El orinal, un recipiente ideal
(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón
del 26 de enero de 2014)
Van tres sobre el mismo tema, que hoy concluyo. Hasta hace unas
pocas décadas, si se miraba debajo de la cama resultaba impensable no encontrar
un orinal bien dispuesto. Eran tiempos en los que en las casas no había
calefacción y daba mucha pereza salir al retrete, más aún si era necesario
asomarse hasta el corral.
Los había de dos tamaños: el 'normal' (para uso de adultos)
y otro más pequeño (para los párvulos). En las silenciosas noches de frío, el
chorrillo era un sonsonete nada extraño en las alcobas. Los más pulcros
guardaban el recipiente en los bajos de la mesilla, cerrando bien cerrada su
puertecica para evitar en lo posible que el olor invadiera la habitación.
Estas bacinillas tenían larga vida, pues cuando se cascaban
un poco todavía eran útiles como tiesto o macetero, en el que se las podía arreglar
a las mil maravillas una planta decorativa. Algún ejemplo se puede ver todavía
en las puertas de las torres antiguas de nuestras huertas.
La microtoponimia caspolina parece que ha querido tributar
homenaje al orinal. Conversamos con Félix Serrano, que nació en 1927: «Cuando
era chaval nos íbamos a bañar al Guadalope, en la zona por la que lo cruza el
puente del ferrocarril. Te metías en el agua y solo te llegaba hasta la rodilla
o el 'melico' (ombligo), pero había un tramo en el que casi te cubría. A ese
tramo lo llamábamos El Orinal». En mis cuadernos de campo, también tengo
anotada la existencia en Biel (altas Cinco Villas) de una 'Peña de los
orinales'; la denominan de esta manera porque en la superficie de la roca se abren
unas pequeñas oquedades redondeadas que no es raro encontrarlas medio llenas de
agua de lluvia.
En 1828, visitó Zaragoza Fernando VII, acompañado de su
esposa. La ciudad organizó unas fiestas muy sonadas para celebrarlo. Muy del
gusto popular fue un impresionante desfile de comparsas o mojiganga que incluía
a unos paisanos disfrazados de médicos que observaban con atención el contenido
de orinales de vidrio, sátira sin duda de un método de diagnóstico todavía imprescindible.
«Después de muerto Pascual, le sacan el orinal», rezan un refrán que quizá aluda
a la tardanza de algún galeno a la hora de recurrir esta prueba para examinar
las dolencias de su paciente.
En la capital de Aragón (que, por cierto, ha contado con muy
acreditados coleccionistas de orinales) comenzaron a verse a finales del XVIII
los 'tronos' o sillones y sillas de más o menos lujo, con hueco para acomodar
el culo; iban provistos de un orinal o bacía recolectora y, además, permitían
ser trasladados de una a otra habitación, aunque su tamaño dificultara
semejante maniobra.
Además de los niños, solo los enfermos y los muy poderosos
recurrían a ayuda para prepararse el orinal. En el siglo XIX el poeta bajoaragonés
Miguel Agustín Príncipe se refiere a ello en uno de sus epigramas: «La nobleza
de Pascual / se deriva en buena ley, / de un quídam que a cierto / rey le
alargaba el orinal».
En fin, el orinal me parece un recipiente ideal, digno de
ser reivindicado. Y usted... ¿lo suele utilizar?
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