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jueves, abril 23

Picasso vs Dali: cara a cara



(Un texto de Natalia Farré en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 15 de marzo de 2015)

“Real, irregular y asimétrica”. Así fue, a juicio del historiador Eduard Vallés, la relación que mantuvieron Pablo Picasso y Salvador Dalí. […]. Real porque la admiración que sentía el ampurdanés hacia el malagueño era profunda. Irregular porque hay tantas declaraciones de estima de Dalí por Picasso como episodios totalmente opuestos: ahí está la famosa conferencia Picasso y yo en el Teatro María Guerrero de Madrid, en 1951. Y asimétrica porque cuando se conocen, el autor de La persistencia de la memoria estaba empezando y el creador del Guernica ya era un artista reconocido universalmente. Y porque Dalí, pese a su perseverancia, jamás obtuvo el reconocimiento ni la amistad que buscaba en Picasso.

El primer encuentro entre ambos se produjo el año 1926, cuando Dalí consiguió que Federico García Lorca intercediera ante Manuel Ángeles Ortiz, amigo del poeta y del genio malagueño, para que Picasso lo recibiera en su taller de París. Visita a la que el ampurdanés fue antes de pasar por el Louvre, como le hizo saber a Picasso: “Fue como decirle: ‘Antes del Louvre estás tú. Eres toda la historia del arte en una persona’”, apunta Vallés.

Luego vinieron otros encuentros en los años 30, siempre antes de la guerra civil; la financiación por parte de Picasso del primer viaje que Dalí hizo a EEUU, en 1934; y un montón de correspondencia unidireccional, siempre de Cadaqués hacia París, nunca al revés. De estos encuentros no hay ningún testimonio gráfico y pocas referencias textuales, más allá de los textos de Brassaï. Y poco se sabe de la opinión que le merecía el Dalí artista a Picasso, porque el personaje le hacía gracia.

La guerra civil y el diferente papel que adoptaron ambos frente al conflicto, uno como activista a favor de la república y el otro cercano al régimen, los distanció, si es que en algún momento hubo unión. Fue entonces cuando Dalí empezó sus discursos más duros contra Picasso, que tuvieron su culminación en el Teatro María Guerrero de Madrid: “Picasso es español, yo también. Picasso es un genio, yo también. Picasso tendrá unos 72 y yo unos 48 años. Picasso es conocido en todos los países del mundo, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco”.

“Lo que hizo fue ponerse en el mismo nivel que Picasso, se igualó a él como artista -explica Ricard Mas, estudioso de la obra de Dalí, que apela al componente freudiano de la relación-. Dalí tenía un gran conflicto con su padre y la misma actitud tenía con Picasso, al que él consideraba su padre artístico, un padre al que tenía que vencer”. Pero no todo fueron ataques por esa época. Dalí también fue uno de los grandes defensores de la creación del Museu Picasso de Barcelona, al que donó dos obras, y de los esgrafiados que el malagueño hizo para el Colegio de Arquitectos, en 1962, muy criticados por entonces.

Aunque justo después de la primera visita de Dalí a Picasso hay una serie de obras del primero claramente influenciadas por el segundo -como Mesa delante del mar. Homenaje a Erik Satie (1926) y Aparato y mano (1927)-, en realidad “es muy difícil establecer momentos de uno sobre el otro porque pertenecen a generaciones diferentes; lo que sí que hay son confluencias”, apunta Vallés. La más evidente es el surrealismo. Ambos frecuentaron ese magma artístico, un grupo del que Dalí quería formar parte de forma deliberada porque se estaba posicionando y del que Picasso intentaba no ser abanderado.

El interés de ambos por Velázquez, a quien los dos reinterpretaron; por la guerra civil -Dalí parafraseó el Guernica en Restos de un automóvil dando a luz a un caballo ciego que muerde un teléfono (1938)-, y por los grabados son otras confluencias entre ambos. A este último apartado pertenece la única obra firmada por los dos, pero que en realidad no fue una colaboración ya que no obtuvo la aprobación de Picasso cuando supuestamente Paul Éluard se la mostró.

En 1933, ambos compartían grabador: Lacourière, motivo por el cual el ampurdanés, con la connivencia del poeta francés, tuvo acceso a una de las planchas de las Tres bañistas de Picasso para intervenirla. Un cadáver exquisito, según Dalí, que, no apareció públicamente hasta que Picasso ya no estaba para desautorizarlo.

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