Valores olímpicos
(Extraído de un texto de Gonzalo
Castro Marquina en el Heraldo de Aragón del 15 de febrero de 2014)
El 3 de agosto de 1936, con una marca
de 10.3 segundos, Jesse Owens batió el récord de los cien metros lisos, ganando
la primera de las cuatro medallas de oro que conseguiría durante los Juegos
Olímpicos de Berlín. Dicen que un periodista le preguntó si consideraba su
triunfo una victoria para la raza negra, y él contestó que era una victoria de
la humanidad. Puede que, como muchos otros relatos de este tipo, no llegará a
ocurrir y que se trate tan solo de una leyenda. Real o no, ese día la humanidad
ganó junto a él. Aquellas Olimpiadas de 1936 se concibieron como un escaparate del
poderío de la raza aria y del nazismo. Es cierto que Alemania consiguió
presidir el medallero a bastante distancia de su competidor más directo, EE.UU.,
pero, con todo, la propaganda no cumplió su objetivo.
Menos conocida es la relación de Owens
con el atleta alemán Luz Long. Durante la prueba de salto de longitud, Long se
acercó a un nervioso Owens para darle unos consejos a la hora de realizar el
salto. Llevaba dos nulos y si fallaba el siguiente quedaría descalificado. Pero
no fue así. Owens siguió las instrucciones de Long y pasó de ronda. Al día
siguiente, Owens conseguiría la medalla de oro mientras Long habría de
conformarse con la plata. El gesto de Long puso de manifiesto su gran
deportividad y calidad humana. No solo tendió la mano a un rival, sino también
a quien le habían enseñado que debía ver como un enemigo, como un inferior. A partir
de ese momento, Jesse y Luz mantendrían el contacto por carta.
Naturalmente, esta amistad no gustó
nada a los jerarcas nazis. Es bastante probable que influyera en la decisión de
llamarlo a filas durante la II Guerra Mundial, conflicto en el que Long
falleció. A título póstumo, le fue reconocida en 1964 la medalla Pierre de Coubertin
por su comportamiento ejemplar, símbolo de los valores y principios que
inspiran el olimpismo. El día que Luz decidió ayudar a Jesse, perdió el oro,
pero a cambio ganó otra medalla y una amistad, en palabras del propio Owens, de
veinticuatro quilates.
[…] Durante los [Juegos Olímpicos] de
Berlín, el régimen nazi intentó dar una imagen de aparente normalidad frente a
la persecución de los judíos. Su equipo olímpico llegó a contar con una atleta
judía, Helene Mayer, en el campo de la esgrima.
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