Libia, el juguete roto de Mussolini
(Un texto de Miguel Ángel Martín en el XLSemanal del 18 de
abril de 2011)
Italia quería un imperio y tuvo que conformarse con los
restos. Entre ellos, un trozo de desierto junto al mar y unos beduinos poco
dispuestos a colaborar. La conquista y colonización de Libia fue tan brutal que
sus sombras se extienden hasta los días de Berlusconi.
A principios de junio de 2009, Muamar el Gadafi llegó a Roma
en viaje oficial. Plantó su jaima en los jardines de Villa Pamphili y despertó
la curiosidad general al lucir en su pechera, sujeta con un imperdible, la foto
de un anciano cargado de cadenas (la misma que abre este reportaje). Se trataba
de Omar al Mujtar, conocido como el León
del Desierto, el líder de la resistencia libia durante la colonización
italiana en los años 20 del siglo pasado, cuya vida fue llevada al cine en 1981
en una de las más grandes producciones de la época, con Anthony Quinn y Oliver
Reed en los roles principales. Muy pocos en Italia sabían algo del anciano de
la foto ni de la película. Es entendible: el filme fue censurado durante 28
años en todo el país, hasta el día siguiente a la visita de Gadafi a Roma.
Entonces sí, la noche del 11 de junio de 2009 la televisión pública estrenó por
fin la película. Fue una forma de asumir una página vergonzosa de su historia
que Italia se había negado a leer durante décadas para no ver las atrocidades
cometidas durante su pasado colonial.
Italia tuvo que correr. Unificada en 1861, había llegado
tarde al reparto de África, pero también quería su imperio, el que fuera, para
posicionarse entre las grandes naciones. Pugnó así por las sobras de ingleses y
franceses, interesada en la orilla norte del Mediterráneo. Sin embargo, sus
regiones más ricas, Argelia, Egipto y Túnez, ya tenían dueño. Quedaba la franja
formada por la Tripolitania y la Cirenaica, árida, pobre, despoblada y bajo el
dominio de un Imperio otomano en declive. Un rival asequible. Entonces, la
prensa clamó por «recuperar» la Libia del emperador Diocleciano, hacer del
Mediterráneo el Mare Nostrum que fue y sacar músculo.
El Gobierno liberal de Italia declaró la guerra en octubre
de 1911. La guarnición otomana, escasa pero ayudada por los nativos, plantó
cara. Tras meses de combates, que incluyeron el primer bombardeo aéreo de la historia
y el uso de vehículos blindados, los italianos ocuparon la costa y forzaron la
paz. Los otomanos se marcharon, pero los libios siguieron luchando. Las
guerrillas de Omar al Mujtar atacaban y desaparecían en el desierto, cortaban
las líneas de suministros, mantenían viva la rebelión.
El 1 de noviembre de 1911, el subteniente Giulio Gavotti, de
la Fuerza Aérea Italiana, arrojó a mano cuatro bombas de dos kilos desde su
avión, un Etrich Taube, sobre un campamento otomano en el oasis de Taguira. Los
italianos, encantados con el poder destructivo y desmoralizador del ataque,
incorporaron esta nueva estrategia al conflicto. El resto de los países tomó
nota y, tres años después, la aviación fue crucial ya en la Primera Guerra
Mundial.
La lucha se recrudeció con el ascenso de Mussolini, en 1922.
El Duce, que en su día había denunciado la «agresión imperialista» contra los
otomanos, ordenó que se barriera la resistencia libia a cualquier precio. Todo
valía así para minar el apoyo popular a la guerrilla: represalias a los
civiles, fusilamientos, ataques con gases, quema de pueblos y la deportación de
los habitantes del desierto. Unas 100.000 personas fueron confinadas en campos
de concentración; la mayoría murió. «Si los libios no se convencen de lo bien
fundado de lo que se les proponía, entonces los italianos deberán llevar una
lucha continua contra ellos y podrán destruir a todo el pueblo libio para
alcanzar la paz, la paz de los cementerios...», escribió por entonces el
general Rodolfo Graziani, el Carnicero de
Fezzan, al frente de la campaña que acabó con la captura y ejecución de
Omar al Mujtar en septiembre de 1931. La resistencia murió con él y el país
quedó pacificado en pocos años.
Libia fue incorporada a la Gran Italia como provincia en
1939. Para entonces, miles de colonos se habían asentado ya en las tierras más
productivas, arrebatadas en los años 20. El censo de 1939 contaba ya 110.000
italianos en Libia, el 12 por ciento de la población, que, en Trípoli y
Bengasi, subía a un tercio. Los planes del Duce eran ambiciosos: preveía
500.000 colonos en 1960. Activó un plan de infraestructuras e intensificó la
explotación de los escasos recursos naturales del país (los yacimientos
petrolíferos del desierto fueron localizados pasadas unas décadas).
Inició a su vez una política de integración entre italianos
y musulmanes y él mismo, en un viaje a Libia en 1937, se hizo proclamar
«defensor del islam», con entrega incluida de un sable beduino... forjado en
Florencia. Todo un escaparate. Pese al discurso oficial y a haber sido
bautizada como la cuarta orilla de Italia, Libia nunca pasó de ser una colonia
explotada, sometida y excluida de las mejoras impulsadas por los amos en la
península. Un destino similar al de las otras perlas del imperio: Eritrea,
Somalia y Etiopía.
Con la esperanza de mejorar su situación, muchos libios se
incorporaron al Ejército italiano al estallar la Segunda Guerra Mundial.
Mussolini soñaba con agrandar el imperio a rebufo de sus aliados alemanes,
«alcanzar la gloria que Italia persigue en vano desde hace dos siglos», como
proclamó al lanzar la invasión del Egipto británico. Los éxitos de 1940 fueron
fugaces y los aliados contraatacaron. Los italianos debieron pedir ayuda y la
oportuna llegada del Afrika Korps de Rommel revirtió la situación temporalmente:
a finales de 1942 los británicos ocuparon la Cirenaica y, en febrero de 1943,
los últimos invasores abandonaron Libia. Los nativos no lloraron su marcha.
Pese al deseo de Italia de conservar Tripolitania, los
tratados de paz de 1947 mantuvieron a Libia unida bajo la Administración
británica. Avalado por la ONU, el país se independizó en 1951 y fue una
monarquía constitucional hasta el golpe de Gadafi en 1969. Al año, los 20.000
colonos italianos aún presentes en Libia fueron expulsados y ese día, declarado
fiesta nacional.
Muamar el Gadafi financió también El León del Desierto, uno de los filmes más caros de la época.
Buena parte de la factura se debió a su exactitud histórica, a sus escenas con
miles de extras, a los blindados ametrallando a los beduinos. Muchos de los
italianos que al fin la vieron en 2009 descubrieron un lado poco conocido de su
historia. No habían sido solo unos colonizadores poco afortunados, sino, a su
vez, unos invasores y opresores sanguinarios antes y durante el fascismo. En
Libia, en Etiopía, en Grecia, en Albania...
La muy difundida imagen del italiano como soldado
inofensivo, un capitán Corelli amante de su mandolina y de las mujeres, se hizo
trizas en lo que dura la película. Pocos criminales de guerra italianos pagaron
sus culpas y los políticos se mostraron más interesados en ocultar los trapos
sucios que en ventilarlos. Las disculpas al pueblo libio tardaron décadas en
llegar. Y solo entonces llegaron también los lucrativos acuerdos comerciales.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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