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martes, febrero 3

Cronistas en Aragón: miradas a la historia III



(Extraído de un texto publicado en el especial del Heraldo de Aragón del 1 de junio de 2014)

Como un gacetillero de su tiempo surge por entonces Faustino Casamayor, el gran cronista de la Zaragoza cotidiana, un funcionario oscuro e introvertido que, por ejemplo, deja constancia a la orilla del canal Imperial recién inaugurado de la visita del conde de Aranda. «Señores aragoneses, esto es lo más extraordinario que he ' visto en mi vida», dijo, según Casamayor, el 9 de octubre de 1786. Las gentes se congregaron allí para saludar al grupo de próceres que visitaban el puerto de Miraflores (junto donde hoy está el puente de la avenida de América). El mérito de Casamayor es su constancia, reflejada en sus ‘Años políticos e históricos de las cosas particulares ocurridas en la Imperial y Augusta Ciudad de Zaragoza' que recorren 50 años de la vida zaragozana.

La Historia se cuela por todas partes. En 1788, un año antes de la revolución francesa, la memoria sirve por ejemplo para la confección de listas de infanzones en los valles del Pirineo y para acreditar privilegios, muchos de los cuales se fundan en la época de la reconquista, ante la Real Audiencia de Aragón. Hubo quien contrató leguleyos que rebuscaban por archivos de aldeas remotas tratando de establecer relaciones con los linajes más rancios. Incluso los más modestos libros parroquiales esconden, bajo la escueta prosa de sus fórmulas rutinarias, pequeños detalles que revelan la intensidad de otros tiempos.

La Guerra de la Independencia y en concreto los Sitios de Zaragoza son otro hito fundamental, con los escritos, además de los de Casamayor, del abogado Agustín Alcaide Ibieca y de Miguel Agustín Príncipe entre muchos otros, y la abundante producción escrita, y también gráfica, que se propagó por toda Europa acerca de aquel episodio memorable.

Aparecerán desde entonces muchos autores que abordan algún aspecto de la Historia aragonesa, viajeros extranjeros que siguen la estela del romanticismo y escriben del Aragón del XIX y también, sin abandonar el periodismo, publicaciones que sirven de excelente testimonio de aquellos años. Las memorias recientemente editadas de la vieja Zaragoza de mediados de siglo, obra de Mariano Gracia Albacar, son un buen ejemplo. Comenzarán a ofrecerse como retratistas los primeros fotógrafos que saldrán enseguida a la calle y al campo a dejar constancia de lo que observan a su alrededor, una nueva forma de fijar la memoria volátil de los siglos.

Las historias locales cobran protagonismo. Ricardo del Arco o José Blasco Ijazo serán representantes de esa corriente ya en el siglo XX. Decae la ambición de contar exclusivamente las glorias de las monarquías y sus batallas o las vicisitudes del poder. El individuo común se empieza a situar en el centro de la Historia. Periódicos y revistas, que proliferan desde entonces, contribuirán a fijar los hechos con una claridad que nunca habían podido aportar los yacimientos arqueológicos.

Serán maestros, archiveros o profesionales liberales quienes se irán incorporando a la amplia nómina de guardianes de la memoria. Uno de los que más afanes dedicó es Tomás Ximénez de Embún, que destacó a finales del XIX como investigador de viejos documentos y que precede a las grandes referencias de los historiadores que se fraguarán en la Universidad de Zaragoza.

Eduardo Ibarra, nacido en 1866 e hijo de un vicerrector de esa institución, es claramente la primera de esas referencias. Ibarra empezará por descubrir la vastísima labor historiográfica que había por delante y la necesidad personal de prepararse como paleógrafo para adentrarse con propiedad en el mundo de los archivos. Su labor es fundacional en lo que se refiere al estudio moderno de la historia y a su ambición docente y divulgadora.

El catedrático de Historia Antigua Manuel Serrano y Sanz fue coetáneo de Ibarra y otro destacado investigador. Sobresaldrá también Andrés Giménez Soler por su obra 'La Edad Media en la Corona de Aragón'.

José María Lacarra (1907-1987) es otro referente insigne, forjador de una prestigiosa cantera de medievalistas y del que hay que recordar su clásico 'Aragón en el pasado', publicado en la popular colección Austral de Espasa Calpe. De la misma forma, Antonio Beltrán lo será de arqueólogos y profesores de Historia Antigua. De entre sus discípulos destacados hay que citar a un ex director de Heraldo de Aragón, el catedrático Guillermo Fatás, otro divulgador infatigable de cuanto tiene que ver con Aragón y a Carlos Forcadell, sucesor de Beltrán como cronista de Zaragoza.

Reconocidos especialistas fueron Antonio Durán Gudiol, archivero y sacerdote que impulsó la asociación Amigos de Serrablo, Antonio Ubieto, otro gran referente que desmitifica en sus estudios algunas de las visiones más idílicas de la historiografía aragonesa y Ángel Canellas, un profesor especializado en los archivos y gran experto en Zurita. Como genealogistas y heraldistas modernos hay que citar al barón de Valdeolivos y a Guillermo Redondo Veintemillas. Y como experto del mundo judío a Miguel Ángel Motis, y del musulmán a Maria Jesús Viguera. Las numerosas publicaciones de entidades de carácter público como la Institución Fernando el Católico o privadas, como por ejemplo Anubar Ediciones, han sido decisivas en el estudio y popularización de la Historia. Son muchos los nombres relevantes, también de las generaciones posteriores, que podrían incluirse en esta recopilación, destacando como actual académico de la Historia el aragonés José Ángel Sesma. El catedrático Eloy Fernández Clemente ha escrito abundantemente, y creando escuela además, sobre Aragón y su historiografía, al igual que Ignacio Peiró.

Resulta obligado mencionar la situación del Archivo de la Corona de Aragón, de carácter real y con sede en Barcelona, del que es titular el Ministerio de Cultura. Su patronato gestor, constituido en 2007, que incluye a las cuatro comunidades autónomas que tienen allí depositada una parte de su Historia, no se ha reunido hasta ahora por el bloqueo de Cataluña, que reclama documentos «propios» de los fondos. Lo dijo Costa: «Aragón se define por su Derecho» y podría añadirse que se proclama con su memoria, con el recuerdo de su historia, la grande y la pequeña, la de reyes y labradores. Frente a las tergiversaciones y los intentos de división de la memoria cabe el honesto anhelo de la Verdad, aquella que pintó Goya asida al Tiempo. Así debería escribirse la Historia.