Confucio: las enseñanzas del maestro Kong
(Un texto de Gloria Otero en el XLSemanal del 3 de abril de
2011)
Pescaba, cazaba, tiraba con arco... era un hombre de acción.
La antítesis del sabio frágil, ascético y solemne. China lo ha rehabilitado
como ideólogo oficial del país […]. Sepa por qué las enseñanzas de este
filósofo universal parecen hoy más vivas que nunca.
Su azarosa vida, lo poco que de ella se conoce, fue un
fracaso. Pero su pensamiento, recogido en escuetos diálogos por sus discípulos,
marcó durante 2000 años el rumbo de Oriente. Si algo impresiona en la historia
del maestro Kong verdadero nombre de Confucio es el abismo entre la modestia de
su biografía y la colosal influencia de su legado y su fe en las bondades de
una conducta recta, pese a la caótica época que le tocó vivir; La perpetua
frustración de sus ideales de armonía, dignidad y cortesía que soportó toda su
vida tuvo, en cambio, el eco más duradero y grandioso que cualquier sabio
pudiera imaginar. Porque al margen de las vicisitudes que ha atravesado el
confucionismo, su ejemplo en su caso sería impropio hablar de discurso conformó
un carácter. Una manera de ser y de actuar presentes hasta hoy, no solo en su
país, China, sino en Taiwán, Corea, Japón, Singapur... Y es que lo que Confucio
trató incansablemente de enseñar no fue una doctrina, sino un saber ser y un
saber vivir tan diametralmente opuestos a lo que hoy se fomenta como parecida
resulta nuestra actualidad a lo que él detestaba y combatía.
Aunque lo que se cuenta de su infancia, ¡hace 2562 años!, no
sea muy fiable, parece que el maestro, como lo llamaban todos, fue hijo de un
noble que murió al nacer él y antes de poder casarse con su madre, una
hechicera joven, según la leyenda. Huérfano muy pronto, Confucio debió
arreglárselas solo desde pequeño. Aprendió toda clase de habilidades y
desempeñó diversos oficios que más adelante le servirían mucho y asombrarían a
sus discípulos. Pescaba, cazaba, tiraba con arco con gran habilidad.
Su vida y su carácter fueron siempre la antítesis del típico
sabio chino, frágil, ascético y solemne. Confucio era un hombre de acción y un
deportista de temperamento fogoso y gran fuerza física. Con un extraordinario
autocontrol, eso sí. Pero mucho más afín a un capitán que a un filósofo. De
hecho, fueron esas cualidades, y no su filantrópica vocación política, las que
le permitieron sobrevivir en la turbulenta China de su época, dividida en
infinidad de principados, la mitad de los cuales estaba en manos extranjeras.
Los señores feudales se enfrentaban así en guerras aún caballerescas, no
masivas y descodificadas: tenían mucho de estético y ritual.
La revolución de Confucio en ese mundo fue la introducción
de una moral radicalmente nueva. Sustituyó los valores de la aristocracia
guerrera por las del civil ilustrado. Frente a valentía, justicia. Frente a
autoritarismo, honestidad y bondad. Detestaba la violencia, pero no las
virtudes guerreras, innecesarias, decía, si el hombre de bien, al que elevaba a
rango superior de la jerarquía, sabía ejercer las cualidades que él postulaba
como puntales de una sociedad ideal. Son las que atribuye al caballero,
descritas con insistencia en su única obra, las Analectas: «Un caballero es
tolerante y libre, un hombre común está lleno de ansiedad y temor». «El
verdadero caballero es quien solo predica lo que practica.»
Lo cierto es que el reformista político que era se vio
frustrado una y otra vez. Desde que, con 20 años y recién casado, perdió su
primer trabajo como guarda forestal de Lu su comarca natal hasta su muerte, a
los 73, Confucio recorrió el país buscando, en vano, a algún príncipe que le
permitiera aplicar sus ideas de gobierno. Cada vez más conocido por todos, su
vida fue un perpetuo errar, rodeado de una tropa de apariencia casi militar, de
discípulos de todas las edades, profesiones y clases sociales. Así, el
vocacional hombre de Estado se convirtió, a su pesar, en pedagogo, inaugurando
un modelo de relación amistosa, libre y materialmente desinteresada, la de
maestro-discípulo, desconocida en el mundo hasta entonces. Su enseñanza se
cifraba en el ejemplo, la acción, la actitud. Una coreografía existencial en
las antípodas del conductismo doctrinario en que acabó convertida su enseñanza.
Su figura, eclipsada en China durante los 350 años que
siguieron a su muerte, se convirtió después en el modelo ideológico del imperio
unificado. Eso sí, tergiversado. La élite de la sociedad la integrarían los
funcionarios formados a la estereotipada imagen y semejanza del caballero que
él propugnaba. Y los valores del confucionismo se transmutarían en doctrina de
la sumisión. Ahora, la prosperidad de sociedades como las de Taiwán, Corea,
Hong Kong o Singapur renueva el interés por él. Si Voltaire tenía una imagen
suya en su escritorio y Elias Canetti consideraba las Analectas el primer
retrato espiritual de un hombre y uno de los más modernos, bien puede augurarse
un largo futuro aún a este filósofo que difundió el ideal de una educación
universal como requisito infalible de la paz y la felicidad. Una educación, eso
sí, milenariamente alejada de la actual. No enfocada al entrenamiento práctico
y al dominio técnico, que da lugar al «bruto especializado», sino a un objetivo
moral. El único que merecía la pena para este sabio revolucionario.
Las lecciones
intemporales del maestro
Las principales virtudes para Confucio eran la tolerancia,
la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo y el respeto a los mayores. Si
el príncipe es virtuoso, los súbditos imitarán su ejemplo. Dejó su pensamiento
escrito en las Analectas, una colección de conversaciones con sus discípulos.
Sobre los caballeros: «Cuando veas a un hombre bueno,
imítalo; cuando veas a uno malo, reflexiona.» «Si la naturaleza prevalece sobre
la cultura, se tiene a un salvaje; si es la cultura lo que prevalece, a un
pedante. Solo del equilibrio nace el caballero.»
Sobre la voluntad: «Nuestra mayor gloria no está en
no caer jamás, sino en levantarnos cada vez que caigamos [...]. Se le puede quitar
a un general su ejército, pero nunca a un hombre su voluntad.»
Sobre el éxito: «Hoy no interesa progresar, sino
tener éxito. No espero encontrar al hombre perfecto. Me contentaría con hallar
a un hombre de principios. Pero es difícil tener principios en estos tiempos en
que la nada pretende ser algo y lo vacío prentende estar lleno.»
Sobre la política: «No es necesario participar
forzosamente en el gobierno. Limítate a cultivar la piedad filial y sé
bondadoso con tus hermanos y ya estarás contribuyendo a la organización
política.»
Sobre la muerte: «Hay que esperar lo inesperado y
aceptar lo inaceptable. ¿Qué es la muerte? Si todavía no sabemos lo que es la
vida, ¿cómo puede inquietarnos conocer la esencia de la muerte?»
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