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jueves, mayo 14

El martirio del capitán Dreyfus



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 22 de octubre de 2010)

PARÍS, 15 DE OCTUBRE DE 1894 - Es detenido un oficial judío, falsamente acusado de vender secretos al enemigo.

El caso tiene un principio de folletín barato. La señora de la limpieza de la embajada alemana en París es agente del contraespionaje francés. Su misión: recoger lo que tira a la papelera el agregado militar, coronel von Schwartzkoppen.

A primeros de octubre de 1894 este pintoresco sistema da fruto; la fregona consigue un folio roto en seis pedazos. Ese papel va a entrar en la Historia con nombre propio, le Bordereau (albarán, en francés), porque parece en efecto una lista de productos que se entregan al comprador. La peculiaridad es que los productos son informaciones secretas sobre la artillería francesa.

Hay que decir que desde la vergonzosa derrota francesa en la guerra franco-prusiana de 1870, Alemania es el archienemigo. Los militares galos se han adjudicado una misión sagrada: la revancha, preparar a su ejército para derrotar al imperio alemán y recuperar Alsacia y Lorena. Descubrir que alguno de los suyos vende secretos a Berlín provoca, por tanto, un estado de shock en el Ministerio de la Guerra. Sólo una pérdida traumática de la razón explica las estupideces que van a hacer los militares franceses.

La piedra angular del gigantesco problema nacional, casi una guerra civil, que van a crear los militares con su incuria, es encargarle la investigación al más idiota de todos. El único mérito que presenta el comandante Paty de Clam es su noble apellido, que dice remontarse al tiempo de los Capetos. Pero el ejército francés en esa época está dominado por una casta militar aristocrática, clerical y ultrarreaccionaria, que disimula apenas su antirrepublicanismo y su nostalgia de la monarquía.

Esos mismos prejuicios que llevan a los jefes del Estado Mayor a confiar en Paty de Clam, sirven para encontrar rápidamente un sospechoso. Se trata del capitán Alfred Dreyfus, el único oficial judío del Ministerio de la Guerra. Esto le condena irremisiblemente, dado el antisemitismo reinante en el estamento militar. Encima es de Artillería –los secretos vendidos eran sobre Artillería-, es un intelectual, habla alemán y tiene familia en Alemania -en realidad en Alsacia, el territorio francés bajo dominio alemán-.
La trampa.

El 15 de octubre le tienden la trampa a Dreyfus. Paty de Clam lo llama a su despacho y le dicta unas notas. Luego compara lo que ha escrito con le Bordereau. Paty no es experto, pero encuentra parecidas las letras y manda detener al judío. Así empieza el martirio del capitán Dreyfus. Con los años, ese martirio de una persona se convertirá en el affaire Dreyfus (caso Dreyfus), que provocará la ruptura de Francia en dos mitades irreconciliables durante medio siglo.

Ciertamente todo podría haberse evitado si el capitán Dreyfus fuese un caballero, porque Paty de Clam le ofrece una pistola para que se suicide. En vez de eso, se empecina en proclamar su inocencia. En vista de eso le somete a una auténtica tortura psicológica (véase recuadro).

La segunda fase del martirio es obra del comandante Hubert Henry, del Servicio de Estadística (contraespionaje militar), que filtra el caso a La Libre Parole, un periodicucho cuya única razón de existir es el antisemitismo. Adiós a la pretensión del Ministerio de resolver el asunto de forma discreta. El nombre de Alfred Dreyfus comienza a ser arrastrado por el fango.

Por si fuera poco el antisemitismo de los militares, el veneno racista de La Libre Parole incendia a la opinión pública más reaccionaria, y da respaldo “público” a lo que va a hacer el consejo de guerra. Se trata de una farsa de juicio. El comandante Henry actúa de acusador y no aporta ni una sola prueba, porque dice que las pruebas son secreto militar. El general Mercier, ministro de la Guerra, presenta asimismo un informe acusatorio, pero el abogado defensor no lo puede refutar porque también es secreto, y no se lo dejan ver. Lo único que se muestra ante el consejo de guerra son los encendidos ademanes del comandante Henry, que truena: “¡He ahí al culpable!”.

Con esos mimbres, en cuatro días el consejo de guerra decide su sentencia. Cadena perpetua a trabajos forzados en la Isla del Diablo, un penal de la Guayana Francesa tan infernal como su nombre, donde ningún preso sobrevive mucho tiempo a las enfermedades tropicales y el maltrato.
Falta un adorno, una vuelta de tuerca más al martirio: la humillación ejemplar. El 5 de enero de 1895 tiene lugar un auto de fe moderno, la degradación pública del capitán Dreyfus: ante la tropa formada le arrancan las insignias, le rompen el sable. Listo para la Isla del Diablo.

Contraofensiva civil.

Si fuera un caballero, el capitán Dreyfus se habría muerto enseguida en aquel lugar olvidado de Dios, pero se aferra a la vida con la misma determinación con que se negó a suicidarse. Y poco a poco en Francia va surgiendo una opinión contraria al atropello, que irá creciendo como una bola de nieve. Hay militares lo bastante inteligentes y honestos como para darse cuenta del tremendo error, aunque son muy minoritarios. Uno de ellos es el teniente coronel Picquart, nuevo jefe del servicio de inteligencia, que investiga seriamente y descubre al auténtico autor de le Bordereau, un capitán aristócrata y calavera llamado Esterhazy.

El estamento militar, sin embargo, decide mantenella y no enmendalla. Le forman consejo de guerra a Esterhazy, pero lo absuelven, mientras que a Picquart lo arrestan. Será la sociedad civil quien tenga que restablecer la justicia, y lo hará con gran energía. El mejor político de Francia, el jefe del radicalismo republicano, Georges Clemenceau, ha tenido que apartarse momentáneamente de la política por culpa de un escándalo de corrupción, y funda un periódico para tener una tribuna pública, L’Aurore. Es ahí donde aparece, el 13 de enero de 1898, la primera página más famosa de la historia del periodismo, el Yo acuso de Zola.

Este alegato pone los puntos sobre las íes, desgrana para la opinión pública toda la verdad sobre el affaire Dreyfus, con nombres y apellidos. Zola tiene que exilarse a Inglaterra por la persecución de los militares, pero consigue que media Francia se haga dreyfussard militante. En 1899 llega a la presidencia de la República un republicano radical, Émile Loubet, que desde el poder político toma cartas en el asunto.

El Tribunal Supremo anula el consejo de guerra contra Dreyfus y obliga a repetirlo. Pero la actitud de los militares será “la abominación de la desolación”. ¡Vuelven a declarar culpable a Dreyfus! Paralelamente hay un intento de golpe de Estado de los antidreyfussards, pero el Gobierno responde haciendo redadas entre los elementos de extrema derecha y aborta la intentona.

El presidente Loubet indulta a Dreyfus y purga el estamento militar. La extrema derecha francesa sale tan malparada que la Asamblea Nacional aprueba una batería de leyes progresistas que configuran el perfil moderno de la República Francesa. En 1906 el Tribunal Supremo, con todas sus salas reunidas en plenario, falla que la sentencia del consejo de guerra contra Dreyfus fue injusta, y al día siguiente la Asamblea Nacional dicta una ley reintegrando en el ejército a Alfred Dreyfus con el grado de comandante.

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