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miércoles, enero 21

Trajes de novia para la historia



(Extraído de un texto de M. Rivera de la Cruz en la revista Mujer de Hoy del 19 de julio de 2014)

Suena frívolo pero, después de la de su pareja, la elección más importante de una novia es la del vestido de boda. Los trajes nupciales han experimentado los vaivenes de la moda, los cambios históricos, las convenciones sociales. […]

El blanco no siempre fue el color de las novias. Hubo un tiempo en el que solo las mujeres ricas llevaban vestidos de tonos claros; lavarlos era difícil y requería tener servicio. Este color se puso de moda a raíz de la boda de la reina Victoria de Inglaterra con Alberto Sajonia-Coburgo, en 1840. Victoria, de 20 años, eligió un vestido de seda blanca con bordados de flores de azahar y velo sujeto a una corona de flores. Las descripciones de aquella nívea elección llenaron las páginas de los diarios y, como la historia de amor de Victoria y Alberto hacía soñar a las jóvenes de la época, a partir de entonces todas adoptaron el blanco como color nupcial.

El siglo XIX trajo los primeros grandes nombres de la alta costura. Uno de ellos, Charles Worth, quería mujeres de cintura de avispa y las sometía a implacables corsés, Cuando se supo que era el preferido de dos emperatrices, la austrohúngara Sissi y la francesa Eugenia de Montijo, los encargos de la casa Worth se multiplicaron.

Después, la I Guerra Mundial impuso una austeridad que también afectó a la moda nupcial, tejidos sencillos, faldas más cortas, nada de adornos… Pero llegaron los felices 20 y las bodas volvieron a celebrarse con pompa. Edward MoIyneux preparó en 1923 una colección de trajes de novia que se promocionó ¡con una película! Los años 30 coronaron como diseñador a Norman Hartnell, que vistió a una de las novias más sonadas del momento, la duquesa Margaret Whigham. También en la década de los 30, el fotógrafo y escenógrafo Cecil Beaton supervisó el vestido de novia de su hermana Baba, firmado por Charles James: un traje de corte medieval, de cola doble, con un tocado inspirado en la toca de una monja. Aquel velo creó escuela: más adelante lo usarían Jeanne Lanvin y Madeleine Vionnet.

La II Guerra Mundial supuso un nuevo paréntesis sin glamour. Pero, en 1947, Christian Dior revolucionó las pasarelas con su new look, que también afectó a los estilismos nupciales. En los años 50, los vestidos marcaban las caderas, los hombros, el pecho y la cintura. Llegaron los fajines que realzaban el talle y crearon una recién casada más femenina que nunca. Los 60 trajeron aires de ruptura: algunos vestidos se acortaron hasta la minifalda o se atrevieron con nuevos cortes. La novia de Maurice Gibb, uno de los miembros de Bee Gees, lució un espectacular abrigo maxi rematado en piel de zorro, inspirado en el que llevaba la actriz Julie Christie en Doctor Zhivago.

Y con los 80, llegó el eclecticismo. Todo valía. En 1992, Christian Lacraix cerró su desfile con un vestido de novia de velo negro y aplicaciones de oro y pedrería Gwen Stefani se casó en 2002 con un audaz traje blanco que se degradaba hasta el fucsia, firmado por John Galliano. El mismo diseñador creó el delicado traje blanco de Kate Moss en 2011. Aquella fue una boda clásica que parecía querer poner punto y final a la vida vertiginosa de la top: los bucólicos Cotswolds (Gran Bretaña), 15 damas de honor, un Rolls Royce, el novio - el rockero Jamie Hince- con un traje gris perla... Si el matrimonio salió mal no fue, desde luego, por culpa del escenario.

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