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domingo, febrero 22

¿Qué distingue la cultura anglosajona de la nuestra?



(La columna de Eduardo Punset en el XLSemanal del 17 de julio de 2011)

No me digan que no es paradójico que nadie en España mencione nunca la revolución liberal en Gran Bretaña del siglo XVII, dirigida por Cromwell, como el referente de las libertades políticas de las que han disfrutado los ciudadanos europeos durante los últimos siglos. Claro que fue una revolución liberal en el sentido de que sentó las bases del poder ciudadano frente a los abusos del Estado; pero la llamada, con cierta impropiedad, ‘revolución liberal inglesa’ fue la primera revolución realmente social de las impulsadas en Europa; mucho antes de la propia Revolución Francesa, la única de la que solemos acordarnos la mayoría de los españoles. Únicamente se han dado dos culturas diferenciadas en el mundo: la anglosajona y la del resto de los países, incluidos los latinos y excomunistas. En Gran Bretaña y EE.UU., la cultura fue siempre el subproducto de la inteligencia y los esfuerzos por equiparar los derechos individuales de los ciudadanos y los del rey, respectivamente, frente a la denominada common law. Igualdad absoluta de los dos frente a la ley.

Es una cultura nacida de la igualdad reivindicada entre los ciudadanos y el poder y dio lugar, lógicamente, a una legislación orientada sobremanera a evitar los abusos del poder del Estado frente a los derechos inviolables de los ciudadanos. Los movimientos sociales en el resto del mundo, no obstante, fueron el fruto de la irritación provocada por las desigualdades sociales.

Recuerdo perfectamente haber experimentado este sentimiento a mi regreso a España después de más de dos décadas en el mundo anglosajón. Lo que diferenciaba a los españoles de los británicos era su cultura, basada en el primer caso en el rechazo de las desigualdades sociales y diferencias de clases, mientras que en el segundo solo contaba escrutar si el Estado estaba o no invadiendo los derechos de los ciudadanos.

A los españoles les irritaban las diferencias clasistas; a los anglosajones, que el Estado avasallara en lo más mínimo los derechos de los ciudadanos mediante el abuso del poder. El resultado es que en España nunca existió el caldo necesario para el cultivo de los derechos ciudadanos frente al Estado; a nadie le importaba saber por qué se interrumpía la libertad de movimiento de los automovilistas en una calle determinada o si Hacienda vulneraba los derechos de los individuos saqueando sus cuentas bancarias sin el necesario amparo judicial; ni, por supuesto, si se respetaba la clásica división de poderes según Montesquieu. El desahucio injustificado del vecino amedrentado podía convulsionar, sin embargo, al vecindario.

¿Cuáles han sido los inconvenientes distintos, pero inconvenientes al fin y al cabo, de ambas culturas? En el caso de todos los países del mundo, exceptuados los del mundo anglosajón, una cierta falta de cohesión nacional; han sido más hondas y visibles las diferencias que separaban a unos de otros que lo que los unía. Los toques de atención sobre lo que separa a unos de otros ciudadanos son continuos y pueden percibirse fácilmente.

En el mundo anglosajón, en cambio, la prevalencia del respeto a los derechos individuales provoca que, en ocasiones, se aparquen las diferencias generadas entre los ciudadanos por el desarrollo económico y social. La universalización de las prestaciones sociales y su carácter casi gratuito suelen brillar por su ausencia, dificultando la obtención de objetivos como los de una mayor justicia social.

Afortunadamente, las dos clases de cultura están viviendo cierto acercamiento. En Europa empieza a importar el abuso del poder por parte del Estado y es visible el resquemor popular creado por la corrupción de los estamentos políticos. En Estados u nidos se puede presenciar, por primera vez, los intentos por parte de sus gobiernos de ampliar el ámbito de prestaciones, como las sanitarias, para colmar algunos de los entuertos generados por las diferencias de clase.