Pensamiento en frío, pensamiento en caliente
(La columna de Carmen Posadas en el XLSemanal del 7 de
diciembre de 2014)
En 1960 a un profesor de la universidad estadounidense de
Stanford se le ocurrió poner a niños y niñas de cinco años ante un difícil
dilema. Les dijo que o bien podían servirse un puñado de chuches ahora o
esperar veinte minutos y recibir el doble. Su propósito era estudiar cómo los
más jóvenes se comportan ante una recompensa retardada, pero lo que acabó
descubriendo, pasados unos años, fue algo mucho más interesante. Sucedió que
sus dos hijas, que habían participado también en la prueba, hicieron un día
repaso de cómo les había ido en la vida a sus antiguos compañeros de
experiencia y así se descubrió que aquellos que mejor situación personal y
laboral tenían en el presente eran los que habían elegido esperar para recibir
su recompensa. Walter Mischel, que así se llama el profesor, elaboró a partir
de estos datos la muy famosa, en los Estados Unidos, teoría del marshmallow experiment, o prueba de las
chuches, destinada a averiguar cómo funciona nuestro cerebro ante ciertas
dificultades y/o carencias.
Explicó entonces que los humanos manejamos dos sistemas de
pensamiento. El «caliente», que es impulsivo, emocional, y el «frío»,
considerado más reflexivo, racional y estratégico. Se asume que pensar en frío
estimula el autocontrol y la fuerza de voluntad, lo que tiene como consecuencia
que quienes lo practican se conducen en la vida de forma muy distinta que los
pensadores en caliente. Sin embargo, estos tienen también sus ventajas. Las
corazonadas, las pasiones, las intuiciones brillantes que se traducen en obras
de arte o en composiciones e ideas visionarias son producto de pensar en
caliente. Mischel señala que, a pesar de que hay personas genéticamente más
inclinadas a pensar en frío y otras más en caliente, el mandato genético es más
maleable de lo que pueda parecer, y ciertos atributos y rasgos de carácter se
modifican a voluntad o según las circunstancias. Para ilustrar esta idea,
Mischel señala como ejemplo el notable incremento que ha experimentado en los
últimos cincuenta años el cociente intelectual de la población en los países
del llamado Primer Mundo. Medio siglo es poco tiempo para que el cambio pueda
atribuirse a la evolución, de modo que tan significativo aumento demuestra que
nuestro cerebro es más plástico de lo que antes se pensaba. Hasta tal punto que
es capaz de modificar la herencia genética recibida. Volviendo al pensamiento
frío o caliente, ahora sabemos que, dependiendo de las exigencias del entorno,
de la voluntad o simplemente de las modas, nos convertimos en uno u otro tipo
de pensadores. Por extensión, puede decirse entonces que hay épocas en las que
reina el pensamiento caliente, como las guerras, las exaltaciones patrióticas,
las grandes gestas y también en los periodos de decadencia, en los que la gente
tiende a vivir el presente como si no hubiera mañana.
En otros momentos de la historia triunfa, en cambio, el
pensamiento en frío, como las posguerras, cuando hay que reconstruir lo que se
ha perdido, sentar las bases para una nueva convivencia, vivir no el presente
sino subsistir con la ilusión del futuro. ¿En qué momento estamos ahora?
Curiosamente en una mezcla de los dos, en la que un mundo parece que se acaba y
otro intenta sin éxito nacer. No se trata de decir qué tipo de pensamiento es
más útil, cada uno tiene su momento. Sin embargo, vale la pena tener en cuenta
otra de las conclusiones del profesor Mischel después de estudiar, al cabo de
dos décadas, cómo les había ido en la vida a los niños que participaron en su
experimento. Comprobó entonces que aquellos que prefirieron esperar veinte
minutos y recibir doble ración de dulces eran ahora más saludables, no
presentaban problemas de sobrepeso, ninguno había caído en el mundo de la droga
-a pesar de que dicha lacra hizo estragos en los jóvenes de su generación- y
eran, en general, más felices. Me pareció tan curioso el estudio del profesor
Mischel que he querido compartirlo con ustedes. ¿Qué tipo de pensadores se
consideran? Yo, por mi parte, creo que me apunto al club de Mae West, corazón
caliente y la cabeza (bien) fría.
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