La medalla del millón
(Un texto de Daniel Vidal en el Heraldo de Aragón del 17 de
noviembre de 2013)
Jesse Owens sigue rompiendo barreras 33 años después de su
muerte. Aquel niño raquítico y propenso a las enfermedades -a los siete años
estuvo a punto de morir por una neumonía-, nieto de esclavos e hijo de aparceros,
se crió recogiendo algodón en Alabama hasta que sus padres se mudaron a
Cleveland y Jesse cambió el campo por la escuela. Mejoró su alimentación, pero
seguía siendo un enclenque, lo que hacía que sus compañeros de clase le dejaran
fuera de todos los juegos. Algo tenía que ver también su condición de negro.
Para no aburrirse durante el recreo, él se dedicaba a dar vueltas y más vueltas
al campo de béisbol. Cada vez más y más rápido. Un día, su profesor de
gimnasia, Charles Ripley, le vio correr y le pronosticó: «Dentro de unos años
serás el mejor atleta del mundo». No se equivocó.
Algún tiempo después de aquello, el 25 de mayo de 1935,
Jesse Owens ya había encontrado en el deporte una válvula de escape para los
problemas económicos de su familia -ocho hermanos- y los límites que imponía la
segregación racial en Estados Unidos. Así que, a sus 22 años, se plantó en la prestigiosa
'Big Ten Conference', en Ann Arbor (Michigan), con ganas de reventar el crono a
pesar de unos fortísimos dolores de espalda que intentó aliviar «metiéndose media
hora en una bañera de agua caliente», recordaba el periodista Frank Litsky en
la necrológica de Owens en 'The New York Times', en 1980. El remedio no hizo
efecto y algunos le aconsejaron que se retirara, pero él se negó. Quería volar.
Y vaya si voló. En un lapso de 45 minutos, Jesse Owens, aquel niño raquítico y acostumbrado
a sufrir, igualó el récord del mundo de 100 yardas (91 metros) y batió el de
200 metros (20,3 segundos), el de 200 metros vallas (22,6 segundos) y el de
salto de longitud (8,13 metros).
La actuación, considerada una de las más memorables de todos
los tiempos, le valió a Owens el sobrenombre de 'el antílope de ébano' y fue el
preludio de uno de los episodios más célebres de la historia del deporte: las
cuatro medallas de oro que Jesse Owens logró en los Juegos Olímpicos de Berlín,
en 1936 y en la cara de Adolf Hitler, y que acabaron elevando al velocista
afroamericano a los altares del olimpismo.
Precisamente, la casa de pujas norteamericana SCP saca a
subasta, el 20 de noviembre, un dorado pedacito de esta historia. Owens, que en
Berlín pulverizó a sus rivales en los 100 metros, los 200, el salto de longitud
y la carrera de relevos, le regaló una de esas preseas a un buen amigo suyo,
Bill Robinson, un bailarín negro de la preguerra cuyos herederos han optado
ahora por vender el metal. «Una decisión muy difícil de aceptar», afeó esta
semana el presidente del COI, Thomas Bach. Sin embargo, en SCP ya se frotan las
manos. Según el 'jefazo' de la casa de subastas, David Kohler, algún coleccionista
privado «podría llegar a pagar un precio de siete cifras en dólares» (un millón
o más), superando el récord 'olímpico' de 850.000 dólares que se alcanzó por la
copa que recibió el ganador del maratón de los primeros Juegos modernos, en
1896. No obstante, el récord absoluto lo firmó una camiseta de los New York Yankees
del beisbolista Babe Ruth: 4,4 millones.
Pero esta medalla es mucho más que historia del deporte. La leyenda
siempre contó que 'führer', que había preparado una buena parafernalia en torno
a la supremacía de la raza aria, se agarró tal cabreo que se negó a saludar al campeonísimo.
Owens se encargó de desmentir la anécdota en sus memorias: «Pasé, el canciller se
levantó, me saludó con la mano y yo le devolví la señal», aunque sí parece
cierto que Hitler reculó y decidió no dar la mano a los atletas a raíz del primer
triunfo de Owens. El hombre que fue aclamado por 110.000 personas en la pista
del estadio olímpico de Berlín, sin embargo, dirigió sus reproches al entonces presidente
de los Estados Unidos, Roosevelt: «Cuando volví a mi país no pude viajar en la
parte delantera del autobús ni vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la
mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al presidente».
Sin poder encontrar un trabajo mejor tras volver de Berlín como un héroe, Owens
fue desde portero de un parque hasta 'showman' que competía contra caballos por
un puñado de dólares que le permitían tener «una vida honesta». Para el hombre
que está a punto de batir un nuevo récord, ahora desde el Más Allá, era más que
suficiente: «El dinero no es lo más importante».
Etiquetas: Deporte
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