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miércoles, noviembre 26

La fregona, una aportación universal



(Un texto de J.F. Losilla Eixarch leído en el especial del Heraldo de Aragón del 1 de junio de 2014)

En los 60, Manuel Jalón cambió la vida y los hábitos en los hogares de España y de decenas de países con el escurridor fregona. Un producto que cosechó unas ventas millonarias. Este ingeniero aeronáutico también contribuyó decisivamente en la creación de la jeringuilla desechable. 

Manuel Jalón Corominas 0925- 2011) es el ejemplo […] de […] vitalidad creativa. Nacido en Logroño pero radicado en Zaragoza desde muy joven, ha pasado a la historia por ser el inventor de la fregona. Un objeto cotidiano y, en apariencia sencillo, que ha contribuido a mejorar la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo.

Su biografía resulta apasionante por su admirable capacidad de trabajo y de creación. Su padre, capitán del Ejército, falleció en la Guerra Civil, un hecho que le obligó a madurar y a contribuir al sostén de su madre y de sus cuatro hermanos. Dejó atrás abruptamente las travesuras para ponerse los pantalones de adulto responsable. Había vivido gran parte de su infancia en el campo y la naturaleza supuso un estímulo muy beneficioso. Pero la familia se vio forzada a instalarse en el Madrid de la posguerra. Tiempos de carestía y de racionamiento.

Jalón se matriculó en Ingeniería Aeronáutica gracias a unas becas que presentaban unas condiciones muy duras. «No podía permitirse el lujo de suspender porque se acabarían sus aspiraciones. Dedicó muchas horas a los estudios y logró ser de los primeros de su promoción», rememora su hijo Manuel. En 1955 se desplazó a Estados Unidos para realizar un curso para el mantenimiento de los primeros aviones a reacción, los F-86. Este acontecimiento alteró su guión vital, situándolo en Zaragoza. Durante una década dirigió el taller de estas aeronaves en la Base Aérea. Escrupuloso y tenaz, consiguió unos niveles de seguridad incluso superiores a los americanos.

«Vivía en la Residencia de oficiales de Aviación, que estaba en el número 4 del paseo Calvo Sotelo (actual Gran Vía). Por las mañanas se dedicaba a la aviación y las tardes las dedicaba a sus proyectos. Tenía en mente que quería inventar y fabricar algo. Al principio valoraba centrarse en el ámbito del Ejército, pero un amigo le convenció para que no lo hiciera. Fue entonces cuando recordó los lavasuelos que había visto en los hangares de EE. UU. y se propuso aplicarlos en el ámbito doméstico», explica Manuel.

Un chispazo providencial sobre el que trabajó durante varios años. Innovó en modelos ya existentes de lavasuelos de prensa y de rodillos, uno de los cuales era de uso industrial y todavía hoy en día es el despachado por Walmart para todo el planeta.

Paralelamente, en 1958 promueve en Zaragoza la empresa Manufacturas Rodex, que será la plataforma adecuada para plasmar todos los diseños. Le acompañaron en esta aventura unos 20 socios. «Mi padre confeccionó el plan económico, contactó con los proveedores, solicitó financiación y buscó el taller en el que fabricar todos los productos», prosigue Manuel.

Pero su obra cumbre estaba por llegar. Fue el escurridor fregona, un modelo que se mantiene vigente en nuestros días y que se ha exportado a decenas de países. «Aplicó sus conocimientos en aeronáutica en muchos detalles. Las paredes del cubo no son verticales, sino ligeramente curvas. Eso aumenta enormemente la resistencia y requiere menos material, lo cual redunda en un ahorro de costes. Es ligero, manejable y con un precio asequible para todos los hogares», revela.

Paradójicamente, el éxito no fue automático. Hubo que aguardar hasta 1964 para que se popularizara. «No resulta sencillo vender algo que no existe, que la gente no reclama porque lo desconoce. En la España de los años 50 y principios de los 60 se tenía asumido que se fregaba de rodillas. Cambiar esos hábitos requirió medios y mucha imaginación», relata.

El zaragozano Enrique Falcón, el primer comercial de Rodex, fue el encargado de realizar demostraciones en las tiendas de todo el país. No quedaba otro remedio que exhibir las bondades de la nueva fregona sobre el terreno, en el cara a cara con potenciales clientes. «La mujer de Enrique Falcón tuvo el privilegio de ser la primera persona en utilizar la fregona, cuando estaba en fase de pruebas. Además, su hijo José María, que era muy simpático, solía acompañar a su padre en las visitas a los comerciantes», añade.

Las campañas de márquetin alentadas por Jalón no terminaban ahí. Era un fijo en la Feria de Muestras de Zaragoza, pegando en el suelo unas huellas que conducían al puesto de Rodex. También utilizó el escaparate de las vueltas ciclistas, cambiando el tradicional coche escoba por el coche fregona, que se detenía en cada una de las poblaciones del recorrido. Pionero en lo que se denomina márquetin de guerrilla, adquirió del Ejército una partida de pequeños paracaídas hechos de seda, los personalizó con el logo de su compañía y los lanzó en una feria en Barcelona. Eran recogidos por los asistentes al evento, que utilizaban la seda para confeccionar prendas. Un método infalible para penetrar en el mercado y en la mente del público.

La lógica se impuso y la fregona pasó a ser un integrante más en los hogares. Levantó a la mujer del suelo, erradicando enfermedades que afectaban a las rodillas, las manos y la columna vertebral. «Recibimos cartas entrañables dándonos gracias por el invento. Por ejemplo, escribió la gobernanta de un hospital que explicaba que para las limpiadoras había sido un grandísimo avance en la recuperación de su feminidad y porque dejarían de estar estigmatizadas socialmente. Hasta entonces las manos les olían a lejía. Un cura contó que se animaba a fregar en la iglesia. Fue una manera de que los hombres se involucraran en las tareas domésticas», comparte Manuel Jalón hijo. También surgieron quejas en tono jocoso: «Algunos amigos de mi padre lamentaban que con la fregona ya no se podía ver las piernas bonitas de las limpiadoras del Sepu o de Galerías. Bromas al margen, lo auténticamente importante es que poco a poco se venció la resistencia al cambio».

La capacidad emprendedora de Jalón, nombrado hijo adoptivo de Zaragoza en 1992, no murió aquí. A mediados de los 90, lideró un nuevo proyecto. Fabersanitas, con base en Fraga.