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viernes, enero 23

Yo quiero encontrar a Dios

(Leído en una columna de Paulo Coelho publicada en el XLSemanal del 1 de mayo de 2011)



El hombre llegó exhausto al monasterio:
-Llevo mucho tiempo buscando a Dios –dijo. – Puede que usted pueda enseñarme el método correcto de encontrarlo.
-Entre y vea nuestro convento –dijo el religioso, tomándole de la mano y conduciéndolo hasta la capilla. –Aquí están las obras de arte más bellas del siglo XVI, que retratan la vida del Señor y su gloria al lado de los hombres.

El hombre aguardó, mientras el padre explicaba cada una de las  hermosas pinturas y esculturas que  adornaban la capilla. Al final, repitió la pregunta:
- Todo lo que he visto es muy bonito. Pero a mí me gustaría aprender el método más adecuado de encontrar a Dios.
-¡Dios! – respondió el religioso.- Bien lo dice: ¡Dios!

Y llevó al hombre hasta el  refectorio, donde se preparaba la cena de los monjes.
-Mire a su alrededor: dentro de poco se servirá la cena, y está usted invitado a comer con nosotros. Podrá escuchar la lectura de las Escrituras mientras sacia su hambre
-No tengo hambre, y ya he leído todas las Escrituras –insistió el hombre. Quiero aprender. Vine hasta aquí para encontrar a Dios.

Una vez más, el monje tomó al extraño de la mano y lo llevó a caminar por el claustro, que circundaba un hermoso jardín.
-Pido a mis monjes que mantengan la hierba siempre bien cortada y que retiren las hojas secas del agua de la fuente que ve en e centro. Pienso que este es el monasterio más limpio de toda la región.

El extraño caminó un poco con el religioso, y después se despidió diciendo que debía marcharse.
-¿No se quedará aquí para la cena?  -preguntó el monje.

Mientras montaba en su caballo, el extraño comentó:
-Los felicito por su bonita iglesia, por el acogedor refectorio, por el patio impecablemente limpio. Sin embargo, yo he viajado muchas leguas exclusivamente para aprender a encontrar a Dios, y no para deslumbrarme con tanta eficacia, comodidad y disciplina.

Un trueno rasgó el cielo, el caballo relinchó fuerte y la tierra sufrió una sacudida. De repente, el extraño se quitó el disfraz  y el monje vio que estaba delante de Jesús.

-Dios está donde lo dejan entrar –dijo Jesús. –Pero vosotros le habéis cerrado las puertas de este monasterio, usando reglas, orgullo, riqueza y ostentación. La próxima vez que un extraño se aproxime pidiendo ayuda para encontrar a Dios, no le muestres lo que habéis conseguido en Su nombre: escucha la pregunta e intenta  responderla con amor, caridad y simplicidad.

Y tras decir esto, desapareció.
 

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