Nido de golondrinas
(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón
del 20 de julio de 2014)
Cuenta nuestro Ramón J. Sender que Dios y el diablo
apostaron a ver quién era capaz de crear el pájaro más hermoso: del cielo
bajaron golondrinas y del infierno se escaparon los murciélagos. No es la única
leyenda sobre el origen de estas avecillas imparables y nerviosas: el Niño
Jesús se entretenía modelando con barro pajaritas con las alas bien abiertas,
que iba dejando en el suelo para que el sol las secase; un desalmado que pasó por
allí comenzó a pisotearlas, pero Jesús dio una palmada y todas las pajaritas
levantaron el vuelo. Esta segunda versión la recogió en el XIX Fernán
Caballero, que añade: «Entonces en la casa en la que vivía el Niño Dios y sus
Santos Padres, pegadas al alero del tejado, cogiendo del mismo barro con el que
ellas habían sido formadas, se pusieron a labrar sus nidos, y desde entonces
han seguido labrándolos en pobres y humildes casas, a las que llevan paz y
ventura».
«Si uno destroza un nido de golondrinas, seguro que le
ocurre una desgracia», comentan en Panzano (Hoya de Huesca) y en Tolva (Ribagorza)
una octogenaria se me sincera: «En mi casa tengo más de sesenta nidos de
golondrinas, pero no los quito porque da mala suerte». En el Pirineo también he
oído que el edificio en el que anida una golondrina queda protegido contra el
fuego destructor de los incendios (y contra los rayos y las tormentas). Aún más
sorprendente es un remedio popular para combatir la mordedura de los perros
rabiosos: beber vinagre en el que se haya disuelto tierra de un nido de
golondrina (el que se atreva a probarlo, que re-clame a Plinio, que es quien lo
escribió). Ciertamente, la simpatía hacia los nidos de golondrina está
acreditada por la historia.
Hacia 1244 el rey Jaime I comenzó a dictar el 'Libro de los
hechos', que no estuvo compuesto hasta algunos lustros más tarde. Al referir uno
de sus viajes por la Corona de Aragón, anota: «Cuando quisimos levantar el
campo, una golondrina había hecho su nido dentro del pliegue de nuestra tienda.
Y ordenamos que no levantasen la tienda basta que ella con sus hijos se hubiese
ido, ya que habían anidado bajo nuestra protección». ¿Enternecedor? Sí, aunque
la finalidad del pasaje sea esencialmente simbólica, tal como apunta la filóloga
Julia Butiña: «Se corresponde con la imagen por antonomasia feudal de la protección
del señor» (por cierto, sobre esta anécdota escribió un poema de 130 versos el
pintor maellano Hermenegildo Estevan, quien puede que hasta trasladara al
lienzo semejante asunto).
Indiscutiblemente, las golondrinas están consideradas como
aves sagradas en el acervo aragonés. A quien atente contra ellas se le caerá el
pelo o la piel, y quien las mate cometerá un pecado. Cuando Cristo fue
crucificado, se acercaron a paliar su sufrimiento, arrancándole con sus picos,
de una en una, las espinas de la corona. Visto lo cual, no me extraña que Gómez
de la Serna escribiera en sus greguerías: «Las golondrinas rozan apenas el
estanque como si tomasen el agua suficiente para persignarse. Las golondrinas bordan
en el cielo de sus vuelos el manto que piensan regalar a la Virgen».
Etiquetas: Cuentos y leyendas
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