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martes, enero 6

Reyes: el por qué de los regalos



(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 5 de enero de 2014)

Los Reyes Magos estaban más felices que unas pascuas por haber conseguido adorar al Niño, por eso quisieron compartir su dicha: de regreso a oriente, obsequiaron con regalos a todo aquel que se cruzaba en su camino, y tan alegre vieron al personal que decidieron repetir el gesto cada año. Para los escépticos tengo otra explicación, también extraída del acervo popular. 

Resulta que unos niños se quedaron apesadumbrados al contemplar en la iglesia que Jesús estaba recostado sobre su cuna con los piececitos descalzos; ni cortos ni perezosos, decidieron socorrerlo y le dejaron sus zapatos en la ventana, para que los recogiese desde el Cielo. Pero, lejos de hacerlo, Jesús decidió premiar tan entrañable muestra de generosidad llenado el calzado de juguetes y laminerías. 

Dándole vueltas al asunto de los regalos, releo en 'La aventura de la Historia' al antropólogo D. Brisset: «El origen de la tradición se puede llevar hasta la época romana, con Rómulo (el primer rey de Roma) quien regaló a sus ayudantes unos ramos cortados del bosque de la diosa sabina Strenia, que fueron aceptados como señal de buen augurio. De la palabra latina 'strenae' derivan las españolas 'estrenas' y 'entrenas', ambas con el mismo sentido de estrenar algo nuevo». 

El caso es que la práctica de los regalos navideños ya está documentada entre los cristianos desde, por lo menos, la Baja Edad Media. Y ojo a lo que apostilla un buen conocedor de las costumbres aragonesas, Sáez Guallar: «Los regalos, además de estrechar los lazos sociales y familiares, sirven para entrar en el año que comienza con algo nuevo y tienen por ello un poder mágico». 

Sigo con una miscelánea de datos en torno a los obsequios. El día de Reyes de 1909, el 'Diario de Avisos de Zaragoza' decidió sortear «una preciosa muñeca de gran tamaño y un soberbio triciclo» entre los que escribiesen al periódico aventurando el número de juguetes que Sus Majestades iban a repartir en la capital; el ganador predijo 29.115, ni uno más ni uno menos (no consta que el rotativo encargase comprobarlo). A sus 83 años Miguel Simón me explicó: «En Torre los Negros cada domingo que íbamos al catecismo nos daba el cura una estampa; el día de Reyes las cambiábamos por regalos; cuantas más estampas, más y mejor». En 1947 escribía en 'El Noticiero' su corresponsal en Daroca: «Las fiestas de Pascua tuvieron un simpático remate con la distribución que se hizo entre los niños pobres de 400 pañuelos y bolsitas conteniendo turrón, confites y juguetes», no era un mal detalle si tenemos en cuenta que en la época los chiquillos del Pirineo se contentaban con recibir un par de naranjas y lapiceros de colores. 

Y como fmal, una anécdota que recoge M. Lozares en su libro sobre 'Los aviones del Moncayo'. En 1969 el piloto de un F-100 salvó la vida porque dos jóvenes le atendieron rápidamente. Esas Navidades, a modo de gracias, un helicóptero de Estados Unidos sobrevoló Ambel lanzando juguetes; tuvieron suerte los habitantes del pueblo porque, aunque el aparato había caído en su término municipal, los jóvenes que prestaron auxilio fueron de Ainzón.

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