Yo quiero encontrar a Dios
(Leído en una columna de Paulo Coelho publicada en el XLSemanal del 1 de mayo de 2011)
El hombre llegó exhausto al monasterio:
-Llevo mucho tiempo
buscando a Dios –dijo. – Puede que usted pueda enseñarme el método correcto de
encontrarlo.
-Entre y vea nuestro convento –dijo el religioso, tomándole
de la mano y conduciéndolo hasta la capilla. –Aquí están las obras de arte más
bellas del siglo XVI, que retratan la vida del Señor y su gloria al lado de los
hombres.
El hombre aguardó, mientras el padre explicaba cada una de
las hermosas pinturas y esculturas
que adornaban la capilla. Al final,
repitió la pregunta:
- Todo lo que he visto es muy
bonito. Pero a mí me gustaría aprender el método más adecuado de encontrar a
Dios.
-¡Dios! – respondió el religioso.-
Bien lo dice: ¡Dios!
Y llevó al hombre hasta el refectorio, donde se preparaba la cena de los
monjes.
-Mire a su alrededor: dentro de
poco se servirá la cena, y está usted invitado a comer con nosotros. Podrá
escuchar la lectura de las Escrituras mientras sacia su hambre
-No tengo hambre, y ya he leído
todas las Escrituras –insistió el hombre. Quiero aprender. Vine hasta aquí para
encontrar a Dios.
Una vez más, el monje tomó al
extraño de la mano y lo llevó a caminar por el claustro, que circundaba un
hermoso jardín.
-Pido a mis monjes que mantengan
la hierba siempre bien cortada y que retiren las hojas secas del agua de la
fuente que ve en e centro. Pienso que este es el monasterio más limpio de toda
la región.
El extraño caminó un poco con el
religioso, y después se despidió diciendo que debía marcharse.
-¿No se quedará aquí para la
cena? -preguntó el monje.
Mientras montaba en su caballo,
el extraño comentó:
-Los felicito por su bonita
iglesia, por el acogedor refectorio, por el patio impecablemente limpio. Sin
embargo, yo he viajado muchas leguas exclusivamente para aprender a encontrar a
Dios, y no para deslumbrarme con tanta eficacia, comodidad y disciplina.
Un trueno rasgó el cielo, el
caballo relinchó fuerte y la tierra sufrió una sacudida. De repente, el extraño
se quitó el disfraz y el monje vio que
estaba delante de Jesús.
-Dios está donde lo dejan entrar
–dijo Jesús. –Pero vosotros le habéis cerrado las puertas de este monasterio,
usando reglas, orgullo, riqueza y ostentación. La próxima vez que un extraño se
aproxime pidiendo ayuda para encontrar a Dios, no le muestres lo que habéis
conseguido en Su nombre: escucha la pregunta e intenta responderla con amor, caridad y simplicidad.
Y tras decir esto, desapareció.
Etiquetas: Cuentos y leyendas
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