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lunes, enero 12

Trifulcas con orinal



(Un texto de Alberto Serrano Dolander en el Heraldo de Aragón del 12 de enero de 2014)

No puede dudarse del uso del orinal en el Aragón del Renacimiento. En 1598, el convento de Santo Domingo de Zaragoza es escenario de un proceso contra un lego de la orden que había penetrado en la celda de un monje y había restregado la cara de su superior con el contenido de lo que éste había acumulado en su bacía. El tufillo de aquel suceso nos ha llegado a través de un protocolo notarial que divulgó hace una veintena de años José Pascual de Quinto y de los Ríos. Resulta que fray Jusepe Prado perpetró su afrenta con nocturnidad, a eso de medianoche, cuando el agraviado dormía plácidamente. No contento con verter el contenido sobre su víctima, «ensució» un papel y se lo puso en el rostro «dexandolo aturdido y a peligro de ahogarse con el hedor y cegarse». Al malandrín lo echaron del convento poco menos que con una patada en el culo.

Pascual de Quinto y de los Ríos –[…]-, dejó anotado que el hecho «nos permite constatar que los dominicos, en sus celdas, utilizaban orinal, artefacto del que no disfrutaban los monjes cartujos, quienes disponían en sus silenciosos cenobios de pozos negros individuales» (una excavación arqueológica realizada en uno de ellos aportó para la ciencia diversos restos cerámicos de varios siglos de antigüedad).

Otro orinal también fue el causante de que se liase una bien gorda en el Caspe del siglo XVIII. Lo cuenta el cronista local mosén Mariano Valimaña, en unos anales que redactó a mediados del XIX: «Año 1766. Era costumbre en lo antiguo el enviar todos los años la caballería a forrajear en la primavera por los pueblos del Bajo Aragón. Hallábase pues en Caspe un escuadrón del regimiento de Borbón, cuyos soldados se tenían por muy jaques y valientes, siendo a más fuertes mozos. Los de Caspe se la echaban también de guapos, y con esto se cruzaban de cuando en cuando algunas reyertas, efecto casi siempre de fanfarronadas o de mujeres. Sucedió cierto día que un soldado alojado en una casa molestaba demasiado a su patrona, tratándola más vilmente que si fuera una criada. Su marido, aunque no era un gran mozo era valiente y hombre de puños. Quería el soldado que la mujer le llevase el orinal a la cama, o se lo diese, estando él bueno y sano; la patrona repugnaba, y su marido decía: "Señor militar, mi mujer no está obligada a servir a usted en eso que pide". "¿Cómo que no?", respondió el soldado; y haciendo demostración de querer pegar al patrón, corre este, toma una tranca y del primer 'tastarrazo' tumbó al militar. Murió, efectivamente, y el Coronel después de bien informado y examinado el caso y su causa, dejó libre al paisano por haber sido provocado».

Como ven, en ocasiones la realidad gana por goleada a cualquier intento de ficción literaria. También es 'real' la anécdota que se cuenta de la llegada a Zaragoza procedente de Bujaraloz de su Majestad Isabel ll. Aconteció en aquel 1860 que al entrar por el actual barrio de Santa Isabel, la soberana sintió 'ganas'. No habiendo lugar más indicado, la portera de la azucarera de Villarroya hubo de prestarle su orinal.

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