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viernes, abril 8

Puente de piedra




(Un texto de Cristina Adán en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 2014)

Su incierto origen, su accidentada vida consecuencia de las riadas que han obligado a reconstruirlo en varias ocasiones y los debates generados sobre su uso compartido para peatones y vehículos no han ensombrecido la grandeza del primer puente sobre el río Ebro. Un paso que se ha convertido en todo un símbolo de la ciudad.

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El puente de Piedra, el primero sobre el Ebro, ha sido un paso más que 'discutido'. Su incierto origen, las reconstrucciones sufridas como consecuencia de las riadas y los debates más recientes que ha generado sobre su uso nunca han logrado ensombrecer la grandeza del que es todo un símbolo de la ciudad. Y eso que ahora hay más de 110 puentes que cruzan Zaragoza, incluyendo en el listado pasos sobre ríos, carreteras, canales o vías del ferrocarril.

Hay historiadores que definen al puente de Piedra como el «monumento arquitectónico más incierto y discutido en cuanto a su origen y cronología». Es obra del siglo XV, rehecha en el XVII, pero los historiadores no conciben que César Augusta careciera de un gran puente en el mismo lugar. Acaso tuvo pilares de piedra y el resto de madera, como otros que hizo Roma. Y su ubicación era estratégica, ya que permitía cruzar el río en línea con una de las principales calles de la ciudad en época romana. Y también ahora, como calle de Don Jaime I.

Varias grandes riadas hicieron que el puente se desplomara. Aunque volvió a ser levantado. Como también tuvo que ser reconstruido tras la destrucción de una de las arcadas, la más próxima al barrio del Arrabal, por parte de las tropas napoleónicas cuando salían de la ciudad el 9 de julio de 1813.

Estos 225 metros de puente (parte de ellos enterrados bajo el paseo de Echegaray y Caballero) han dado también lugar a discusiones, estas ya sobre el asfalto. La última hace cuatro años, cuando se valoró convertirlo en peatonal. El perjuicio que el paso de vehículos pesados podía ocasionar en este momento era uno de los argumentos esgrimidos por quienes apoyaban el uso exclusivo para peatones de este Bien de Interés Cultural. Pero las necesidades de comunicación de los vecinos de la margen izquierda ganaron la batalla. Aunque no dio libertad a todos los vehículos. Taxis, autobuses y bicicletas conviven ahora con quienes cruzan el río andando y siguen asomándose para observar el mismo río de siempre. Y la imponente basílica.

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