Juan de la Cosa, un hombre de mar
(Un reportaje de Begoña Alonso en la revista Paisajes, de
Renfe, de mayo de 2010)
Juan de la Cosa es conocido por su profesión más famosa, la de navegante, pero este peculiar personaje,
de cuya muerte se [cumplieron] cinco siglos en 2010, desempeñó muchos otros
papeles. Por ejemplo, además de experimentado marino, fue un cartógrafo muy
preciso. Sus conocimientos le permitieron descifrar el verdadero significado
del descubrimiento de América, al ser uno de los pocos convencidos de que se
estaba avistando un nuevo territorio, frente a la opinión de Colón de que se
había llegado a las Indias Orientales. Además de navegante y cartógrafo, fue un
hombre político que contó con el apoyo incondicional de la monarquía y que fue enviado
en diversas ocasiones por la reina Isabel la Católica a realizar misiones como
espía en los países vecinos.
Según la opinión mayoritarita de los historiadores, De la
Cosa nació en Cantabria, concretamente en Santoña (que en su época se
denominaba Santa María del Puerto) en torno a 1450-1460. Otras teorías le hacen
oriundo de Vizcaya: de ahí su apodo de El Vizcaíno, aunque hay quien justifica
el mote señalando que, en aquellos siglos, a los habitantes del norte de España
se les llamaba así por pertenecer marítimamente al golfo de Vizcaya. En todo
caso, sabemos que nuestro hombre formaba parte de una familia de tradición de
mar -de hecho, se cree que vivía en La Cosa, el barrio marinero de Santoña-,
por lo que desde muy joven pudo haber emprendido diversas travesías de
exploración por el Cantábrico y por la costa occidental de África, que le
proporcionarían sus primeros conocimientos cartográficos.
La primera referencia histórica de Juan de la Cosa se ubica
en Lisboa, en 1488. Los Reyes Católicos le habrían enviado como espía a la corte
lusa para enterarse de los detalles del viaje del navegante Bartolomé Dias, que
acababa de regresar del cabo de Buena Esperanza. No se sabe muy bien cómo De la
Cosa habría conseguido los favores de los monarcas, aunque la mayoría de las
hipótesis apuntan a que su fama como hábil piloto y meticuloso cartógrafo habría
llamado la atención de los reyes.
Esa fama, junto a su posición como armador,
habría hecho que Cristóbal Colón contratase
en 1492 una de las naves de De la Cosa para formar parte de la expedición que
le llevaría a las Indias Orientales viajando por el oeste. El barco, la famosa Santa María, encabezó la travesía, y su
dueño habría ido como maestre. Durante el viaje comenzaron a surgir diferencias
entre los dos: su manera de concebir la navegación era distinta y, además,
nuestro marinero sospechaba que los cálculos del genovés sobre la duración del
recorrido se habían quedado cortos. Tras arribar a una isla de las actuales
Bahamas y permanecer durante unas semanas navegando por la zona, el barco
encalló en costas haitianas y se desató la pelea entre ambos: Colón le
responsabilizó del naufragio.
Algunos autores señalan, no obstante,
que el Juan de la Cosa que acompañó a Colón podría haber sido otra persona con el
mismo nombre, ya que está mejor documentada su participación en el segundo
viaje a América (1493-1496). En esta expedición, su trabajo consistió en
cartografiar los territorios-descubiertos: islas de Dominica, Puerto Rico,
Guadalupe... A la vuelta se estableció en El Puerto de Santa María (Cádiz) y se
dedicó a hacer mapas, su verdadera pasión. Recorrió las costas cantábricas para
dibujarlas y perfeccionó sus instrumentales y sus mediciones.
De su ensimismamiento solo
consiguió sacarle su amigo Alonso de Ojeda, un navegante al que había conocido
en el segundo viaje de Colón. Junto con Ojeda y con el italiano Americo Vespucci -por el que el Nuevo Mundo recibiría el nombre de América- emprendió en 1499
su tercer viaje al otro lado del mar Océana, como por aquel entonces se
denominaba. Piloto mayor y cartógrafo del viaje, recorre costas de Guayana,
Paria y Venezuela. Las notas que tomará en su cuaderno a lo largo del año que
dura este viaje, sus mediciones de las latitudes y los datos obtenidos anteriormente
serán suficientes para que a su vuelta a España realice la carta universal que
le hará pasar a la historia.
A finales de 1500, el navegante Rodrigo
de Bastidas, que había conseguido licencia para explorar el nuevo continente,
acude a Juan de la Cosa para pedir consejo sobre la ruta a seguir. Finalmente,
decide que El Vizcaíno sea el primer piloto de su flota, que partirá en 1501
para Tierra Firme -es decir, para el territorio continental situado al sur de
las Antillas-. En este cuarto viaje exploraron las costas del sur Panamá, Colombia y Venezuela y tuvieron sus más
y sus menos con las tribus indígenas, que sallan literalmente huyendo al ver
las poderosas herramientas de los
españoles: los caballos y las armaduras donde rebotaban las lanzas. Las
amenazas de naufragio de las naves por culpa de la broma (un molusco
lamelibranquio que perforaba las cuadernas de roble de las quillas) y la
detención de Bastidas -acusado de negociar oro con los indígenas- hicieron que
De la Cosa regresara a Cádiz en 1502.
Los cargos sobre Bastidas no
hicieron mella en el respaldo de los
Reyes Católicos a Juan de la Cosa. De hecho, a los cuatro meses de volver es nombrado
Alguacil Mayor de Urabá (Colombia) y es enviado a Portugal a una arriesgada misión
política: descubrir qué había de cierto en la sospecha de que varias naves
lusas estaban explorando, sin permiso ni abono de tasas, los territorios
españoles del Nuevo Mundo. No saldrá muy bien parado de este trabajo puesto que
será encarcelado por el rey Manuel I El Afortunado y tendrá que intervenir Isabel
la Católica para conseguir su libertad.
No obstante, su experiencia en
estos asuntos hará liderar la expedición que ordenó la corona de Castilla: bajo
su mando, cuatro naves patrullaron entre 1504 y 1506 las costas americanas
entre la isla Margarita y el golfo de Urabá para impedir posibles incursiones
portuguesas. Tras este quinto viaje, tomó parte en la Junta de Burgos, en la
que la monarquía convocó a los cuatro mejores navegantes del momento (Américo
Vespucci, Vicente Yáñez Pinzón, Juan Díez de Solís y De la Cosa) para que
opinaran sobre cómo se debían administrar los territorios descubiertos.
Asimismo, su tarea de vigilante de los portugueses parecía no tener fin, pues
fue solicitado por la Casa de Contratación para capitanear una flotilla de
barcos que vigilaría las costas entre Cádiz y el cabo de San Vicente con el fin
de impedir la llegada de naves lusas. Una misión que fracasó y tras la cual se volvió
a embarcar con Rodrigo de Bastidas en su sexto Viaje (1507-1508) a América, con
el fin de obtener beneficios económicos.
En noviembre de 1509 emprendería su
séptimo y último viaje. La misión encargada por la Corona era mediar entre
Alonso de Ojeda y Diego Nicuesa, los dos gobernadores de Tierra Firme, que no
se ponían de acuerdo en ubicar los límites de sus respectivos territorios. De
la Cosa propuso el río Grande del Darién (Panamá) como frontera y De Ojeda
decidió lomar posesión de sus tierras, Nueva Andalucía, desembarcando en la
actual bahía de Cartagena de Indias y desoyendo el consejo de De la Cosa, que
le había propuesto atracar lejos de una agresiva tribu que habitaba en la zona.
El 28 de febrero de 1510, en el transcurso de uno de los enfrentamientos con
los indígenas, De la Cosa falleció atravesado por decenas de flechas bailadas
en veneno. En Turbaco (Colombia), la población donde murió, se levanta hoy un pequeño
monumento que recuerda su figura y su legado: el del cartógrafo que hace ya
cinco siglos supo dibujar, de una vez y para siempre, el mapa del mundo en el
que vivimos.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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