¿Por qué no soportamos la soledad?
(Un texto de Eduardo Punset en el XLSemanal del 18 de abril
de 2011)
Los humanos necesitan pertenecer a algo, a un colectivo
social, a una manada, les da igual; lo importante es pertenecer.
Y es muy difícil aquilatar la importancia objetiva del colectivo
al que se decide pertenecer; quiero decir que la etnia puede ser mucho menos importante
que la camiseta que le han puesto a uno. Se ha comprobado que la ostentación de
las señas de un equipo, por ejemplo, borra el sentimiento racista que provocaba
la imagen de una persona de color.
Aunque cueste creerlo, resulta que lo más importante para los
humanos es pertenecer a alguien y, cuando esto falla, cuando no se pertenece a nadie
porque a uno no le dejan, cuando a uno lo encierran solo, se asfixia. Lo que no
soportamos es la soledad. «Doctor, ¿me puede dar un remedio para la soledad?»
es una pregunta rara vez formulada y, sin embargo, sentida por multitud de
jóvenes desamparados, mayores sin casa, moradores de hospicios y lugares de asilo.
«Doctor, ¿me puede dar un remedio para la soledad?»
La gente no lo dice, no lo piensa, pero lo siente. Ahora, la
ciencia acaba de descubrirnos que este sentimiento de soledad no es un
subproducto de la depresión, sino que constituye un entramado patológico por sí
solo.
Saciar la demanda de relaciones sociales es imprescindible
para mantener una buena salud mental y física. La soledad debiera ser una de
las bestias a abatir del entramado sanitario, un objetivo específico, en lugar de
ser un añadido de terapias consideradas esenciales como la lucha contra la
depresión. Tan importante o más que la depresión es la soledad, que, además, es
distinta. Los médicos y farmacéuticos solo se ocupan de la depresión
atiborrando a la gente de fármacos que no están debidamente comprobados ni en
la demora o plazo de su efecto, ni en el tipo de daño que, supuestamente,
eliminan ni, por supuesto, en sus efectos secundarios; casi todos, malos. Si de
la depresión sabemos poco y mal, a pesar de los esfuerzos prolongados por
profundizar en su naturaleza, de la soledad todavía sabemos menos. Los
psicólogos y neurólogos tan solo están empezando a desentrañar sus efectos.
La necesidad de pertenecer comprende un deseo avasallador de
formar y mantener, por lo menos una cantidad significativa de relaciones
interpersonales. Lo absolutamente nuevo en la medicina que está aflorando es la
inserción de la soledad en el ámbito más amplio de las redes sociales, así como
la aceptación de la necesidad universal de pertenecer a un colectivo que experimentan
los humanos, sobre todo, los jóvenes.
Resulta que toda la pasión, el pensamiento y la acción de
muchísima gente son el resultado del impulso para evadir el aislamiento causado
por la disolución del clan familiar, la pérdida de los amigos del trabajo, el
amor del resto del mundo. Detrás de todo lo que hacen, piensan o dicen los
ensimismados está el pánico a la soledad. Pese a la diversidad de culturas, religión,
sexo, idiomas o edad, resulta que los humanos lucen similitudes sorprendentes, como
la necesidad de amor y, para recabarlo, el rechazo tajante de la soledad.
Durante muchos años, no solo no nos ocupamos de la soledad,
sino que la enaltecíamos. Si salías adelante solo, sin consultar con los demás,
profundizando en tu propio universo, conociendo como nadie tus propios intestinos,
eras merecedor de todos los elogios. No sabíamos casi nada del cerebro; no teníamos
ni idea de que no se podía aprender sin el cerebro de los demás, que solo los perversos
podían ignorar los sentimientos de los otros, de que estabas condenado si no pertenecías
a nada ni a nadie. Que lo peor era la soledad.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home