Cronistas en Aragón: miradas a la historia III
(Extraído de un texto publicado en el especial del Heraldo
de Aragón del 1 de junio de 2014)
Como un gacetillero de su tiempo
surge por entonces Faustino Casamayor, el gran cronista de la Zaragoza cotidiana,
un funcionario oscuro e introvertido que, por ejemplo, deja constancia a la
orilla del canal Imperial recién inaugurado de la visita del conde de Aranda.
«Señores aragoneses, esto es lo más extraordinario que he ' visto en mi vida»,
dijo, según Casamayor, el 9 de octubre de 1786. Las gentes se congregaron allí
para saludar al grupo de próceres que visitaban el puerto de Miraflores (junto
donde hoy está el puente de la avenida de América). El mérito de Casamayor es su
constancia, reflejada en sus ‘Años políticos e históricos de las cosas particulares
ocurridas en la Imperial y Augusta Ciudad de Zaragoza' que recorren 50 años de
la vida zaragozana.
La Historia se cuela por todas
partes. En 1788, un año antes de la revolución francesa, la memoria sirve por ejemplo
para la confección de listas de infanzones en los valles del Pirineo y para
acreditar privilegios, muchos de los cuales se fundan en la época de la
reconquista, ante la Real Audiencia de Aragón. Hubo quien contrató leguleyos que
rebuscaban por archivos de aldeas remotas tratando de establecer relaciones con
los linajes más rancios. Incluso los más modestos libros parroquiales esconden,
bajo la escueta prosa de sus fórmulas rutinarias, pequeños detalles que revelan
la intensidad de otros tiempos.
La Guerra de la Independencia y en concreto
los Sitios de Zaragoza son otro hito fundamental, con los escritos, además de
los de Casamayor, del abogado Agustín Alcaide Ibieca y de Miguel Agustín
Príncipe entre muchos otros, y la abundante producción escrita, y también
gráfica, que se propagó por toda Europa acerca de aquel episodio memorable.
Aparecerán desde entonces muchos autores
que abordan algún aspecto de la Historia aragonesa, viajeros extranjeros que
siguen la estela del romanticismo y escriben del Aragón del XIX y también, sin
abandonar el periodismo, publicaciones que sirven de excelente testimonio de
aquellos años. Las memorias recientemente editadas de la vieja Zaragoza de
mediados de siglo, obra de Mariano Gracia Albacar, son un buen ejemplo. Comenzarán
a ofrecerse como retratistas los primeros fotógrafos que saldrán enseguida a la
calle y al campo a dejar constancia de lo que observan a su alrededor, una
nueva forma de fijar la memoria volátil de los siglos.
Las historias locales cobran
protagonismo. Ricardo del Arco o José Blasco Ijazo serán representantes de esa
corriente ya en el siglo XX. Decae la ambición de contar exclusivamente las
glorias de las monarquías y sus batallas o las vicisitudes del poder. El individuo
común se empieza a situar en el centro de la Historia. Periódicos y revistas,
que proliferan desde entonces, contribuirán a fijar los hechos con una claridad
que nunca habían podido aportar los yacimientos arqueológicos.
Serán maestros, archiveros o
profesionales liberales quienes se irán incorporando a la amplia nómina de guardianes
de la memoria. Uno de los que más afanes dedicó es Tomás Ximénez de Embún, que
destacó a finales del XIX como investigador de viejos documentos y que precede
a las grandes referencias de los historiadores que se fraguarán en la Universidad
de Zaragoza.
Eduardo Ibarra, nacido en 1866 e hijo
de un vicerrector de esa institución, es claramente la primera de esas
referencias. Ibarra empezará por descubrir la vastísima labor historiográfica que
había por delante y la necesidad personal de prepararse como paleógrafo para
adentrarse con propiedad en el mundo de los archivos. Su labor es fundacional
en lo que se refiere al estudio moderno de la historia y a su ambición docente
y divulgadora.
El catedrático de Historia Antigua Manuel
Serrano y Sanz fue coetáneo de Ibarra y otro destacado investigador. Sobresaldrá
también Andrés Giménez Soler por su obra 'La Edad Media en la Corona de
Aragón'.
José María Lacarra (1907-1987) es otro
referente insigne, forjador de una prestigiosa cantera de medievalistas y del
que hay que recordar su clásico 'Aragón en el pasado', publicado en la popular
colección Austral de Espasa Calpe. De la misma forma, Antonio Beltrán lo será
de arqueólogos y profesores de Historia Antigua. De entre sus discípulos
destacados hay que citar a un ex director de Heraldo de Aragón, el catedrático
Guillermo Fatás, otro divulgador infatigable de cuanto tiene que ver con Aragón
y a Carlos Forcadell, sucesor de Beltrán como cronista de Zaragoza.
Reconocidos especialistas fueron Antonio
Durán Gudiol, archivero y sacerdote que impulsó la asociación Amigos de
Serrablo, Antonio Ubieto, otro gran referente que desmitifica en sus estudios
algunas de las visiones más idílicas de la historiografía aragonesa y Ángel
Canellas, un profesor especializado en los archivos y gran experto en Zurita.
Como genealogistas y heraldistas modernos hay que citar al barón de Valdeolivos
y a Guillermo Redondo Veintemillas. Y como experto del mundo judío a Miguel
Ángel Motis, y del musulmán a Maria Jesús Viguera. Las numerosas publicaciones de
entidades de carácter público como la Institución Fernando el Católico o
privadas, como por ejemplo Anubar Ediciones, han sido decisivas en el estudio y
popularización de la Historia. Son muchos los nombres relevantes, también de
las generaciones posteriores, que podrían incluirse en esta recopilación, destacando
como actual académico de la Historia el aragonés José Ángel Sesma. El
catedrático Eloy Fernández Clemente ha escrito abundantemente, y creando
escuela además, sobre Aragón y su historiografía, al igual que Ignacio Peiró.
Resulta obligado mencionar la situación
del Archivo de la Corona de Aragón, de carácter real y con sede en Barcelona, del
que es titular el Ministerio de Cultura. Su patronato gestor, constituido en
2007, que incluye a las cuatro comunidades autónomas que tienen allí depositada
una parte de su Historia, no se ha reunido hasta ahora por el bloqueo de Cataluña,
que reclama documentos «propios» de los fondos. Lo dijo Costa: «Aragón se define
por su Derecho» y podría añadirse que se proclama con su memoria, con el
recuerdo de su historia, la grande y la pequeña, la de reyes y labradores. Frente
a las tergiversaciones y los intentos de división de la memoria cabe el honesto
anhelo de la Verdad, aquella que pintó Goya asida al Tiempo. Así debería escribirse
la Historia.
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