Mandela: un ideal por el que merece la pena morir
(Un texto de Gerardo
González Calvo en el Mundo del 8 de diciembre de 2013)
Rivonia no tiene la fama
de Sharpeville ni Soweto, pero en el llamado juicio de Rivonia Nelson Mandela
avanzó lo que iba a ser la Sudáfrica moderna. No se lo podían imaginar ni un
régimen, basado en el apartheid, ni el
tribunal que juzgó al dirigente africano más respetado de todos los tiempos. En
el juicio de Rivonia Mandela demostró su talla como líder y como hombre de
Estado.
En este suburbio de
Johannesburgo se reunía habitualmente y en secreto el Congreso Nacional
Africano (CNA) y lo que se consideraba su brazo armado: el Umkhonto we Sizwe (Lanza
de la Nacional). Pero en agosto de 1962 fue detenido Nelson Mandela, hasta entonces
el hombre más buscado por la policía sudafricana. El refugio de Rivonia fue totalmente
desmantelado el 11 de julio de 1963 cuando Mandela y otros compañeros nacionalistas
fueron juzgados en el Tribunal Supremo de Pretoria. El juicio de Rivonia comenzó
el 9 de octubre de 1963 y la sentencia se falló el 12 de junio de 1964.
Las acusaciones eran muy
graves: sabotaje e intentar provocar una revolución violenta en Sudáfrica mediante
una conspiración de personas y organizaciones prohibidas, y de ayudar a
unidades militares de países extranjeros. Las organizaciones prohibidas eran el
Congreso Nacional Africano (CNA), presidido por Mandela, el Umkhonto we Sizwe y
el Partido Comunista. El acusador era el propio Estado, a través del fiscal Percy
Yutar, y los acusados nueve miembros del llamado Alto Mando Nacional del
Umkhonto we Sizwe. La defensa estaba a cargo del abogado Bram Fisher. Presidía el
tribunal el juez Quartus de Wet.
Mandela convenció a
Fisher para hablar desde el banquillo. Lo podía hacer de dos maneras: como
abogado o como líder del CNA. Mandela diría en su biografía 30 años después, siendo
presidente de Sudáfrica: «Pretendíamos utilizar la causa no para poner a prueba
la ley, sino como plataforma de la difusión de nuestras ideas. No nos preocupaba
salir bien librados o reducir nuestra condena, sino hacer que el juicio fortaleciera
la causa por la que todos luchábamos, fuera cual fuera el precio que tuviéramos
que pagar. No nos defenderíamos en el sentido legal, sino en el sentido moral. Para
nosotros el juicio era una continuación de la lucha por otros medios».
La intervención de Mandela
se produjo el 20 de abril de 1964. Tenía poco más de 45 años. En la sala, abarrotada,
estaba presente Winnie, con la que se había casado en segundas nupcias. Era muy
consciente del riesgo que corría. Una vez preparada la intervención durante 15 días
-de noche y en la cárcel-, se la pasó a Fisher, quien, después de leerla, le pidió
al asesor legal Hal Hanson que la revisara. «Si Mandela lee esto ante el
tribunal, le dijo Hanson- «lo sacarán directamente al patio trasero del edificio
y lo coIgarán». Fisher, preocupado, le rogó que, al menos, no leyera el último
párrafo de su discurso; pero Mandela se mostró inflexible.
Madiba, de pie, empezó a leer lentamente. Después de admitir que
fue una de las personas que ayudó a formar el Umkhonto we Sizwe y que jugó un
papel importante en su trayectoria hasta que fue detenido, negó que la lucha en
Sudáfrica estuviera bajo la influencia de extranjeros y de comunistas.
El presidente del CNA quería
dejar muy claro ante el tribunal que no había actuado irresponsablemente o sin pensar
en las consecuencias que tendría el emprender acciones violentas. Hizo especial
hincapié en su empeño de no atentar contra la vida humana. «Nosotros, los
miembros del CNA, siempre hemos defendido una democracia no racista, y hemos
rehuido toda medida que pudiera separar aún más de lo que ya lo están a las diferentes
razas. Pero el hecho es que 50 años de pacifismo sólo han conseguido para el
pueblo africano una legislación aún más represiva y una reducción cada vez
mayor de sus derechos. Tal vez a este tribunal no le resulte fácil comprenderlo,
pero es un hecho que la gente lleva mucho tiempo hablando del camino de la
violencia, del día en que entraríamos en combate contra el hombre blanco y recuperaríamos
nuestra tierra. Y aun así, nosotros, los líderes del CNA, habíamos conseguido
que prevaleciera la idea de que era necesario evitar la violencia y recurrir a
medios pacificos».
Mandela quería expresar
la razón íntima de su actividad como dirigente negro, que le consagraba, además,
como hombre de Estado. «He dedicado toda mi vida a la lucha del pueblo africano»,
dijo, pese a la recomendación de su abogado. «He combatido la dominación blanca
y he combatido la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática
y libre, en la que todos vivan en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un
ideal por el que espero vivir y que espero ver realizado. Pero, si es
necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir».
Mandela fue condenado
finalmente a cadena perpetua y confinado en la prisión de Robben Island. Desde
entonces y hasta su liberación, el 11 de febrero de 1990, oficialmente sólo se
aludía a él como al preso número 46.464. Pero gracias a él, Sudáfrica es hoy un
país plurirracial o, como dice el arzobispo Desmond Tutu, un país arco iris.
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