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domingo, abril 19

Venecia, la ciudad enmascarada



(Un texto de Alicia Arranz en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 15 de febrero de 2015)

Por las noches, y más aún en las de invierno, Venecia es una ciudad fascinante. Fascinante y desangelada. En esas horas oscuras, las sensaciones se acentúan. Son solo unas pocas horas fugaces, en las que cualquiera de sus rincones o de sus canales, puentes, plazoletas, callejones y recovecos se muestran más sugerentes que nunca. Pero si, además, se trata de la noche del sábado de Carnaval, entonces la que se despliega es la Venecia más puramente teatral.

Los escenarios son múltiples y en ellos la magia se materializa simultáneamente. La plaza de San Marcos y sus alrededores, o las terrazas de los restaurantes junto al Puente de Rialto, que de por sí son dos de los puntos más concurridos de la ciudad, funcionan como epicentros del bullicio carnavalesco. En estas áreas se concentra el mayor número de máscaras, aunque lo cierto es que hoy en día no todo el mundo va disfrazado. No es que se haya perdido la tradición, pero sí hay una gran diferencia entre los turistas, fácilmente identificables porque como mucho llevan una máscara comprada al vuelo, sin más, y los venecianos de pro.

“Tampoco hay que agobiarse por esto”, apunta Antonia Sautter, estilista, diseñadora y artífice de Il Ballo del Doge, el baile de máscaras más exclusivo de Venecia. “De los turistas no se espera que logren ataviarse con tanta sofisticación como los propios venecianos, quienes a menudo pasan el año entero diseñando sus trajes y eligiendo los complementos más apropiados, pero sí se agradece que respeten la tradición y hagan lo posible por sumarse a ella, aunque sea de manera muy básica”. En el atelier de Sautter, muy cerca de la plaza de San Marcos, se confeccionan a mano los trajes que vestirán sus invitados y ella misma se encarga de plasmar con todo lujo de detalles las particularidades de las modas de los siglos XVI, XVII y XVIII. De esta época data el atuendo “básico” al que se refiere la estilista.

El disfraz veneciano por antonomasia tiene nombre propio: la maschera nobile. Está compuesto por el tabarro (la capa negra de seda), la bauta (máscara blanca o negra, de cuero o más frecuentemente de cartón piedra) y el tricornio de fieltro. Los nobles del siglo XVII se lo enfundaban para ocultar su identidad y disfrutar sin cortapisas del irresistible placer de mezclarse con el pueblo. O dicho en otras palabras: para sumarse al desenfreno y la algarabía como si la vida estuviese a punto de evaporarse, que es, en definitiva, la auténtica razón de ser del Carnaval.

Durante estos días, el bullicio y la masificación de Venecia pueden, efectivamente, marear al visitante. El programa oficial de actos y actividades está tan repleto que llega a aturdir hasta al viajero más acostumbrado a filtrar planes para configurar una agenda sensata. Y la ciudad, ya cara de por sí, dispara sus precios de forma exorbitante. Así pues, no faltan quienes, aun prendados de Venecia, abominan del Carnaval. Es el caso del escritor francés Phillipe Sollers. “No hay nada más falso, paródico y gesticulante que el carnaval moderno”, dice Sollers en su Diccionario enamorado de Venecia. “Ruido, fealdad, exageración, máscaras superpuestas sobre otras máscaras, contorsiones para la cámara. Amo Venecia, no su caricatura”. Es probable que Sollers, atrapado por las sombras de la fiesta, hable de su perfil más felliniano (véase su Casanova, de 1976), una visión que fusiona barroquismo, fascinación y pesadilla. Depende del estado de ánimo horrorizarse o gozar, por ejemplo, con los personajes de la Commedia dell’arte que toman la ciudad. Pasean por calles y plazas, interactuando gustosamente con el público, son accesibles y se deleitan posando. A Arlequín, Pantaleón, Colombina y Pierrot se les ve con frecuencia caminando solos, en pareja o formando parte de un grupo más amplio, pero siempre, y este es un rasgo distintivo, van en silencio, lo cual añade todavía más misterio a sus intrigantes representaciones.

Si decide no intelectualizar la parranda y, simplemente, unirse a ella y disfrutar, conviene que haga un par de visitas para equiparse bien. Los puntos de venta de máscaras y capas de seda se cuentan por docenas. La ciudad está atestada de tenderetes y tiendas de suvenires. Para conseguir algo más auténtico, Ca’Macanà (www.camacana.com) es un clásico en el que se puede adquirir una máscara artesanal con el sello Confezionato in Italia y a un precio más o menos razonable. Tragicomica (www.tragicomica.it) o Papier Maché (www.papiermache.it) son también interesantes y añaden más variedad todavía.

Los artesanos venecianos acumulan siglos de experiencia y prestigio en todas sus creaciones, pero es en los trajes y complementos carnavalescos donde muestran su mayor pericia. Durante los días previos al Carnevale, las bottegas y los ateliers, como el de Antonia Sautter o la boutique que también tiene en la calle Frezzeria son un hervidero de gente en busca de los elementos que darán el toque maestro al atuendo más sofisticado del año.

Si está invitado a uno de los lujosos bailes privados, debe subir un poco el nivel y visitar a la ya citada Antonia Sautter o el Atelier Pietro Longhi (www.pietrolonghi.com), donde se alquilan y se venden vestidos que nos trasladan de golpe a la época del barroco. Conviene, por supuesto, reservarlos con antelación. También en Banco Lotto N°10 (www.ilcerchiovenezia.it) se encuentra una excelente selección de trajes que, en este caso, están elaborados por mujeres presas de la cárcel de Venecia. De este modo, además de entender el Carnaval como fenómeno artístico, lo hará desde su vertiente social y política, que la tiene. La historia del Carnaval es compleja y no se limita a una celebración del placer y la desmesura.

Su origen se remonta a la victoria de la Serenissima Repubblica sobre el Patriarcado de Aquilea, en el siglo XII. Aquel triunfo hizo que el pueblo se congregara en la plaza de San Marcos para celebrarlo. Con el Renacimiento llegó la oficialidad, y se convirtió en una fiesta para enaltecer la grandeza veneciana cara al mundo. En el XVIII ya era una festividad reconocida a la que acudían puntualmente aristócratas y visitantes de todas partes atraídos por la permisividad que reinaba en la ciudad durante esos días. El Carnaval funcionaba como una forma de dar rienda suelta a las pulsiones sometidas durante el resto del año en una sociedad particularmente rígida y segmentada. Así, esas jornadas en las que todo estaba permitido servían también para que las clases más humildes creyesen que podían equipararse con la oligarquía, aunque fuese de forma efímera y siempre detrás de una máscara. Con ello se pretendía desalentar las revueltas, relajar las tensiones sociales y mantener el orden. Mantenerlo y perpetuarlo, claro.

Los avatares históricos influyeron en la evolución de la fiesta. En 1797, bajo dominio austriaco, una norma prohibió el uso de las máscaras. Durante el siglo XIX hubo algunos intentos de recuperar el carnaval tal y como era, pero el éxito fue escaso y casi siempre ligado a bailes privados. Para ello habría que esperar hasta 1979, fecha en la que logró reaparecer y consolidarse, dando inicio a su versión actual. Hoy sigue conservando gran parte de su esencia original y continúa siendo una fiesta masiva a la que todo el mundo está invitado. Hay quien solo participa en los desfiles y concursos públicos que toman las calles. Otros, en cambio, prefieren reservarse para las fiestas privadas que tienen lugar en diversos palacios o en localizaciones como el mítico Teatro de la Fenice. Así pues, rico o pobre, hay un Carnevale para usted.

‘IL BALLO DEL DOGE’ Así se llama el baile de máscaras más exclusivo de la ciudad. La cita es la noche del sábado de Carnaval en el majestuoso palazzo Pisani Moretta, una joya del siglo XV que mira de frente al Gran Canal, con lo que los invitados, entre los que se cuentan decenas de celebrities y personalidades de todos los ámbitos y nacionalidades, hacen su entrada triunfal, irreconocibles bajo suntuosos trajes de época, llegando en góndolas o en aqua-taxis. Considerada como una de las experiencias más exclusivas del mundo, la velada transcurre entre un cóctel y una cena de gala amenizada con actuaciones y performances constantes de acróbatas, bailarines y músicos hasta el amanecer. Antonia Sautter, la emblemática anfitriona y creadora de los trajes que lucen los invitados, se reserva además el derecho de admisión, con lo que no es suficiente pagar los 800 que cuesta la entrada (sin cena), sino que ella misma es quien decide quién puede asistir y quién no. www.ilballodeldoge.com

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