Cuéntame un cuento...

...o una historia, o una anécdota... Simplemente algo que me haga reir, pensar, soñar o todo a la vez, si cabe ..Si quereis mandarme alguna de estas, hacedlo a pues80@hotmail.com..

lunes, febrero 16

Barbara Hutton (y otras divas de triste mirada)



(Un texto de la revista Mujer de Hoy del 6 de noviembre de 2010)

Tenían todo a su favor, pero sus vidas estuvieron marcadas por la tragedia. Son las protagonistas del […] libro de Cristina Morató.

Me quedaré soltera. Nadie me amará nunca. Por mi dinero sí, pero no por mí misma. Estoy condenada a la soledad”. Cuando la norteamericana Barbara Hutton escribió estos pensamientos en su diario tenía 14 años y su fortuna ascendía a 26 millones de dólares. Era la niña más rica del mundo pero también la más solitaria porque su fama de multimillonaria provocaba el rechazo de sus amigas.

A medida que cumplía años descubriría que el dinero que heredó de su abuelo, el dueño de los almacenes Woolworth, era una maldición. Nunca conseguiría ser feliz ni ser amada; los que se acercaban a ella lo hacían atraídos por su riqueza y su generosidad.

Bárbara lo sabía, y llenó su soledad con una larga lista de maridos, joyas, mansiones y viajes alrededor del mundo. También con grandes dosis de alcohol y barbitúricos que la ayudaron a sobrellevar la carga de su apellido.

La historia de esta mujer considerada una de las más ricas y extravagantes herederas del siglo XX es la de una niña nacida en una jaula de oro y marcada por un trágico destino. Su madre Edna era una de las tres hijas del magnate Frank Winfield, fundador de la célebre cadena de almacenes Woolworth. Edna se casaría con un guapo y avispado agente de bolsa de 24 años llamado Franklyn Laws Hutton.

La única hija del matrimonio nacería en Nueva York el 14 de noviembre de 1912. La pequeña Barbara heredaría la tez pálida, los ojos azules y el cabello rubio de su madre, la más atractiva y elegante de las hermanas Woolworth. Cuando Bárbara tenía cuatro años, descubrió el cuerpo sin vida de su madre en la suite del hotel Plaza de Nueva York. Edna se vistió con su mejor traje de noche y se suicidó ingiriendo un frasco de pastillas de estricnina. Tenía 33 años y no podía soportar más las infidelidades de su marido.

Tras este trágico suceso, Barbara se convirtió en una codiciado trofeo para la prensa sensacionalista. Había nacido “la pobre niña rica” y los periodistas la seguirían por todo el mundo dando fe de sus excesos y divorcios. Al perder a su madre, Barbara se quedó al cuidado de su abuelo Frank, que vivía en la mansión de Winfield Hall, junto a las costas de Long Island. En esta espléndida residencia de 53 habitaciones y rodeada de un ejército de sirvientes, pasaría el resto de su solitaria infancia.

Con la muerte de su abuelo comenzó para Barbara una época difícil de soledad y gran inestabilidad emocional. Viviría en distintas casas, y a cargo de personas que la rodeaban de lujos y caprichos. Como confesaría a un periodista, sus mejores amigos fueron a lo largo de su vida los miembros del servicio doméstico. Apenas veía a su padre, un hombre de mal carácter que mostraba poco interés por ella.

Hasta que cumplió los 18 años y le organizó una fastuosa fiesta para presentarla en sociedad. Fue una de las puestas de largo más célebres y ostentosas de su tiempo. Los festejos culminaron con un gran baile en los salones del hotel Ritz-Carlton de Nueva York. Asistieron más de 1.000 personas, entre las que estaban algunos de los apellidos más ilustres de EE.UU. Si el padre de Barbara había pretendido dar a conocer a su hija entre los miembros más distinguidos de la alta sociedad, el efecto que consiguió fue el contrario: los cazafortunas ya conocían a la heredera que parecía una presa fácil.

En busca del amor Bárbara, que sentía debilidad por los hombres con título nobiliario y buen físico, se casó siete veces: con dos príncipes rusos, un conde danés –con quien tuvo a su único hijo, Lance–, el playboy dominicano Porfirio Rubirosa, un barón campeón de tenis y una estrella de cine.

Cary Grant fue su tercer marido y el que mejor la trató. Tras su ruptura, el actor se lamentaba de que los periodistas se ensañaran con una mujer que no había podido elegir su destino. La prensa sólo mostraba su ostentosa y disoluta vida. Hablaban de la mujer que regalaba diamantes a sus sirvientas y que hizo ensanchar las calles de la medina de Tánger para que pudiera pasar su Rolls-Royce.

Pero la millonaria anoréxica era en realidad una dama de gran sensibilidad artística y corazón generoso. Toda su vida colaboró, de manera anónima, con fundaciones benéficas. Sus buenas obras no interesaban a la prensa que la persiguió sin piedad hasta el lecho de su muerte, cuando apenas era una sombra de sí misma y su fortuna se había reducido a 3.000 dólares.

La conocida como “la chica del millón de dólares” –cantidad que cobraban sus maridos tras divorciarse de ella–, murió enferma, sola y arruinada. Tras perder a su hijo en un accidente, comenzó su declive. Bebía mucho, se atiborraba de somníferos, despilfarraba y acabó pagando por tener compañía masculina.

“Soy como uno de esos puentes de Venecia que parecen no alcanzar nunca la otra orilla”, se lamentó en su vejez. Al final sólo quedó la sombra de una mujer esquelética, que ocultaba sus ojos tras grandes gafas de sol y que nunca consiguió su sueño: ser amada.

Audrey Hepburn, el cervatillo asustado
La glamourosa actriz guardaba en su interior dolorosas heridas: el abandono de su padre, la frialdad de una madre exigente, las secuelas de la guerra (su admirada delgadez era fruto de la desnutrición), dos matrimonios fracasados y varios abortos que la hundieron en profundas depresiones.

Eva Perón; de la nada, una diosa
La argentina más influyente del siglo XX fue una Cenicienta: pobre, casi analfabeta e hija ilegítima, nació en un mísero rancho. Fue una actriz mediocre, que conoció el hambre y la explotación, y una locutora de seriales de radio. Pero acabó ejerciendo de todopoderosa y fanática primera dama junto a Perón.  

Maria Callas, pasión destructora
La historia de la diva de la ópera fue tan trágica como la de las heroínas a las que encarnó. Fue una joven solitaria y obesa –a los 14 años pesaba 90 kilos– que lamentaba ser amada sólo por su voz. Con Onassis vivió un tórrido romance con traumáticas secuelas: un hijo que murió a las pocas horas de nacer.  

Jackie Kennedy, Impecable fachada
Su vida con John Kennedy, pese a las apariencias, fue un infierno. Sufrió el desprecio de sus cuñadas y sucesivos abortos, y vivía con un hombre enfermo y adicto al sexo. Era una mujer acomplejada por su físico, solitaria y falta de afecto, que detestaba que los medios la trataran como a una estrella.

Wallis Simpson, ídolo con pies de barro
La prensa americana definió su romance con Eduardo VIII como “el idilio del siglo”, pero el tiempo puso las cosas en su lugar. Pérfida, advenediza, espía, promiscua, extravagante –hacía que le plancharan el dinero– son algunos de los epítetos con los que ha sido calificada después.  

Coco Chanel, pasado secreto
La creadora del glamour fue educada en un orfanato, pero el miedo a que los periodistas hurgasen en su pasado hizo que se inventara una infancia idílica. Ser hija de madre soltera y la eterna amante de hombres a los que amó de verdad fueron duras experiencias que endurecieron su corazón.