Pintura: en busca del color perfecto
(Un texto de Suzana Mihalic en el XLSemanal del 22 de junio
de 2014)
Desde la Antigüedad, los pintores han tratado por todos los
medios de fabricar tintes con los que reproducir la maravilla cromática de la
naturaleza.
Los científicos lo
tienen claro. Pese a la riqueza cromática que percibimos a nuestro alrededor,
no existe ningún color en la naturaleza. Solo existe radiación electromagnética
que se propaga a través del espacio. Esta radiación se manifiesta de diversos
modos: como luz visible, rayos X, rayos gamma o calor radiado. Lo que llamamos
‘color’ es una percepción visual que se genera en nuestro cerebro cuando este
interpreta las señales nerviosas que recibe de la retina de nuestros ojos. Los
fotorreceptores de la retina interpretan la luz que reflejan los objetos; es
decir, la que no pueden absorber. La diversidad de colores que vemos depende,
en consecuencia, del material con que los objetos estén hechos y de la
temperatura que tengan.
El misterio de los
colores ha inquietado a la humanidad desde siempre. Aristóteles situaba el
origen de los colores en la mezcla de la luz solar con los cuatro elementos. El
fuego, la tierra, el agua y el aire. Otros científicos aventuraron tesis
similares hasta que Isaac Newton observó, en 1995, que al pasar un haz de luz
por un prisma de cristal este se descomponía en colores puros, los mismos del
arcoíris, y defendió que el modelo adecuado para explicar la percepción del
color era un círculo. Nacía el ‘círculo cromático de Newton’. Hallazgo clave
para la ciencia y para el arte.
Quizá para quienes más
dolores de cabeza han supuesto los colores sea para los pintores. Los artistas
llevan milenios, desde la Prehistoria, intentando replicar los colores que
‘emite’ la naturaleza. […] Analiza los pigmentos con los que a lo largo de la
historia se buscó conseguir tonos verdaderos y repasa también obras y autores
que fueron claves en el desarrollo del color en el arte. Uno de ellos fue
Tiziano. Ya en el siglo XV, el veneciano apostó por el ‘colorito’ frente a la
escuela florentina, que defendía el ‘disegno’. El color hasta entonces se
consideraba decorativo, pero Tiziano lo reivindica como parte esencial de la
pintura.
Siglos después, a
principios del XIX, Turner marca otro giro en el tratamiento del color al proclamar:
«El color es luz». Sus paisajes logran una luminosidad sin precedentes y al
final se centra tanto en la luz pura que anticipa el arte abstracto. Paul
Gauguin y Henri Matisse serían también radicales en el uso del color. Matisse
está considerado el mejor colorista del siglo XX. La combinación de la ‘fuerza’
de los colores, según él mismo decía, los convertía en «coros cromáticos», en
arte. Gauguin tenía como lema «todo debe ser sacrificado al color», y dejó una
reflexión: «El color, siendo en sí mismo enigmático en las sensaciones que nos
produce, hace que solo pueda ser empleado enigmáticamente. El artista se sirve
de los colores no para dibujar, sino para provocar sensaciones, las que emanan
de su propia naturaleza, de su misteriosa fuerza interior».
Púrpura: el color de la realeza
Ha sido siempre el
color de la nobleza. Como era difícil de obtener, las telas púrpuras eran muy
costosas y su uso estaba restringido a los ricos. Los romanos lograron imitarlo
extrayendo un carísimo tinte de la mucosidad de un caracol marino, llamado
‘púrpura’, que le dio el nombre al color. Otra forma de obtenerlo era usando
una piedra semipreciosa, la fluorita, pero la mayoría de los pintores se
limitaban a mezclar pigmentos rojos y azules. En 1856, el químico británico
William Perkin descubrió por casualidad un tinte púrpura puro, el mauveine. Lo
patentó y revolucionó la moda. La reina Victoria vistió a toda su familia en
púrpura y creó tendencia.
Rojo: un clásico desde la prehistoria
El rojo es el color
que se ha encontrado más frecuentemente en las pinturas rupestres, lo cual hace
suponer que -junto con el negro, el amarillo y el blanco- fue uno de los
primeros pigmentos utilizados por el hombre. El rojo es el color de la sangre,
la pasión, el peligro, de los reyes, los cardenales y la revolución. Uno de los
primeros pigmentos rojos es el bermellón, que se preparaba a partir del mineral
de cinabrio. Fue uno de los favoritos de los romanos. Los tintes rojos también
se extraen de insectos y plantas. Especialmente conocido es el extraído de la
cochinilla de las encinas Kermes vermilio,
que aún hoy se usa para producir pintalabios o colorantes de alimentos. Desde
la Edad Media, estos tintes mezclados con aceite o huevo han sido muy
explotados por los pintores, porque producen un rojo muy intenso pero con
efecto translúcido.
Oro y plata: solo para
millonarios
El oro y la plata no
están incluidos en el espectro cromático. Sin embargo, han desempeñado un papel
clave en el arte. Obviamente, el oro -un material precioso- se usaba para
enriquecer y dar dignidad a las imágenes. Pero dado su coste, debía utilizarse
en cantidades mínimas. Se aplicaba situando sobre el lienzo una hoja muy fina
del metal, el llamado ‘pan de oro’. Pero aplicar esa pintura de oro era tan
caro que Botticelli, uno de los pintores que la usaba de forma habitual, exigía
a los clientes que se comprometieran por escrito a un precio previo. La plata
solía usarse para alternar con el oro, pero se deslustraba rápidamente hacia el
marrón, por lo que hoy es difícilmente apreciable en muchas obras. Hacia
finales del siglo XV se comenzó a usar pintura para representar el oro y la
plata; y se abandonó el uso de los metales preciosos.
Verde: de natural, nada
El mundo rebosa de
vegetación, pero muy pocos materiales naturales dan un pigmento verde a la
pintura. La palabra ‘verde’, por cierto, deriva del latín viridis, que significa ‘vigoroso’, ‘joven’. Una de las fuentes más
antiguas de verde es el cardenillo, una pátina venenosa que aparece sobre la
superficie de cobre y bronce. Otra era un tipo de arcilla -la ‘tierra verde’-
que ofrecía una amplia gama de verdes. En el Renacimiento fue usada como base
para el color carne; de allí que muchos rostros pintados entonces tengan un
tono verdoso.
Amarillo: un toque tóxico
El uso del ocre se
remonta a la Prehistoria, pero es en el Renacimiento cuando los pigmentos
amarillo brillante y naranja empezaron a popularizarse. Se obtuvieron al
exponer el plomo y el antimonio a altas temperaturas. Salvo el amarillo ocre,
todos los pigmentos de este color eran tóxicos, sobre todo uno de los primeros
naranjas, el realgar, que contenía sulfuro de arsénico. Se usó mucho en Egipto
y Mesopotamia y, pese a su peligro, también en las pinturas de Tiziano y sus contemporáneos.
Y, más tarde, en la pintura de flores en Holanda.
Azul: el oro de ultramar
En el pasado, el azul
era un color precioso, más caro incluso que el oro. El más puro era el
ultramarino, extraído del lapislázuli. Su nombre -‘más allá del mar’- refleja las
dificultades de importarlo, en su mayor parte desde Afganistán. A principios
del XVIII, un hallazgo revolucionó la paleta: el pigmento azul de Prusia, que
se podía fabricar al por mayor. Pero la calidad del ultramarino siguió siendo
inalcanzable. Finalmente, en 1804, se creó el cobalto sintético azul y, poco
después, una forma artificial del ultramarino, que puso un color único al
alcance de cualquier pintor.
Etiquetas: Pintura y otras bellas artes
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