a la casa, sentado en el suelo, está el cuidador del pequeño museo, un tipo sonriente que se alegra de ver llegar un muzungu (hombre blanco). Después de presentarse como Kassim Govola, me invita a seguirle hacia el monumento que se levanta a la sombra de dos mangos.

-Fue aquí donde Stanley dijo: "Doctor Livingstone, supongo”, recita tras recordar con énfasis las hazañas de los exploradores. "Bueno, entonces aquí había un mango mucho más grande, pero murió. Antes también el lago llegaba hasta aquí, pero ahora la orilla queda a unos 700 metros.

El primer monumento, levantado al final de la 1ª Guerra Mundial, consistía en una losa de hormigón colocada bajo el árbol del encuentro. Por desgracia, el hormigón mató las raíces y el árbol murió hacia 1930, pero para entonces ya se habían obtenido dos pequeños mangos a partir de injertos. Fue entonces cuando se levantó otro monumento, un obelisco, con una placa donada por la Real Sociedad Geográfica. Poco después de la II Guerra Mundial se retiró el obelisco y se trasladó la vieja placa al nuevo monumento, que es el que aún hoy puede verse.

Kassim me invita a visitar lo que él llama pomposamente "el museo". Es, de hecho, una habitación cerrada con un gran candado que abre con todo el ceremonial; en el interior, colgadas en la pared, unas estampas evocan el histórico encuentro. En el centro, un par de estatuas de papel maché muestran a Livingstone y Stanley saludándose con sendos sombreros en la mano. Todo muy ingenuo, muy africano.

-Ahora están construyendo un nuevo Museo Livingstone -murmura Kassim-. Será más grande, pero no creo que tenga el mismo encanto. Le doy la razón y me despido de él dándole las gracias. Seguro qué el nuevo museo no será lo mismo.

Mientras regreso hacia Kigoma, por la pista que discurre junto al lago, recuerdo que Livingstone y Stanley viajaron juntos, después de su famoso encuentro, hasta el extremo norte del Tanganyka, para comprobar si Burton estaba en lo cierto cuando sospechaba que allí nacía el río Nilo. Tardaron 28 días en canoa, pero no encontraron ningún río que fluyera hacia el norte. Ambos exploradores continuaron juntos hasta el 14 de marzo de 1872, día en el que Stanley inició el regreso a la costa. Livingstone desistió de acompañarle; quería ir más allá, hasta desentrañar de una vez por todas el misterio de las fuentes del Nilo.

El 10 de agosto de 1872 Stanley publicó en The New York Herald el artículo sobre su encuentro con Livingstone. Éste, mientras tanto, estaba siguiendo el curso del río Lualaba, convencido de que se trataba del Nilo. El 1 de mayo de 1873 Livingstone, con malaria y disentería, murió en Ilala, en tierras de la actual Zambia; sus sirvientes enterraron el corazón allí y embalsamaron el cuerpo para llevarlo hasta la costa. En Bagamoyo lo embarcaron en un dhow con destino a Zanzíbar y, días después, partió en barco hacia Londres, donde seria enterrado con todos los honores en la abadía de Westminster. Fue, sin ninguna duda, un gran explorador, aunque, como tantos otros, no consiguió aclarar el enredo de las fuentes del Nilo.