El soldadito de plomo
(Leído en la columna de Paulo Coelho del XLSemanal del 2 de
junio de 2013. ¿Qué mejor que este cuento de amor para hoy?)
Hans
Christian Andersen (1805-1875) fue el escritor danés que con sus historias
enriqueció la infancia de muchas generaciones. Andersen nació en Odense: su
padre era zapatero, la madre trabajaba como lavandera, y por las noches le
contaba a su hijo las historias del folclore danés. Fue ella quien lo animó a
escribir sus propias fábulas y a organizar pequeños espectáculos de marionetas.
No hay
mayor homenaje a Andersen que el de compartir con mis lectores su cuento El
soldadito de plomo, con el que yo solía llorar siempre que mi madre me lo
contaba. A continuación, una versión resumida:
Érase una vez veinticinco soldados de plomo; todos,
hermanos, como esquejes sacados de una misma planta. Cada uno de ellos cargaba su fusil y todos iban
vestidos con sus flamantes uniformes, de rojo y azul. Las primeras palabras que
el pequeño batallón escuchó vinieron de los labios de un niño:
-¡Soldados,
soldados!
El chico manifestaba su alegría ante su regalo de
cumpleaños. Los componentes de
este ejército eran exactamente iguales, con la excepción de uno, que tenía solo
una pierna, pues el plomo se había agotado antes de que él estuviera terminado.
Pero se equilibraba tan bien que el niño decidió guardarlo.
Sobre la mesa había otros muchos juguetes, siendo el más
atractivo de todos un encantador castillo de cartón, en el que una bella
bailarina -también de papel, con un vestido de gasa muy fino y unas lentejuelas
muy brillantes- extendía sus delicados brazos hacia el cielo. Su paso era tan bello, se alzaba tanto en el
aire, que el soldado imaginó que a ella también le faltaba una pierna.
-Sería la esposa más adecuada para mí pensó. Pero ella vive en un palacio.
Decidió esconder su amor y pasarse el resto de la vida
apenas contemplando a la pequeña bailarina.
Cada noche,
cuando las personas de la casa se iban a dormir, llegaba la hora en que los
muñecos jugaban y se divertían visitándose unos a otros, realizando batallas o
dando bailes. Los soldados de plomo se aburrían en su caja, pero habían sido
educados para tener disciplina y educación.
Cierto día,
la sirvienta vio que había un soldado sin pierna y lo tiró por la ventana. Unos
niños que pasaban vieron el muñeco roto y lo pusieron en un barco de papel, que
fue navegando por la cuneta hasta las alcantarillas, que a su vez acabaron
llevándolo hasta un río.
Allí, un pez se tragó al soldado, pero él continuaba
impávido, con su fusil al hombro y soñando con los días felices que había
pasado junto a su amor.
El pez acabó siendo pescado y vendido a la misma casa en la
que, un día, un niño recibiera veinticinco soldaditos de regalo. La misma sirvienta que lo había
tirado por la ventana lo encontró en el vientre del pescado, y en esta ocasión
arrojó al soldadito al fuego.
Antes de caer entre las llamas, él pudo ver, por última vez,
a los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el hermoso castillo con
la linda bailarina en la puerta.
Y vio, en los ojos de la bailarina, una lágrima de cartón
ella también lo había extrañado.
Poco a poco, rodeado por las llamas, empezó a derretirse. A medida que sus ropas perdían los
colores, él procuraba mantener su porte marcial, con los ojos fijos en aquella
a quien jurara amor eterno. Los dos se contemplaban, tristes por estar lejos y
contentos por la oportunidad de encontrarse una vez más. No se sabe cómo, pero
una corriente de aire atravesó la sala y arrancó de su lugar a la pequeña
bailarina, que voló como un hada y también fue a caer entre las llamas.
Dicen que Dios es generoso con los que aman, y que por eso
siempre les da la oportunidad de estar juntos.
Al día
siguiente, cuando la sirvienta retiraba las cenizas de la chimenea, reparó en
un pequeño corazón hecho de plomo que tenía en el centro una lentejuela que
ella lo sabía pertenecía a otro juguete que estaba en la mesa de los niños.
Etiquetas: Cuentos y leyendas, Pongámonos románticos
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