El martirio del capitán Dreyfus
(Un texto de Luis Reyes en la
revista Tiempo del 22 de octubre de 2010)
PARÍS, 15 DE OCTUBRE DE 1894 - Es detenido un oficial judío,
falsamente acusado de vender secretos al enemigo.
El caso tiene un principio de folletín barato. La señora de
la limpieza de la embajada alemana en París es agente del contraespionaje
francés. Su misión: recoger lo que tira a la papelera el agregado militar,
coronel von Schwartzkoppen.
A primeros de octubre de 1894 este pintoresco sistema da
fruto; la fregona consigue un folio roto en seis pedazos. Ese papel va a entrar
en la Historia con nombre propio, le Bordereau (albarán, en francés), porque
parece en efecto una lista de productos que se entregan al comprador. La
peculiaridad es que los productos son informaciones secretas sobre la
artillería francesa.
Hay que decir que desde la vergonzosa derrota francesa en la
guerra franco-prusiana de 1870, Alemania es el archienemigo. Los militares
galos se han adjudicado una misión sagrada: la revancha, preparar a su ejército
para derrotar al imperio alemán y recuperar Alsacia y Lorena. Descubrir que
alguno de los suyos vende secretos a Berlín provoca, por tanto, un estado de
shock en el Ministerio de la Guerra. Sólo una pérdida traumática de la razón
explica las estupideces que van a hacer los militares franceses.
La piedra angular del gigantesco problema nacional, casi una
guerra civil, que van a crear los militares con su incuria, es encargarle la
investigación al más idiota de todos. El único mérito que presenta el
comandante Paty de Clam es su noble apellido, que dice remontarse al tiempo de
los Capetos. Pero el ejército francés en esa época está dominado por una casta
militar aristocrática, clerical y ultrarreaccionaria, que disimula apenas su
antirrepublicanismo y su nostalgia de la monarquía.
Esos mismos prejuicios que llevan a los jefes del Estado
Mayor a confiar en Paty de Clam, sirven para encontrar rápidamente un
sospechoso. Se trata del capitán Alfred Dreyfus, el único oficial judío del
Ministerio de la Guerra. Esto le condena irremisiblemente, dado el
antisemitismo reinante en el estamento militar. Encima es de Artillería –los
secretos vendidos eran sobre Artillería-, es un intelectual, habla alemán y
tiene familia en Alemania -en realidad en Alsacia, el territorio francés bajo
dominio alemán-.
La trampa.
El 15 de octubre le tienden la trampa a Dreyfus. Paty de
Clam lo llama a su despacho y le dicta unas notas. Luego compara lo que ha
escrito con le Bordereau. Paty no es experto, pero encuentra parecidas las
letras y manda detener al judío. Así empieza el martirio del capitán Dreyfus.
Con los años, ese martirio de una persona se convertirá en el affaire Dreyfus
(caso Dreyfus), que provocará la ruptura de Francia en dos mitades
irreconciliables durante medio siglo.
Ciertamente todo podría haberse evitado si el capitán
Dreyfus fuese un caballero, porque Paty de Clam le ofrece una pistola para que
se suicide. En vez de eso, se empecina en proclamar su inocencia. En vista de
eso le somete a una auténtica tortura psicológica (véase recuadro).
La segunda fase del martirio es obra del comandante Hubert
Henry, del Servicio de Estadística (contraespionaje militar), que filtra el
caso a La Libre Parole, un periodicucho cuya única razón de existir es el
antisemitismo. Adiós a la pretensión del Ministerio de resolver el asunto de
forma discreta. El nombre de Alfred Dreyfus comienza a ser arrastrado por el
fango.
Por si fuera poco el antisemitismo de los militares, el
veneno racista de La Libre Parole incendia a la opinión pública más
reaccionaria, y da respaldo “público” a lo que va a hacer el consejo de guerra.
Se trata de una farsa de juicio. El comandante Henry actúa de acusador y no
aporta ni una sola prueba, porque dice que las pruebas son secreto militar. El
general Mercier, ministro de la Guerra, presenta asimismo un informe
acusatorio, pero el abogado defensor no lo puede refutar porque también es
secreto, y no se lo dejan ver. Lo único que se muestra ante el consejo de
guerra son los encendidos ademanes del comandante Henry, que truena: “¡He ahí
al culpable!”.
Con esos mimbres, en cuatro días el consejo de guerra decide
su sentencia. Cadena perpetua a trabajos forzados en la Isla del Diablo, un
penal de la Guayana Francesa tan infernal como su nombre, donde ningún preso
sobrevive mucho tiempo a las enfermedades tropicales y el maltrato.
Falta un adorno, una vuelta de tuerca más al martirio: la
humillación ejemplar. El 5 de enero de 1895 tiene lugar un auto de fe moderno,
la degradación pública del capitán Dreyfus: ante la tropa formada le arrancan
las insignias, le rompen el sable. Listo para la Isla del Diablo.
Contraofensiva civil.
Si fuera un caballero, el capitán Dreyfus se habría muerto
enseguida en aquel lugar olvidado de Dios, pero se aferra a la vida con la
misma determinación con que se negó a suicidarse. Y poco a poco en Francia va
surgiendo una opinión contraria al atropello, que irá creciendo como una bola
de nieve. Hay militares lo bastante inteligentes y honestos como para darse
cuenta del tremendo error, aunque son muy minoritarios. Uno de ellos es el
teniente coronel Picquart, nuevo jefe del servicio de inteligencia, que
investiga seriamente y descubre al auténtico autor de le Bordereau, un capitán
aristócrata y calavera llamado Esterhazy.
El estamento militar, sin embargo, decide mantenella y no
enmendalla. Le forman consejo de guerra a Esterhazy, pero lo absuelven,
mientras que a Picquart lo arrestan. Será la sociedad civil quien tenga que
restablecer la justicia, y lo hará con gran energía. El mejor político de
Francia, el jefe del radicalismo republicano, Georges Clemenceau, ha tenido que
apartarse momentáneamente de la política por culpa de un escándalo de
corrupción, y funda un periódico para tener una tribuna pública, L’Aurore. Es
ahí donde aparece, el 13 de enero de 1898, la primera página más famosa de la
historia del periodismo, el Yo acuso de Zola.
Este alegato pone los puntos sobre las íes, desgrana para la
opinión pública toda la verdad sobre el affaire Dreyfus, con nombres y
apellidos. Zola tiene que exilarse a Inglaterra por la persecución de los
militares, pero consigue que media Francia se haga dreyfussard militante. En
1899 llega a la presidencia de la República un republicano radical, Émile Loubet,
que desde el poder político toma cartas en el asunto.
El Tribunal Supremo anula el consejo de guerra contra
Dreyfus y obliga a repetirlo. Pero la actitud de los militares será “la
abominación de la desolación”. ¡Vuelven a declarar culpable a Dreyfus! Paralelamente
hay un intento de golpe de Estado de los antidreyfussards, pero el Gobierno
responde haciendo redadas entre los elementos de extrema derecha y aborta la
intentona.
El presidente Loubet indulta a Dreyfus y purga el estamento
militar. La extrema derecha francesa sale tan malparada que la Asamblea
Nacional aprueba una batería de leyes progresistas que configuran el perfil
moderno de la República Francesa. En 1906 el Tribunal Supremo, con todas sus
salas reunidas en plenario, falla que la sentencia del consejo de guerra contra
Dreyfus fue injusta, y al día siguiente la Asamblea Nacional dicta una ley
reintegrando en el ejército a Alfred Dreyfus con el grado de comandante.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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