¿Qué distingue la cultura anglosajona de la nuestra?
(La columna de Eduardo Punset en el XLSemanal del 17 de
julio de 2011)
No me digan que no es paradójico que nadie en España mencione
nunca la revolución liberal en Gran Bretaña del siglo XVII, dirigida por
Cromwell, como el referente de las libertades políticas de las que han
disfrutado los ciudadanos europeos durante los últimos siglos. Claro que fue
una revolución liberal en el sentido de que sentó las bases del poder ciudadano
frente a los abusos del Estado; pero la llamada, con cierta impropiedad,
‘revolución liberal inglesa’ fue la primera revolución realmente social de las
impulsadas en Europa; mucho antes de la propia Revolución Francesa, la única de
la que solemos acordarnos la mayoría de los españoles. Únicamente se han dado
dos culturas diferenciadas en el mundo: la anglosajona y la del resto de los
países, incluidos los latinos y excomunistas. En Gran Bretaña y EE.UU., la
cultura fue siempre el subproducto de la inteligencia y los esfuerzos por
equiparar los derechos individuales de los ciudadanos y los del rey,
respectivamente, frente a la denominada common
law. Igualdad absoluta de los dos frente a la ley.
Es una cultura nacida de la igualdad reivindicada entre los ciudadanos
y el poder y dio lugar, lógicamente, a una legislación orientada sobremanera a evitar
los abusos del poder del Estado frente a los derechos inviolables de los
ciudadanos. Los movimientos sociales en el resto del mundo, no obstante, fueron
el fruto de la irritación provocada por las desigualdades sociales.
Recuerdo perfectamente haber experimentado este sentimiento a
mi regreso a España después de más de dos décadas en el mundo anglosajón. Lo
que diferenciaba a los españoles de los británicos era su cultura, basada en el
primer caso en el rechazo de las desigualdades sociales y diferencias de
clases, mientras que en el segundo solo contaba escrutar si el Estado estaba o
no invadiendo los derechos de los ciudadanos.
A los españoles les irritaban las diferencias clasistas; a
los anglosajones, que el Estado avasallara en lo más mínimo los derechos de los
ciudadanos mediante el abuso del poder. El resultado es que en España nunca
existió el caldo necesario para el cultivo de los derechos ciudadanos frente al
Estado; a nadie le importaba saber por qué se interrumpía la libertad de movimiento
de los automovilistas en una calle determinada o si Hacienda vulneraba los
derechos de los individuos saqueando sus cuentas bancarias sin el necesario
amparo judicial; ni, por supuesto, si se respetaba la clásica división de
poderes según Montesquieu. El desahucio injustificado del vecino amedrentado
podía convulsionar, sin embargo, al vecindario.
¿Cuáles han sido los inconvenientes distintos, pero
inconvenientes al fin y al cabo, de ambas culturas? En el caso de todos los
países del mundo, exceptuados los del mundo anglosajón, una cierta falta de
cohesión nacional; han sido más hondas y visibles las diferencias que separaban
a unos de otros que lo que los unía. Los toques de atención sobre lo que separa
a unos de otros ciudadanos son continuos y pueden percibirse fácilmente.
En el mundo anglosajón, en cambio, la prevalencia del
respeto a los derechos individuales provoca que, en ocasiones, se aparquen las
diferencias generadas entre los ciudadanos por el desarrollo económico y social.
La universalización de las prestaciones sociales y su carácter casi gratuito
suelen brillar por su ausencia, dificultando la obtención de objetivos como los
de una mayor justicia social.
Afortunadamente, las dos clases de cultura están viviendo cierto
acercamiento. En Europa empieza a importar el abuso del poder por parte del Estado
y es visible el resquemor popular creado por la corrupción de los estamentos
políticos. En Estados u nidos se puede presenciar, por primera vez, los
intentos por parte de sus gobiernos de ampliar el ámbito de prestaciones, como
las sanitarias, para colmar algunos de los entuertos generados por las
diferencias de clase.
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