Los inocentes y el tiempo
(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón
del 28 de diciembre de 2014)
Que el rey Herodes fue cruel y despiadado nadie lo discute,
los antiguos ya inventariaron algunas de sus atrocidades. Encaja en lo
verosímil que ordenara matar a todos los infantes de Belén y sus alrededores
que tuviesen menos de dos años, en un intento de eliminar al Niño Jesús. La
leyenda solo la recoge el evangelista Mateo, por lo que no son pocos los
estudiosos que prefieren realizar una lectura simbólica del pasaje. En todo
caso, en tiempos muy tempranos de la Edad Media, allá por el siglo IV; los
Santos Inocentes ya se conmemoraban. Lo de fijar su día el 28 de diciembre
tardó bastante más, sin que pueda asegurarse el porqué de la elección.
La jornada tuvo mucho de maldita para la mentalidad
medieval: cuanto antes pasaran esas veinticuatro horas mejor, porque estaban
gafadas. El nombre de Herodes debió de producir repelús (por cierto, ser un
tirano no le impidió tener gustos gastronómicos de sibarita: leguas de
volátiles, medusas, asado de oso, langosta a la trufa...).
Cuentan que en el siglo XIII regalaron al rey de Aragón
Jaime I una generosa reliquia de uno de los Inocentes; el monarca la perdió
pero, al entrar en Barcelona, pudo comprobar que los huesecillos habían llegado
hasta allí de manera tan enigmática como milagrosa. Procedente de un convento
franciscano de tierras germanas, otra supuesta reliquia de aquellos niños
acabaría en la iglesia de La Almunia de Doña Godina (además, fue autentificada
por Roma en 1569, según recoge el padre Faci).
Que por aquel entonces los Inocente gozaban de predicamento
en Aragón lo prueba que, desde 1449, estos santos figurasen entre los
personajes bíblicos que desfilaban por las calles de Daroca para festejar el
Corpus y honrar a los Corporales (lo leo en un trabajo de Lucía Pérez).
No quiero dejarme en el tintero que los Tronchón tienen
mucha fe en la 'garreta'. Es una mano de niño momificada que la religiosidad
popular ha convertido en reliquia de un Inocente. Tal día como hoy, se exhibe y
venera. En tiempos de los abuelos, era amuleto con el que se 'esconjuraban' las
tormentas para mandarlas a los pueblos vecinos, con el consiguiente cabreo
entre los comarcanos que recibían los rayos y el pedrisco.
Antaño, en Tronchón se celebraba una buena fiesta el 28 de
diciembre, en la que los niños eran protagonistas. Sucedía también en otros
lugares: en 1959 en Alagón una procesión de chavales cantores de villancicos
recorrió las calles portando una peana con un precioso Niño Jesús.
El insuperable Severino Pallaruelo escribió en 1984 'Viaje
por los Pirineos misteriosos de Aragón', todo un clásico. En este libro he
subrayado un ritual de Guaso (Sobrarbe): «Dicen que el día de los Inocentes
deben ponerse sobre las brasas doce cascos de cebolla, representando cada uno
un mes del año próximo. Se echa, en cada trozo de cebolla, un poco de sal, y se
espera un momento. En algunos cascos de cebolla, la sal se convertirá en agua,
y en otros permanecerá seca. La sal seca indica meses secos, y -a la inversa-
el agua indica meses lluviosos».
Etiquetas: Tradiciones varias
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