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jueves, abril 14

Isidoro de Antillón y su condado



(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 26 de octubre de 2014)

En el blanco pueblo granadino de Deifontes, que se muestra rodeado de preciosos olivares, está el palacio (así le dicen allí casi todos) de los marqueses de Antillón. Edificio llamativo, de discutible belleza y tamaño modesto (unos veinte por doce o catorce metros), con cuatro esquinas torreadas. Fue construido en el siglo XIX para casa de verano de unos aristócratas granadinos. Ahora es la aseada sede del consistorio y domina un agradable parquecillo arbolado.

Recuerdo desvaído de Antillón
A un viajero aragonés ese nombre suena raro, porque no hay marqueses de Antillón. Sí hay condes de Antillón, descendientes del turolense Isidoro de Antillón, uno de los hombres de más mérito de nuestro siglo XIX, sobre cuya vida podría construirse una buena novela. Yendo directamente al final, ya es anómalo que, existiendo el condado de Antillón por causa de sus méritos patrióticos, no se creara sino después de su muerte, que fue amarga. O sea, que Antillón no fue nunca conde de su condado.

Una boda es la causa de que al edificio lo llamen en el lugar 'palacio de los marqueses de Antillón'. Las tierras y casas de Deifontes pertenecieron a comienzos del siglo XVII a la poderosa abadía del Sacromonte, en la que residía su Real, Insigne y Pontificio Colegio, de gran solera, cuyo nombre aún conservó una institución docente de Granada cerrada en 1976.

En 1855, el ministro pamplonés Pascual Madoz, hombre sorprendente y de grande y variada actividad, decretó la venta forzosa en toda España de los bienes raíces en poder de «manos muertas», esto es, de propietarios que por norma no podían vender sus fincas. Madoz la armó buena con aquella 'desamortización', además de hacer pingües negocios (cómo no, mediante una inmobiliaria).

Las fincas del Sacromonte en Deifontes las compró la condesa de Antillón. Su hija y heredera casó con el marqués de Casa blanca y ahí, es de imaginar, vino el híbrido popular de 'marqueses de Antillón', porque ella era marquesa de Casablanca por su boda y condesa de Antillón por su madre.

En tiempos de Franco, que hizo el usual embalse en las cercanías, los deifonteros compraron todo aquello, en plan comunal, y desde entonces les pertenece.

Antillón hecho condado
Isidoro de Antillón y Marzo, sabio, valeroso y abnegado, fue un liberal honorable, un aragonés ejerciente y un geógrafo brillante. Ni aun moribundo logró la paz: la terca y temible inquina de Fernando VII -dispuesto a acabar con él, en vez de dejarlo morir cuando ya estaba muy gravemente enfermo y había sufrido un atentado- lo puso en viaje forzoso para ser juzgado. Murió por el camino en 1814 […], acaso para no dar gusto al traicionero soberano, que fue sañudo con él y lo puso el quinto en una lista de cincuenta españoles merecedores de su insaciable venganza.

Eso no fue todo: en 1823, sus enemigos políticos violaron su tumba para aventar sus polvorientos huesos. Esta parte truculenta es lo único que muchos conocen del personaje. Quién desee saber más, puede descargar de internet un texto de Carlos Forcadell, disponible gratuitamente en el portal de la Institución 'Fernando el Católico'.

En una de las feroces tronadas hispanas del XIX, cuando en el Madrid de Isabel II gobernaba férreamente Narváez, se decidió honrar la memoria del esforzado Antillón otorgando a su viuda, la pontevedresa María Josefa de Piles y Rubín de Celis Hevia y Pariente, el título de condesa de Antillón. Eso fue en 1849. Meses antes se le había otorgado el de vizcondesa de San Isidoro, galardón que quedó anulado con este condado. El título no, pero el apellido Antillón se perdió pronto, al heredar una hija única, Carmen, a la primera condesa. Carmen Antillón casó con un Pérez de Herrasti y tal sigue siendo hoy el apellido de los actuales tenedores del condado, que son granadinos.

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