Isidoro de Antillón y su condado
(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 26
de octubre de 2014)
En el blanco pueblo granadino de Deifontes, que se muestra
rodeado de preciosos olivares, está el palacio (así le dicen allí casi todos)
de los marqueses de Antillón. Edificio llamativo, de discutible belleza y tamaño
modesto (unos veinte por doce o catorce metros), con cuatro esquinas torreadas.
Fue construido en el siglo XIX para casa de verano de unos aristócratas
granadinos. Ahora es la aseada sede del consistorio y domina un agradable
parquecillo arbolado.
Recuerdo desvaído de
Antillón
A un viajero aragonés ese nombre suena raro, porque no hay
marqueses de Antillón. Sí hay condes de Antillón, descendientes del turolense
Isidoro de Antillón, uno de los hombres de más mérito de nuestro siglo XIX,
sobre cuya vida podría construirse una buena novela. Yendo directamente al final,
ya es anómalo que, existiendo el condado de Antillón por causa de sus méritos
patrióticos, no se creara sino después de su muerte, que fue amarga. O sea, que
Antillón no fue nunca conde de su condado.
Una boda es la causa de que al edificio lo llamen en el
lugar 'palacio de los marqueses de Antillón'. Las tierras y casas de Deifontes
pertenecieron a comienzos del siglo XVII a la poderosa abadía del Sacromonte,
en la que residía su Real, Insigne y Pontificio Colegio, de gran solera, cuyo nombre
aún conservó una institución docente de Granada cerrada en 1976.
En 1855, el ministro pamplonés Pascual Madoz, hombre
sorprendente y de grande y variada actividad, decretó la venta forzosa en toda
España de los bienes raíces en poder de «manos muertas», esto es, de
propietarios que por norma no podían vender sus fincas. Madoz la armó buena con
aquella 'desamortización', además de hacer pingües negocios (cómo no, mediante
una inmobiliaria).
Las fincas del Sacromonte en Deifontes las compró la condesa
de Antillón. Su hija y heredera casó con el marqués de Casa blanca y ahí, es de
imaginar, vino el híbrido popular de 'marqueses de Antillón', porque ella era
marquesa de Casablanca por su boda y condesa de Antillón por su madre.
En tiempos de Franco, que hizo el usual embalse en las
cercanías, los deifonteros compraron todo aquello, en plan comunal, y desde
entonces les pertenece.
Antillón hecho
condado
Isidoro de Antillón y Marzo, sabio, valeroso y abnegado, fue
un liberal honorable, un aragonés ejerciente y un geógrafo brillante. Ni aun
moribundo logró la paz: la terca y temible inquina de Fernando VII -dispuesto a
acabar con él, en vez de dejarlo morir cuando ya estaba muy gravemente enfermo
y había sufrido un atentado- lo puso en viaje forzoso para ser juzgado. Murió por
el camino en 1814 […], acaso para no dar gusto al traicionero soberano, que fue
sañudo con él y lo puso el quinto en una lista de cincuenta españoles
merecedores de su insaciable venganza.
Eso no fue todo: en 1823, sus enemigos políticos violaron su
tumba para aventar sus polvorientos huesos. Esta parte truculenta es lo único
que muchos conocen del personaje. Quién desee saber más, puede descargar de
internet un texto de Carlos Forcadell, disponible gratuitamente en el portal de
la Institución 'Fernando el Católico'.
En una de las feroces tronadas hispanas del XIX, cuando en
el Madrid de Isabel II gobernaba férreamente Narváez, se decidió honrar la
memoria del esforzado Antillón otorgando a su viuda, la pontevedresa María
Josefa de Piles y Rubín de Celis Hevia y Pariente, el título de condesa de
Antillón. Eso fue en 1849. Meses antes se le había otorgado el de vizcondesa de
San Isidoro, galardón que quedó anulado con este condado. El título no, pero el
apellido Antillón se perdió pronto, al heredar una hija única, Carmen, a la
primera condesa. Carmen Antillón casó con un Pérez de Herrasti y tal sigue
siendo hoy el apellido de los actuales tenedores del condado, que son
granadinos.
[…]
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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