Trajes de novia para la historia
(Extraído de un texto de M. Rivera de la Cruz en la revista
Mujer de Hoy del 19 de julio de 2014)
Suena frívolo pero, después de la de su pareja, la elección
más importante de una novia es la del vestido de boda. Los trajes nupciales han
experimentado los vaivenes de la moda, los cambios históricos, las convenciones
sociales. […]
El blanco no siempre fue el color de las novias. Hubo un
tiempo en el que solo las mujeres ricas llevaban vestidos de tonos claros;
lavarlos era difícil y requería tener servicio. Este color se puso de moda a
raíz de la boda de la reina Victoria de Inglaterra con Alberto Sajonia-Coburgo,
en 1840. Victoria, de 20 años, eligió un vestido de seda blanca con bordados de
flores de azahar y velo sujeto a una corona de flores. Las descripciones de
aquella nívea elección llenaron las páginas de los diarios y, como la historia
de amor de Victoria y Alberto hacía soñar a las jóvenes de la época, a partir de
entonces todas adoptaron el blanco como color nupcial.
El siglo XIX trajo los primeros grandes nombres de la alta
costura. Uno de ellos, Charles Worth, quería mujeres de cintura de avispa y las
sometía a implacables corsés, Cuando se supo que era el preferido de dos
emperatrices, la austrohúngara Sissi y la francesa Eugenia de Montijo, los
encargos de la casa Worth se multiplicaron.
Después, la I Guerra Mundial impuso una austeridad que
también afectó a la moda nupcial, tejidos sencillos, faldas más cortas, nada de
adornos… Pero llegaron los felices 20 y las bodas volvieron a celebrarse con
pompa. Edward MoIyneux preparó en 1923 una colección de trajes de novia que se
promocionó ¡con una película! Los años 30 coronaron como diseñador a Norman
Hartnell, que vistió a una de las novias más sonadas del momento, la duquesa
Margaret Whigham. También en la década de los 30, el fotógrafo y escenógrafo Cecil
Beaton supervisó el vestido de novia de su hermana Baba, firmado por Charles
James: un traje de corte medieval, de cola doble, con un tocado inspirado en la
toca de una monja. Aquel velo creó escuela: más adelante lo usarían Jeanne
Lanvin y Madeleine Vionnet.
La II Guerra Mundial supuso un nuevo paréntesis sin glamour. Pero, en 1947, Christian Dior
revolucionó las pasarelas con su new look,
que también afectó a los estilismos nupciales. En los años 50, los vestidos
marcaban las caderas, los hombros, el pecho y la cintura. Llegaron los fajines
que realzaban el talle y crearon una recién casada más femenina que nunca. Los
60 trajeron aires de ruptura: algunos vestidos se acortaron hasta la minifalda
o se atrevieron con nuevos cortes. La novia de Maurice Gibb, uno de los
miembros de Bee Gees, lució un espectacular abrigo maxi rematado en piel de
zorro, inspirado en el que llevaba la actriz Julie Christie en Doctor Zhivago.
Y con los 80, llegó el eclecticismo. Todo valía. En 1992, Christian
Lacraix cerró su desfile con un vestido de novia de velo negro y aplicaciones de
oro y pedrería Gwen Stefani se casó en 2002 con un audaz traje blanco que se
degradaba hasta el fucsia, firmado por John Galliano. El mismo diseñador creó
el delicado traje blanco de Kate Moss en 2011. Aquella fue una boda clásica que
parecía querer poner punto y final a la vida vertiginosa de la top: los
bucólicos Cotswolds (Gran Bretaña), 15 damas de honor, un Rolls Royce, el novio
- el rockero Jamie Hince- con un traje gris perla... Si el matrimonio salió mal
no fue, desde luego, por culpa del escenario.
[…]
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